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1970
La cofradía de la Virgen Blanca encargó al taller de Marín y Goicolea una copia en tamaño reducido de la imagen que se venera en la capilla de la iglesia de San Miguel con motivo de la coronación de la patrona de Vitoria en 1954. ... La conocida como la Virgen Blanca peregrina, una pieza en madera de Flandes de poco más de un metro que reposa sobre una peana y se procesiona en andas, se talló para ser llevada y adorada en los pueblos de la demarcación de Vitoria y centros religiosos, asistenciales y educativos. Donada por el abad Aurelio Vallejo, costó 8.500 pesetas -7.000 la réplica mariana y el resto, su base-. Durante años se mantuvo la tradición por la que fue creada y haciendo honor a su cariñoso y popular apelativo, la Madre, llegado su mes de mayo, abandonaba el almacén de la calle Zapatería, hoy Museo de los Faroles, y visitaba los barrios del extrarradio. Así, peregrinaba por Ariznavarra, Adurza, Arana, Zaramaga y Errekaleor donde era recibida en los colegios y pasaba dos o tres días en cada destino entre la admiración de los vecinos hasta retomar su ruta. En la foto, un grupo de niñas se dispone a realizar una ofrenda en la escuela San José de Ariznavarra el 2 de mayo de 1970. En cambio, los centros educativos más cercanos a San Miguel, hasta un número de 32, reverenciaban a la patrona en su hornacina a lo largo del mismo mes. Desde entonces, La Blanca peregrina sale a las calles cada madrugada del 5 de agosto portada por los blusas en el Rosario de la Aurora.
1972
Como si se tratara de uno de esos demandados viajes del Imserso en temporada baja en busca del sol mediterráneo, tiempo atrás, por los años 70, el Ayuntamiento de Vitoria ya reconocía a sus pensionistas con estancias en la costa y los gastos pagados. Era la manera que tenía de agradecer a sus trabajadores jubilados todos los desvelos que se habían tomado en favor de la ciudadanía mientras les respondieron la edad y las fuerzas. En el retrato de Arqué, captado el 23 de noviembre de 1972 sobre las siete de la mañana, posan algunos de aquellos exempleados municipales con sus respectivas parejas, hasta un total de 32 personas, acompañados por la asistenta social María Teresa Fernández de Retana. Junto al autocar que les había de trasladar a Estepona (Málaga), esperan la llegada del resto de la expedición en la entrada de las Oficinas Técnicas y Centrales en la calle Dato, sede que fue del Ayuntamiento durante la reforma de su edificio de la plaza de España. Visten ropa de los domingos y de frío y en sus maletas seguramente cargan prendas más propias del lugar donde iban a pasar dos semanas de las mejores de su vida, o esta era la pretensión. Las vacaciones que el Consistorio brindaba a sus jubilados a los 65 años, asignadas previa selección entre los aspirantes, eran reconocidas por él como «Viaje de descanso» o «Turno de residencia de invierno de quince días de duración para pensionistas de este Excelentísimo Ayuntamiento».
1930
La luctuosa noticia corrió al igual que la pólvora en una ciudad chiquita como Vitoria, antes incluso de su publicación en los periódicos de la época. Desde primeras horas del día en los corrillos no se hablaba de otra cosa, con asombro e inmensa pena, que del brutal accidente de tráfico sufrido horas antes, sobre las diez de la noche del 1 de diciembre de 1930, por tres jóvenes soldados del Regimiento de Artillería al chocar el coche en el que viajaban contra un árbol en la cuesta de Santa Lucía. El impacto por el suceso se fue haciendo cada vez más doloroso conforme se desgranaban las circunstancias de la tragedia, más propias de un guion enrevesado que de un percance real. Se supo por fuentes oficiales que los artilleros habían abandonado el cuartel -ubicado en la hoy calle La Paz- tras el toque de corneta nocturno saltando una de las paredes del perímetro. Seguidamente sustrajeron un vehículo de cuya existencia debían conocer por su habitual estacionamiento en la cercana calle Ortiz de Zárate y emprendieron una huida que les llevó a ninguna parte pues estamparon el Buick con matrícula de San Sebastián en un tramo de carretera en subida y con curvas. El coche se partió en dos. El conductor, chófer de profesión, murió casi en el acto como consecuencia de los múltiples traumatismos sufridos y los otros dos ocupantes ingresaron en el Hospital Civil con heridas muy graves. Un segundo recluta falleció el día 6 y el tercero se recuperó.
1975
La imagen de una piscina a medio construir, vacía, tiene su aquel. Es mucho más que un simple y enorme foso cavado en la tierra que después será llenado de agua para el disfrute de pequeños y grandes. Es un agujero mágico, fascinante. Por esto y más, a las puertas del verano de 1975 varios miles de vitorianos abonados de la Sociedad Deportiva Estadio-Araba siguieron expectantes el desarrollo de las obras que se acometían en el complejo de ocio del paseo de Cervantes. La Caja Provincial de Ahorros de Álava llevaba adelante un primer proyecto de mejora y ampliación de sus instalaciones, en marcha desde agosto de 1959 e inauguradas en abril de 1960. La renovada oferta contemplaba como principal atractivo la creación de una segunda piscina de 50 metros al aire libre para descongestionar la olímpica y su concurrido trampolín. Y claro, ya se sabe que las reformas empiezan sin saber cuándo terminarán. Así que los usuarios del Estadio contaban los días y miraban al cielo, que por esas fechas no se portó nada bien con los peones, confiados en que todo estuviera listo para la inminente temporada de baños. Aunque los trabajos se demoraron por la climatología, la cubeta que reemplazaba a la 'de mujeres' -hoy la familiar- se abrió el 14 de junio con el agua a 15 grados y la temperatura ambiental a 19. Solo unos pocos se bañaron aquel sábado y las pruebas de natación previstas se dejaron para el día 28, cuando ya sí se dieron las condiciones para un estreno estival pleno.
1968
Este viernes y hasta entrada la noche, las voces y el golpeteo de las makilas contra el suelo celebraron un año más la víspera de Santa Águeda en Vitoria y otras localidades. Los coros, ahora de todas las edades y cada vez más numerosos también por la creciente presencia femenina, entonarán en círculo y con brío la archiconocida letra de la copla 'Agate Deuna' y harán acopio de los donativos en especie o dinero que reciban en su animada ronda callejera. Después, cada cual hará el uso que crea más conveniente de la pitanza, aunque antaño era tradición entre los mozos (quintos) donar el contenido del cesto a una entidad benéfica o dar buena cuenta de las viandas en una posterior merienda o cena. Honrar a la mártir, en sus orígenes una fiesta religiosa, viene de largo y, aunque alterada y hasta suspendida en el tiempo, es de siempre costumbre muy celebrada en Vitoria. Por ejemplo, la noche del 4 de febrero de 1968, a la que corresponde la foto, se repartieron por la ciudad veinticuatro coros de jóvenes ataviados, como ha de ser, con sus kaikus, abarcas o botas de monte, boinas y bufandas más los maderos, el farol, el cestaño y en este caso el txistu de José Mari Bastida, 'Txapi', que puso el ritmo al grupo integrado por adolescentes de los clubes Gudalai y Aquinas. También animaron la velada otros como Los Jabatos, Los Txapelas, Danok Bat, Txirinbil, Sagusarrak, Prado, Judizmenditarreok, Edurtza, Abestariak, Jesús Obrero, Txiki Bierginak, colegio San José... Debían pedir permiso para salir al gobernador civil y cantaban todos juntos ante el Ayuntamiento y la Diputación, que les reconocía con 500 pesetas.
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