1965
El deporte de los tipos rudos pero nobles que se juntan en el tercer tiempo, tras el partido, para confraternizar con unas cervezas en la mano tuvo su primer acto formal en Vitoria hace 57 años. El rugby hizo su estreno en Álava con un ... encuentro de exhibición entre las selecciones juveniles de Castilla y Cataluña -en la imagen-, donde su práctica estaba extendida, no como aquí, que era una actividad desconocida. Se jugó el domingo 21 de febrero de 1965. Aquel histórico encuentro de promoción lo organizó la federación nacional, cuyo delegado para esos menesteres, un tal Guzmán, lo primero que hizo al llegar a la ciudad fue pedir al Ayuntamiento un campo lo más idóneo posible para el despliegue de los piliers, aperturas, alas... con sus touchs, melés, ensayos o golpes de castigo... Tampoco había mucho donde elegir, así que se optó por adecuar el anexo a Mendizorroza, un terreno de hierba que soportó mucho trajín futbolístico hasta que se lo comió el complejo deportivo municipal. El embrujo del balón ovalado o «amelonado», como recogieron las reseñas periodísticas de entonces, atrajo aquella mañana soleada a un buen número de curiosos -seguro que entre ellos estaban algunos de los que después impulsaron el nacimiento del rugby en el territorio-. Ganó Castilla con un vitoriano en su quince, Álvaro Odriozola, y aunque todo salió a pedir de boca y se cumplió con el objetivo, los jugadores se quejaron de las estrecheces del recinto.
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1966
Un Douglas del Ejército del Aire surcó el cielo de Vitoria, sobre el espacio aéreo del desaparecido aeropuerto General Mola, en Salburua, el jueves 16 de junio de 1966. El avión transportaba en su oronda bodega una docena de jóvenes paracaidistas y sus superiores. La tropa andaba de ruta y exhibición por el país para atraer a mozos de reemplazo dispuestos a engrosar sus filas y para mostrar también el atractivo de la práctica a una población civil que no salía de su asombro con el salto al vacío de esos hombres que volaban suspendidos de una tela. Aquella mañana, el infrautilizado y decadente aeródromo situado al este de la ciudad estuvo de lo más animado. Del Centro de Instrucción de Reclutas (C.I.R.) número 11 de Araca asistieron al acto castrense decenas de soldados a los que previamente, en el campamento de Abechuco, se les había introducido en el paracaidismo con nociones básicas. Igualmente se acercaron hasta la pista del campo de Elorriaga vitorianos curiosos y ociosos. La expectación fue máxima cuando apareció la aeronave militar y de su interior empezaron a salir los primeros paracaidistas, con base en Alcalá de Henares (Madrid). Saltó el cuarto de la tanda con tan mala suerte que al llegar a tierra se desequilibró y quedó tendido sobre la pista. Durante unos instantes, el modesto aeropuerto vitoriano enmudeció por el percance pero afortunadamente el joven se incorporó al poco y así todo quedó en un susto. «Una simple caída en falso», diría después el soldado accidentado, el asturiano José Estévez, que llevaba seis meses lanzándose en paracaídas.
1928
En Vitoria se jugaba al polo hace casi un siglo, aunque ya entonces era un deporte elitista reservado en este caso a militares del Regimiento de Caballería Alfonso XIII con guarnición en la plaza. Los días 8 y 9 de julio de 1928 se celebraron dos interesantes partidos en el campo de Lacua, también empleado por los pioneros de la aviación alavesa. Aquellas tardes de verano a las afueras de la ciudad se enfrentaron el equipo local con los tenientes Enciso y L. Aguirre y los capitanes Vea-Murguía y B. Aguirre contra adiestrados caballistas del Lamiaco, club deportivo que reunía a lo más granado de la sociedad bilbaína de la época. Se improvisó un terreno de juego enorme, de 285 metros de largo por más de 100 de ancho, porque así lo exigía el galope de los caballos, y a su alrededor se situó numerosísimo público. Al polo juegan dos conjuntos de cuatro jinetes cada uno montados a lomos de sus jacas que golpean con un largo taco una bola de madera (bocha) hasta acertar con la portería rival. Son seis tiempos por partido. Ganaron los vizcaínos, vestidos a rayas naranjas y verdes, por 11-1 y 9-2 a los rojos del Alfonso XIII -en la foto, en formación con el árbitro-. El equino de Benigno Aguirre perdió un ojo por un pelotazo y el Lamiaco, con mejor y mayor cuadra, cedió ejemplares al cuarteto de oficiales vitoriano.
1960
Rachas de viento huracanado trajeron la inquietud a los vecinos de Vitoria durante tres días, desde la noche del domingo 9 de febrero de 1919 hasta el miércoles 12, cuando amainó el temporal y el sol templó los ánimos. «...Con el alma en un hilo por el temor de que una teja, un cristal, un bastidor o una chimenea nos abran la cabeza», escribió 'La Libertad' en plena tempestad, advirtiendo del riesgo de salir a la calle. No hubo que lamentar desgracias personales afortunadamente, o al menos la prensa no se hizo eco de ellas, pero sí fueron numerosos y cuantiosos los destrozos que dejó la furia del vendaval en la ciudad y localidades de las afueras. El ventarrón se llevó por delante puertas, ventanas, tejados y chimeneas de edificios, también tiró abajo los arreglos recién hechos en el molino de San Cristóbal, destrozó sepulturas en el cementerio de Santa Isabel y provocó un incendio en una vivienda familiar cuyo propietario se jugó la vida para evitar su propagación. Las comunicaciones telegráficas y telefónicas se vieron afectadas igualmente y la caída de postes y cables a las vías férreas cortó el paso de los trenes con la consiguiente demora en los horarios de salida y llegada de la Estación del Norte. Pero fueron paseos, jardines y parques donde más se dejaron sentir los efectos del viento, que arrancó de raíz decenas de árboles, como el de la fotografía en el Prado, que en su desplome dañó el templete de la música. Pasada la ventolera, los vitorianos salieron de paseo a contemplar olmos, chopos, plátanos y pinos tumbados en la Florida, La Senda, el Prado, jardín de Amárica, Arana, Santa Lucía, campo de los Palacios, Arriaga, Betoño...
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1914
En el Círculo Vitoriano, en la calle Postas, eran frecuentes los bailes de gala en sus adornados y amplios salones hace más de un siglo. Aquellas rigurosas veladas citaban a «la flor y nata de la buena sociedad alavesa», a la aristocracia del momento, como quedaba recogido por escrito en las reseñas que se publicaban en los diarios locales, primero anunciando el acto y después dando cuenta de su exitosa celebración. La noche del 3 de febrero de 1913, en vísperas de Carnaval, la sociedad de recreo que presidía Teodosio Iradier contó con la orquesta de Javier San Martín para amenizar «un baile de disfraces pero sin antifaz». Resultó que las distinguidas damas vistieron sus mejores prendas y los caballeros socios del Círculo Vitoriano estuvieron a su altura, lógicamente. «Bellísimas señoritas, unas ataviadas con trajes de seda y otras con costosos disfraces, dieron al baile un tono de distinción y de suntuosidad que no hay pluma que acierte a describir», relató 'La Libertad' a los dos días. Adornado el local con plantas de delicados matices, los valses y las marchas interpretados por los músicos sonaron hasta las tres de la madrugada de aquel lunes de hace 109 años.
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