«Aitite, amama... contadme cómo era vuestra Navidad»
En familia. ·
Tres alaveses recuerdan con sus nietos las fiestas de su infancia. «Ahora nada es suficiente y antes nos conformábamos con muy poco»Secciones
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Tres alaveses recuerdan con sus nietos las fiestas de su infancia. «Ahora nada es suficiente y antes nos conformábamos con muy poco»«Solo con lo que hay en esta mesa podríamos haber comido durante todo un mes en mis tiempos». «Si es que los de ahora no os conformáis con nada». Es más que probable que esta Navidad se repitan frases como estas en muchos hogares ... alaveses. Esas abuelas, esos abuelos nuestros, impostando un tonito cascarrabias, disimulando estar tremendamente indignados ante esas montañas de jamón del bueno, esas cordilleras de langostinos cocidos, esos macizos de turrones de todos los sabores y mazapanes. Todo pura fachada. En el fondo, no habrá nadie más feliz que ellos ante tanto exceso, ante los banquetes pantagruélicos, ante esa pila de regalos que no se acaba nunca.
Se las han visto de todos los colores, han vivido épocas en las que tirar la casa por la ventana significaba, como mucho, sacar para el postre un poco de turrón y unos polvorones... Por eso, para nuestros mayores es tan importante estos días brindar a su familia todos esos caprichos, todos esos pequeños lujos que, ellos, de niños, ni podían imaginar. Ahora son sus nietos los que preguntan. Aitite, amama... contadme cómo era vuestra Navidad.
Formalísimas, monísimas, Ane y Maddi Ruiz, de 9 y 7 años, son de esas niñas que hasta el mismísimo Herodes habría indultado sin dudar.Yclaro, ante dos nietas así, el abuelo Serafín Atxaerandio, elegantón él –ellos vienen a confirmar aquello de que de tal palo, tal astilla– no puede evitar que se le caiga la baba cuando las crías se ponen a contar, con timidez, esa carta a Olentzero que, claro, necesita varias cuartillas a doble cara. «Queremos un gato, pero vivo, ¿eh? –subrayan convenientemente las hermanas para evitar posibles y desafortunados malentendidos–, y si no puede ser, un hámster... un bolígrafo 3D, unas botas... y cuatro vuelos a París para ir a Disneyland». Ahí es nada.
Está claro que, si fuera por el abuelo Serafín, el carbonero concedería todos y cada uno de los deseos de las pequeñas. «Pero cuando yo era niño los regalos que les pedíamos a los Reyes (en sus tiempos, el Olentzero todavía no tenía muy claro dónde quedaba Vitoria) eran más cosas como una bufanda o unos guantes, cosas necesarias. Y ahora ya no se trae carbón a los que se han portado mal», relata el hombre ante la mirada, entre curiosa y algo alucinada de las pequeñas.
«Antes, yo creo que las Navidades eran más puras, mucho más espirituales», prosigue contando Serafín, que recuerda perfectamente las sempiternas misas del gallo en San Viator, por aquel entonces en la calle Paz. Porque, sí, pequeñas, antes, hace mucho ya, no se entendía una Nochebuena sin acudir a la iglesia a medianoche.
Ascen Andrés también recuerda perfectamente esas noches navideñas, aunque las suyas sin olor a incienso y a la cera derretida de los cirios. «Me acuerdo como si fuera hoy de cuando mis padres nos mandaban echar la siesta la tarde de Nochebuena, antes de cenar, para que aguantáramos despiertos después: tal día como hoy era un día de fiesta, con todos los vecinos, se cantaban villancicos, se tocaba con la botella de anís... ¡qué recuerdos!», relata un poquito emocionada ante su nieta, la pequeña Elaia Escobar, de 7 años, a la que, la verdad, lo que cuenta su amama, parece sonarle a chino.
La mujer, de 70 años y vitorianísima, del Campo de los Palacios, conserva un vívido recuerdo de la Navidad de su infancia. «Mi padre trabajaba en el Ayuntamiento y cuando llegaban estas fechas había un día en que todos los niños íbamos allí para recibir un regalo, me acuerdo de unos muñequitos así, pequeños. ¡Lo contento que nos poníamos, aunque fuera una tontería!», rememora. «Y ahora, ¡tenéis mucho vicio vosotros!, lo queréis todo y nada os parece suficiente», le espeta, en tono de dulce regañina a su nieta.
Desplumar el pollo para cenar
«Y para comer estos días, también todo era más sencillo», resuelve la señora, que recuerda con total nitidez cuando llegaba el pollo «vivo, con sus plumas y todo», le cuenta a la niña con los ojos como platos. «Una vez mi madre me pidió que la ayudara a sujetarlo mientras ella, con el cuchillo le cortaba el cuello», relata mientras el pavor se dibuja en los ojos de la pequeña Elaia. Esta Nochebuena la señora se pasará toda la santa tarde en la cocina para que a la familia no le falte de nada. «Preparo sopa de pescado, que nunca puede faltar, los pimientos rellenos, el jamón, las croquetas y este año, cordero y rodaballo», cuenta con orgullo la mujer.
Y a muchísimos kilómetros, a 885 para ser exactos de la casa de la pequeña Ascen, Juan Escobar, su ahora esposo, vivía unas fiestas incluso más modestas en su pueblo, Játar, en la provincia de Granada. «Ya casi no me acuerdo, pero para cenar se ponía coliflor y gallina para el caldo», relata el hombre mientras su nieta no puede evitar una mueca de cierto rechazo. Llevas toda la razón, Elaia, el menú navideño de tu aitite era de todo menos suculento. «Es que entonces no había más», asegura el señor.
¿Ylos regalos de su infancia? «¿Qué regalos? Allí no había Reyes ni había nada, como mucho una barrita de turrón y éramos nosotros los que nos hacíamos nuestros propios juguetes», le cuenta Juan a su nieta en el centro Séneca de Vitoria, del que él llegó a ser presidente hace unos años. «Para jugar, cogíamos alguna llanta de una bicicleta vieja y un gancho y nos entreteníamos con eso, con algún tirachinas. Yo creo que hoy tenéis muchas cosas, demasiadas, en vuestra habitación. No se puede ni entrar de tantas muñecas que hay», lamenta el señor mientras su nieta, timidísima ella, solo rompe su silencio para lo verdaderamente importante: contar toooodo lo que le ha pedido a Olentzero.
«Una Nancy pero de las grandes, así (se señala casi su altura), un bebé reborn, la Nancy Aitana...», enumera la pequeña. Y ahora son ellos, sus abuelos, los que lanzan una mirada atónita, sin llegar a entender qué demonios es eso de un bebé reborn y quién es la tal Aitana. Ni falta que hace. Ellos saben mejor que nadie que la Navidad no tiene nada que ver con regalos caros, ni mesas a rebosar de viandas. Que lo importante es estar juntos, un año más. Y que sea por mucho tiempo. Eso, eso nunca debería cambiar.
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