Aitor, el estudiante de Bellas Artes que dibuja los juicios de Vitoria
Con bolígrafo ·
Hay magia en una vista oral. Aitor De Lucas lo ha demostrado inmortalizando con sus bocetos exprés a jueces, fiscales, abogados y acusados de la Audiencia Provincial de Álava
Resulta excepcional que el 'espectáculo' en un juicio se ubique en la grada. Semejante honor lo logró, sin pretenderlo, un muchacho llamado Aitor De Lucas. Desconocedor de la respetuosa liturgia que envuelve esos actos, este estudiante de segundo de Bellas Artes retrató el martes y ... el miércoles a los diferentes actores que desfilaron por la Audiencia Provincial de Álava. Un proceso penal a un empresario acusado de quemar su obrador y una sentencia de conformidad con una pareja que okupó el chalé donde vivían de alquiler pero que vaciaron y deterioraron antes de su desalojo.
De Lucas los inmortalizó en su cuadernillo de tapa dura. Tirando de bolígrafo y lápiz. Con una cadencia frenética. En torno de diez minutos por pieza. Elaboró alrededor de una quincena.
La historia de De Lucas con la Justicia alavesa se alumbró a principios de este mes, cuando se presentó con toda su cara para solicitar los permisos. «Fui pivotando de Información al Decanato, Fiscalía y al final acabé en la Audiencia Provincial. Me dijeron que bien y me facilitaron un par de fechas».
Un doble motivo le trajo a estos pleitos. Empezó a rumiar la idea «en 2022, cuando descubrí que las vistas orales suelen ser públicas». Y se lanzó porque en enero deberá presentar su cuaderno de tapa dura rebosante de pequeñas creaciones exprés. «Otros estarán en su habitación mirando fotos en el móvil, que tiramos mucho de eso».
El primer juicio se acercó a las tres horas. El segundo, apenas alcanzó los diez minutos. «Esperaba más 'acting' (actuación) por parte de los acusados. Igual es por el cine. Vi que todo el mundo se quedaba muy quieto. Yo tampoco me moví mucho porque no quería molestar», se excusa vergonzoso.
«Perdí la noción del tiempo»
Tampoco se lo pasaría tan mal cuando «perdí la noción del tiempo». Al principio «no entendía nada de su jerga. Luego ya empecé a comprender frases sueltas y a encajar cosas», admite. Por tanto, y pese a la solemnidad reinante, este futuro restaurador de obras maltratadas salió satisfecho. «Me ha gustado bastante. Como no sé nada del tipo de prendas que llevan (las togas) intentaba mirar las dobleces o lo que llevan en las mangas, que parecen masones y hasta te diría que sacerdotes». Esas bocamangas se conocen como puñetas o vuelillos y marcan el cargo del dueño.
En los tiempos muertos se le acercaron muchos habituales. «Cuando les comentaba les salía una sonrisa. Igual les parecía raro de cojones», expresa con esa frescura de la juventud. Aitor tiene 25 años. Pero ante todo, salió de la sala de vistas con una idea grabada a fuego: «Mucho mejor de público que sentado de acusado».
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