![Las llamas devoran el Teatro Principal y los tres días de vendaval en Vitoria](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202202/11/media/ala-memorias-11febrero.jpg)
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1969
El olimpismo alavés se precia de tener a dos miembros de una familia, los Álava, en sus anales. Lo fueron de la misma disciplina, tiro olímpico. Emilio, el padre de la saga, también audaz empresario y aventurero al volante de ese Citroën 5 CV matrícula ... VI-399 que subió dos veces hasta la cruz del Gorbea y trepó las escaleras de San Miguel hasta El Campillo, participó con 63 años en los Juegos de Helsinki'52. Todavía hoy, siete décadas después de su conquista y fallecido en 1974, sigue siendo el deportista español de mayor edad en competir en una olimpiada. Un honor sin discusión. Emilio tuvo en su hijo Javier a un alumno aventajado, el segundo de la conocida saga, que formó parte de la delegación española en los JJ OO de México'68. No tuvo su día más certero y siempre recuerda aquella cita histórica como una mala tirada. En aquellos años de relevo generacional, su progenitor aún seguía en activo. Ambos compartieron compañerismo y hasta rivalizaron en campeonatos de rango menor en diversas galerías de tiro. En la imagen de Arqué, tomada el 13 de julio de 1969, un año después de su estreno olímpico, Javier Álava apunta de pie con una pistola del calibre 22 a un blanco circular con diana de 20 centímetros alejado 50 metros de su posición. La competición se celebró en el polígono de tiro Las Colinas, a las afueras de Vitoria, en Ibaya. La ganó, por supuesto, y se llevó así el Trofeo Arbex por su alta precisión. Julián Landa, que en la foto prepara el arma, quedó segundo aquella mañana. Entre uno y otro, Vicente Aguilar, que observa por un catalejo el punto al que debe dirigir el disparo.
1911
Los vitorianos de principios del siglo XX descubrieron el deporte como un mero entretenimiento, en gran parte ajenos a su carácter competitivo y quizás también a sus saludables beneficios. Los más pudientes ocupaban sus ratos de ocio asistiendo a representaciones teatrales, veladas en los salones de baile y tertulias animadas e intelectuales en cafés y sociedades. Se iniciaban también por aquel entonces en la gimnasia, la esgrima, el boxeo, el tiro y el patinaje, actividades que se desarrollaban en interiores, al abrigo de la climatología en una ciudad donde se las gastaba en invierno. Fue la 'Unión Sportiva Alavesa' una entidad pionera en la promoción y desarrollo de estas diversiones físicas con sede en la calle Florida, después en el café Suizo, que se servía del Teatro Circo, en la confluencia de Ortiz de Zárate con Florida, como lugar de reunión y práctica a cubierto cuando la programación musical o teatral lo permitía. En este contexto alumbró en 1911 la sección de patinaje sobre ruedas, 'skating-ring', que tuvo una acogida arrolladora como quedó reflejado en los espacios dedicados a las reseñas 'sportivas' en los diarios locales y revistas regionales. «En la encantadora Vitoria todos los 'sports' han fructificado de una manera rápida. 'Foot-ball', alpinismo, ciclismo, golf... Ahora el deporte del patín es el que triunfa y en la pista del 'Circo' puede verse girar en rápidas carreras a las señoritas y chicos más distinguidos de la ciudad», publicó el semanario ilustrado 'Novedades' el 4 de febrero de 1912 con la fotografía que acompaña a este texto.
