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Quienes sostienen la Procesión de los Faroles llevan más que unas delicadísimas piezas entre sus manos. En cada elemento, desde la gran cruz a los portavelones, sujetan un pedazo de la historia local que supera ya los 125 años. El desfile más luminoso de Vitoria, ... uno de los actos con mayor tirón de las fiestas de La Blanca, alcanzó en 2020 el redondo aniversario, pero la pandemia le obligó a retrasar su conmemoración hasta 2021. A su celebración –tampoco ha podido ser esta vez con su céntrico paseo– se suma EL CORREO con la entrega del premio Alavesa del mes a una cita con la tradición y la devoción que cada 4 de agosto atraviesa generaciones. «Trasciende lo material y es patrimonio de toda la ciudad», retrata Ricardo Sáez de Heredia, abad de la Cofradía de la Virgen Blanca, «agradecido» por el reconocimiento.
La Procesión de los Faroles, sin embargo, suma ya dos veranos sin poder pisar el asfalto, un 'apagón' en su centenario recorrido que dentro de un tiempo será sólo una anécdota más. Desde 1895, cuando se encargaron los primeros elementos, acumula unas cuantas. La implicación de la ciudad con la idea fue absoluta desde que Manuel Díaz de Arcaya, vitoriano residente en Zaragoza y catedrático de Historia natural, la puso sobre la mesa. Hubo una suscripción popular y se recibieron aportaciones de vecinos de toda condición, más y menos pudientes. Felicia Olave, una de las grandes mecenas de la época, regaló la imagen de la Virgen Blanca y diez carrozas a razón de 900 pesetas cada una, un dineral entonces. En 1897 se dio la colección por completada así que, bromea Sáez de Heredia, «el 125 aniversario es trienal, podemos celebrarlo también el año que viene».
El desfile que ilumina la primera jornada de las fiestas de Vitoria al anochecer encadena hoy más de 300 elementos que el resto del año 'duermen' en el museo de la calle Zapatería. Cada figura portada por los cofrades pesa entre cuatro y doce kilos. Son piezas artesanales, mimadas al detalle por vidrieros y orfebres, cuya fragilidad exige un cuidado manejo y una constante conservación. En los años noventa se sometieron a una exquisita restauración y más recientemente, en la pasada década, los faroles se enchufaron a una nueva era con el paso de las velas a las luces led.
El abad de la Cofradía de la Virgen Blanca admite que acumula «muchas ganas» de que la procesión vuelva a pasear por la ciudad. Entre fieles «de todas las edades», agrega con el convencimiento de que a este desfile con label vitoriano le quedan muchos pasos por dar. Y la prueba es que hace un puñado de años nadie se hubiera imaginado que el recorrido de los cofrades diera para unas cuantas líneas de un 'best seller' y un guión de cine. «Entre la gente que viene al museo aún hay quien hace referencia a 'El silencio de la ciudad blanca'», comenta.
Pero, antes de ver a la Procesión de los Faroles en la gran pantalla en 2019, los vitorianos ya sabían que «es una joya». Hasta 25.000 personas la admiraban en su itinerario y más de 10.000 se han imaginado sus piezas en movimiento a través de la exposición 'Luces para la ciudad' que Fundación Vital le dedicó hace unos meses por un 125 aniversario cuya celebración se ha reducido a pequeños actos. En 2021, con un par de años más sobre sus carrozas, espera encender de nuevo la devoción a pie de calle.
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