
La esencia de la arquitectura
La sentencia sobre la obra que eliminó una escultura de Lucarini, junto a las dosprevias, demuestra que se nos ignoró como interlocutores en lo que nos compete
Alberto García Yela
Domingo, 23 de marzo 2025, 00:04
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Alberto García Yela
Domingo, 23 de marzo 2025, 00:04
2022 fue un año en el que la labor de defensa de la arquitectura llevó al Colegio de Arquitectos a un profundo desencuentro con el ... Ayuntamiento de la ciudad, muchas veces acabando con declaraciones altisonantes en los medios que no es momento de recordar. Desde entonces la relación se ha reconducido, por suerte, no sin el recurso de la Justicia.
En ese año desapareció una de las fachadas más características del barrio de Arana, la que presidía, con sus imponentes placas metálicas de brillante rojo y una escultura de Joaquín Lucarini, 'El Obrero', la entrada a la ciudad desde la antigua carretera de Irún a Madrid. Era el edificio de 'La Cortina'. Lo tengo presente de mi infancia en la calle Andalucía. Es lo que tiene la buena arquitectura que se recuerda, que destaca por encima de los demás edificios.
El Colegio de Arquitectos intentó, como con el edificio de la gasolinera Goya, un diálogo que estuvo cerca de fructificar pero que acabó en los tribunales después de un golpe de timón del departamento que sentenció al edificio proyectado en 1967 por el arquitecto José Antonio Pérez Enciso.
Alberto García Yela Vocal de Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro (COAVN)en Álava.
Ese mismo año publiqué en EL CORREO el artículo 'Mi fachada, mi ciudad' avisando de la pérdida de personalidad de los edificios en los que se realizan intervenciones de mejora energética mediante un SATE (aislamiento térmico por el exterior) que elimina el carácter del mismo borrando todo rastro del edificio que fue y alterando su entorno, la imagen pública de la ciudad. Edificios descontextualizados, extraños, forasteros con ropajes que desentonan. Esto es especialmente visible en intervenciones en las que se recurre a 'abrigar' edificios de ladrillo, aplacado de piedra, etc. con un mortero color RAL 'gris bonjour tristesse'.
Ya entonces se empezaba a hablar de la rehabilitación de Zaramaga, mi actual barrio, donde ya había lamentables ejemplos de edificios abrigados con grises y azules inesperados, intrusos grotescos en un entorno de ladrillo obrero. La 'sovietización' del barrio era una posibilidad, ¿Zaramaga o Rostokino? ¿De verdad la forma de regenerar un barrio pasaba por pintarlo de gris? Adelanto, con alivio, que no ha sucedido.
Hay que ser justos, y el revuelo por la desaparición –'El minueto de Lucarini' escribía al caso Ramón Loza Lengaran en este periódico– de la escultura ha hecho que las licencias actuales deban contener expresa mención a elementos artísticos. Además, en Zaramaga, a propuesta del Colegio de Arquitectos y en colaboración con Ensanche 21, sociedad urbanística municipal, se convocó un concurso para un estudio cromático por zonas para preservar la imagen del barrio previo a la intervención intensiva en sus fachadas. Esta vez, el diálogo y la colaboración fructificaron.
Tres años después la justicia se ha pronunciado sobre el litigio de entonces con un reconocimiento expreso de los valores de la arquitectura en una sentencia que es, lamentablemente, declarativa, el edificio ya no existe como era. Añade la juez una reflexión sobre la responsabilidad compartida del promotor, del arquitecto y del Ayuntamiento a la hora de conciliar las sensibilidades de cada parte.
Como si nos leyera la mente, insta además a la municipalidad, a elaborar un catálogo de bienes a proteger y habla de la idea detrás, de lo que convierte a un hecho constructivo en una obra de arquitectura. La lectura de la sentencia reconforta por la sensibilidad de su redacción.
Recurrir a la justicia, en defensa de aquello en lo que crees, no es un agravio cuando no se llega a un acuerdo en una disputa. El resultado de las tres sentencias –mural de Nanclares, gasolinera Goya y avenida Santiago– son la muestra de que se nos ignoró como interlocutores a la hora de hablar de lo que, precisamente, nos compete. No puede ser la sentencia más clara al respecto.
Decía Cano Lasso que «sólo la sociedad que demande buena arquitectura podrá tenerla». Pero para eso, la administración debe poner los medios y proteger a los autores, y los promotores permitir el uso de los recursos y exigir, además de asumir, un valor añadido en la arquitectura. Y por su lado, el arquitecto, admitir que no es un artista libre si no un técnico al que se le encomiendan recursos, normalmente escasos, con el deber de emplearlos eficazmente.
Esto no debe implicar una renuncia a la voluntad estética que es la esencia misma de la arquitectura, como de nuevo la sentencia lo apuntala. La necesidad de cubrir un edificio con una manta térmica no requiere renunciar a que el resultado sea armonioso ni al conocimiento de los técnicos formados en universidades, principalmente públicas, y a los que se ha formado precisamente para diferenciar la técnica, la maestría en construcción y elevarla a la categoría de arquitectura.
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