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Casi tardas más en llegar a Abetxuko desde el centro de Vitoria en tranvía que a La Puebla de Arganzón en coche. Pero a los vecinos del enclave les separa toda una sima administrativa de la capital vasca. Tras unos años en un ... segundo plano, más o menos discreto, los focos de la actualidad volvieron a cegar a sus habitantes la noche del pasado domingo, cuando los sorprendentes resultados electorales sacaron a la luz, de nuevo, su exótica situación histórica, esa dicotomía territorial en la que viven. Siempre entre Pinto y Valdemoro. Ellos ni están en Álava ni –por mucho que se empeñen los mapas– se sienten en Burgos. Y ahora van los de Bildu y ganan allí, en un pueblo castellano.
Al foráneo le cuesta entender el 'sindiós' administrativo que flota en el enclave y que tiene su reflejo directo en asuntos tan pedestres como el de la recogida de basuras. Basta con echar un vistazo a los contenedores que jalonan el pueblo para reparar en ello. El depósito del papel depende de la Diputación de Álava. El contenedor del plástico, de Burgos. Cuando se le llama la atención a un paisano sobre semejante lío en la gestión de residuos, se encoge de hombros. «Yo sólo sé que vienen a buscar la basura cuando toca, no quién lo hace», reconoce José Ignacio Mendoza. Esto es un follón, sí, pero la cosa parece que funciona.
Que todo marche razonablemente bien explica en gran medida qué ha ocurrido en los últimos años aquí, donde se llegaron a decretar huelgas de hambre, donde en el 98 se organizó una consulta para un referéndum –igualito que en el 'procés' catalán– sobre la anhelada anexión a Álava. Donde había manifestaciones día sí y día también. Las aspiraciones de integración siguen intactas, pero basta con dar un paseo por La Puebla y por Treviño para concluir que, sin duda, ese grado de crispación se ha disuelto.
«En aquella época había familias que ni se hablaban», recuerda Roberto Ortiz de Urbina, alcalde saliente de La Puebla de Arganzón (495 habitantes). Durante las últimas tres legislaturas ha tirado de la agrupación independiente Nueva Puebla, una plataforma vecinal que llegó al Ayuntamiento con una receta bien clara: aplicar una espesa pomada antiinflamatoria, que no sólo se ha quedado en la epidermis. Ha calado hasta los huesos del pueblo.
Los de Ortiz de Urbina consiguieron coser el pueblo, muy dividido, a puntadas prietas de sentido común. Aprovecharon la reforma del Consistorio para no colocar ninguna bandera. Hicieron todo lo posible para pegar las relaciones rotas en cachitos ideológicos con el pegamento de las pequeñas cosas, esas que mejoran la vida de los conciudadanos: que si una depuradora, que si una marquesina, que si la rehabilitación del molino, que si la reforma de la plaza... Al tiempo, presionaron para mejorar los convenios de colaboración entre Álava y Burgos y, junto con el Ayuntamiento del Condado de Treviño, siguieron llevando a Madrid –la última vez en el Senado, en 2018– sus aspiraciones anexionistas. Y en la capital siempre les dieron con la puerta en las narices.
Cuesta encontrar un sitio donde un regidor sea tan querido: hace unos días, todo el pueblo, casi al completo, le organizó una fiesta sorpresa de agradecimiento. Y, sin embargo, Roberto, Rober, decidió no presentarse a las pasadas elecciones «porque, en lo personal, estaba ya cansado». Nadie quiso sucederle y la agrupación vecinal se evaporó. Y ahí es donde se explica eso de que haya ganado Bildu en un pueblo burgalés. «No nos quedaba otra. Yo misma seguramente nunca habría votado a Bildu de vivir en Vitoria, pero aquí es distinto, creo que muchos hemos votado a los que de verdad iban con la integración», acaba reconociendo la mujer, una vecina de esa urbanización que se levanta a las afueras del pueblo, ese conjunto de pareados con autocaravana en la puerta. Como una especie de distrito de Palm Springs a la castellana. Y con mucho acento vasco.
Por aquí ondea alguna que otra bandera antiTAV y también se ven estos días los carteles electorales de EH Bildu, a los que alguien ha añadido un papelito en el que se puede leer un agradecido 'Eskerrik asko'. Con 118 votos (el 44,03%), la candidatura soberanista que encabeza Pablo Ortiz de Latierro, un empleado de Mercedes (aquí, abundan) de 45 años, ganó las elecciones y se impuso al PNV (95 papeletas y 35,4%) para sorpresa de muchos.
EH Bildu 118 papeletas (44,03%). Tres concejales.
PNV 95 votos (35,45%). 3 ediles.
PP 41 votos, 15,5%, 1 concejal.
«Yo pensaba que no iban a ganar, en las generales quedaron empatados Podemos y el PSE –el PNV y Bildu no se presentaban– y me costaba creer que hubiera tal cambio. En el pueblo, más que al partido, la gente ha votado a la persona», sostiene el profesor Juan Antonio Quirós. Como la mayoría de sus vecinos, él hace vida en Vitoria aunque viva en La Puebla, provincia de Burgos, comarca del Valle del Ebro, partido judicial de Miranda de Ebro. «Aquí nadie se acuerda de que este es un pueblo burgalés salvo cuando toca pagar los impuestos», añade él, que a renglón seguido ruega que se ponga solución al tema de la fibra óptica que les lleva por la calle de la amargura. «Tenemos la centralita ahí mismo y llega a Tuyo y a Manzanos (ambos municipios alaveses), pero Euskaltel no nos la puede servir y a la concesionaria burgalesa no le interesa tender un cable hasta aquí», explica. Como ellos, Internet allí también está entre Pinto y Valdemoro.
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