
Abetxuko está en pie de guerra por unos pocos metros cuadrados. Un espacio pequeño pero fundamental para un barrio con identidad de pueblo: su única ... oficina bancaria. Kutxabank, operadora del servicio, les confirmó por carta hace unas semanas que la suya era una de las oficinas que iban a desaparecer. Se acabaron todos los trámites. Ahora sólo les quedará el cajero, algo que consideran insuficiente. Para mostrar su desacuerdo con la decisión, cada viernes se concentrarán delante de la sucursal.
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El banco les remite a la oficina más próxima, en el barrio de Lakua-Arriga. Demasiada distancia para uno de los distritos más envejecidos de la ciudad. Más de un kilómetro que no están dispuestos a recorrer. «Tratándose Abetxuko de un barrio-pueblo apartado de la ciudad en el que todavía no se ha podido superar la brecha de distancia, no disponer de servicios básicos como una oficina bancaria supone tener que bajar a la ciudad. Dependemos de la centralidad de la ciudad. La sucursal más cercana la tenemos a kilómetro y medio, en Lakua. Cuando vamos tenemos que estar esperando por las colas que se generan», explica el presidente de la Asociación de Vecinos Uribe Nogales, Oskar González.
Sus problemas vienen de lejos. En enero de 2020 la sucursal dejó de realizar ciertos servicios como la retirada de efectivo. Con la pandemia la oficina echó el cierre por razones sanitarias, pero no ha recuperado la normalidad. «Han pasado un año y dos meses y no ha abierto. Nos remiten a la más próxima. Hace tres semanas nos llegó la carta: iban a restringir sucursales, entre ellas la de Abetxuko», resume. A esta situación se suma su batalla por mantener otros servicios básicos como el pediatra o Correos. Aunque con reducciones, han logrado salir victoriosos en ellas. Ahora prometen batalla. «Con la caja no hemos podido y será difícil. Pero vamos a protestar. No estamos de acuerdo ni queremos aceptar la idea de cierres de sucursales. Queremos también nuestros servicios y tenemos derecho a ellos. Pedimos a Kutxabank que se lo piense», sentencia.
Los vecinos reman en la misma dirección. El fuerte espíritu colectivo refuerza su lucha. A la protesta acuden decenas de personas. Muchas de ellas mayores. «Tengo ochenta años y de ahí para arriba hay muchos. Hemos vivido aquí toda la vida. Nos sentimos totalmente ignorados. Queremos que se mantenga la caja, queremos saber por qué las cierran por las bravas. Sólo tenemos ésta», lamenta Manolo, que no puede esconder su enfado.
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Olga, otra vecina del barrio-pueblo, reclama receptividad a los gestores del banco. «Es un barrio con mucha gente mayor. Todas estas situaciones te obligan a usar las nuevas tecnologías y la gente mayor no sabe usarlas. Se encuentran vendidos. Tienen que desplazarse, hay gente con movilidad reducida y venir con dinero a casa... todo conlleva un riesgo. ¿Por qué no podemos tenerla un par de días a la semana? No pedimos tanto. La gente se amolda, pero es que no te dan opciones. Todo el barrio la utiliza, no entendemos por qué la quieren eliminar», lamenta.
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