1935
Pegaba el bochorno en Vitoria los últimos días de julio de 1935. Cada cual se enfrentaba a las altas temperaturas como buenamente podía. Los chavalillos ponían a prueba la paciencia de los vendedores de helado al frente de esos carritos inmaculados tan coquetos que atendían en las calles del centro, añorados hoy. Otros se divertían en la playa de Mendizorroza o se refrescaban en la piscina de 25 por 12 metros de Judiz-Mendi, en Los Herrán con Olaguíbel. Las familias, por su parte, buscaban la fresca en lagunas, junto a las orillas de los ríos, con predilección por el Zadorra, o bajo las frondosas choperas más allá del casco urbano. También los parques y jardines, en gran número ya, demandaban la atención de las brigadas de riego. Pedían agua a gritos y, además, se acercaban las fiestas patronales de agosto, la ciudad se engalanaba y no era plan de recibir a los visitantes con cara mustia en los remansos de paz. Ceferino Yanguas retrató al jardinero municipal en plena faena, en la plaza de la Virgen Blanca, saciando los parterres que un mal día, hace no tanto, fueron reemplazados por firme grisáceo. En aquellos años no sobraba agua precisamente, más bien escaseaba, y se buscaban captaciones complementarias al insuficiente caudal procedente de los embalses de Gorbea, de potabilidad cuestionada por voces sanitarias. Así que no es de extrañar que el diario 'Pensamiento Alavés' hiciera acompañar esta fotografía de un pie quejoso: «...Como también los jardines tienen sed, el manguero se encarga de mitigarla desparramando pródigamente el agua que quizá falta en muchos hogares».
1919
Rachas de viento huracanado trajeron la inquietud a los vecinos de Vitoria durante tres días, desde la noche del domingo 9 de febrero de 1919 hasta el miércoles 12, cuando amainó el temporal y el sol templó los ánimos. «...Con el alma en un hilo por el temor de que una teja, un cristal, un bastidor o una chimenea nos abran la cabeza», escribió 'La Libertad' en plena tempestad, advirtiendo del riesgo de salir a la calle. No hubo que lamentar desgracias personales afortunadamente, o al menos la prensa no se hizo eco de ellas, pero sí fueron numerosos y cuantiosos los destrozos que dejó la furia del vendaval en la ciudad y localidades de las afueras. El ventarrón se llevó por delante puertas, ventanas, tejados y chimeneas de edificios, también tiró abajo los arreglos recién hechos en el molino de San Cristóbal, destrozó sepulturas en el cementerio de Santa Isabel y provocó un incendio en una vivienda familiar cuyo propietario se jugó la vida para evitar su propagación. Las comunicaciones telegráficas y telefónicas se vieron afectadas igualmente y la caída de postes y cables a las vías férreas cortó el paso de los trenes con la consiguiente demora en los horarios de salida y llegada de la Estación del Norte. Pero fueron paseos, jardines y parques donde más se dejaron sentir los efectos del viento, que arrancó de raíz decenas de árboles, como el de la fotografía en el Prado, que en su desplome dañó el templete de la música. Pasada la ventolera, los vitorianos salieron de paseo a contemplar olmos, chopos, plátanos y pinos tumbados en la Florida, La Senda, el Prado, jardín de Amárica, Arana, Santa Lucía, campo de los Palacios, Arriaga, Betoño...
1914
Una vecina dio la voz de alarma sobre las tres de la madrugada del 12 de agosto de 1914 al observar humo en el tejado del Teatro Principal, en la hoy calle Lehendakari Aguirre, donde acaba de abrir el Memorial de las Víctimas del Terrorismo. «¡Fuego!», gritó. Horas antes se había representado la comedia 'El centenario', de los hermanos Álvarez Quintero. El retén de bomberos, alertado por el repique de campanas y los silbatos de los serenos, se encontró al llegar un edificio pasto de las llamas y al conserje Nemesio Sosoaga, su mujer María Fernández y su hija Concha encaramados a la cornisa principal, en angustiosa espera a ser rescatados. Las dos mujeres sufrieron quemaduras en el pecho y las manos, de las que se recuperaron. No hubo que lamentar más heridos y eso que la virulencia del incendio tomó proporciones descomunales y comprometió a las brigadas que participaron en su extinción, abatidas ante la imposibilidad de evitar la destrucción del coliseo. Al colapsar su cubierta, y con ella todo lo demás, únicamente quedaron en pie los muros exteriores -en la foto, la fachada de entrada a la mañana siguiente del siniestro- y dos pisos de palcos. La desolación atrajo a cientos de vitorianos curiosos y contrariados. De las cenizas se salvaron el archivo y algunas prendas. Por suerte, el arrendatario había satisfecho la póliza del seguro días antes. La devastación, la ausencia de testigos y la precariedad de las investigaciones de la época impidieron precisar la causa de la tragedia. El derribo de las ruinas del Principal en septiembre redujo a cascotes un siglo de riqueza cultural, el corazón artístico de la ciudad desde su apertura en 1822.
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