Se desploma un inmueble en la calle de los Fueros

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La fotografía de Ceferino Yanguas, notario gráfico de la Vitoria de hace un siglo, muestra el empeño de cuatro jóvenes sin gerriko azul o rojo que distinga las dos parejas en un partido de pelota a mano en el desaparecido Frontón Vitoriano. Es un desafío sin más, al margen de la programación oficial del recinto de la calle San Prudencio, entre pelotaris aficionados vestidos de calle que se desprendieron de algunas de sus ropas junto al frontis para jugar más cómodos. Numerosos espectadores siguen el duelo a pie de cancha o sentados en el graderío, un entretenimiento como otro cualquiera en aquella mañana de domingo de 1935. Con su cámara, Yanguas también retrató ese 14 de julio diversas escenas de la matinal festiva vitoriana no muy distintas de las que podría captar hoy. Fueron publicadas en el 'Pensamiento Alavés con el título 'El día de ayer en Vitoria'. Su reportaje gráfico incluía cinco más: 'La salida de misa en El Carmen', 'Cuatro bellas muchachas vitorianas en el clásico paseo de la calle de La Estación', 'La hora del aperitivo', 'El desfile de los caballistas del circo con el correspondiente acompañamiento de la gente menuda' y 'Un grupo de jóvenes en el plácido momento de rendir culto a la fresca cerveza'.

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En sus inicios, antes de la creación de los campeonatos nacionales de Primera y Segunda División, el Alavés compitió con los clubes vizcaínos como integrante de su federación. De hecho, le fue muy bien contra los vecinos e incluso llegó a discutir la supremacía del 'Atlético' de Bilbao. El equipo vitoriano, que aún no era 'Glorioso', se proclamó campeón de la Serie B de Vizcaya el 15 de mayo de 1927 con su triunfo (2-0) sobre el Deusto en San Mamés. Al año siguiente, ya dentro de la Serie A, fue segundo. Aquella hazaña babazorra mereció una copa que recogió el capitán Antero en el mismo estadio y pasa por ser el primer ascenso del equipo, nacido seis años antes. La buena nueva llegó por teléfono desde Bilbao al café Iruña, la sede social alavesista. Los aficionados congregados en la plazuela del Arca explotaron de alegría. Al anochecer, el autobús con la expedición hizo entrada en la calle Dato acompañado de una caravana de coches que había salido a su encuentro en Ochandiano y Gamarra. Esos días se sucedieron los homenajes al campeón, como el baile del domingo 22 en la sociedad 'La Gran Peña' -en la foto-, donde la plantilla fue agasajada con licores y pastas mientras sonaba el himno 'Ánimo pues'.

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La acongojada voz de alarma la dio Jesús Madinaveitia al observar que las paredes del inmueble de encima de su negocio familiar, Muebles Madinaveitia, en la calle de los Fueros, se resquebrajaban y crujían las vigas de madera. Dio tiempo al desalojo de los vecinos, cinco familias que ocupaban las viviendas de las cuatro plantas de la casa que, literamente, se movía. A eso de las seis menos cuarto de la tarde del 20 de septiembre de 1968, el tembloroso edificio se vino abajo ante el asombro de bomberos, técnicos, autoridades y una legión de curiosos que se arremolinó para contemplar el colapso del número 18 de la céntrica calle, entre las de San Prudencio y Ortiz de Zárate. No hubo que lamentar desgracias personales pero sí cuantiosos daños materiales. Al día siguiente se procedió a la demolición de los restos, puertas, balcones e incluso dormitorios u otras estancias, imagen a la vista de la desolación y la intimidad sajada. Los afectados fueron acogidos por familiares y amigos, además de recibir todo tipo de atenciones sociales para sobrellevar el enorme disgusto. Al parecer, una excavadora que trabajaba en un solar contiguo, con el permiso de obra municipal suspendido desde el día 3, dañó un muro de contención que provocó el derrumbe.

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La chavalería vitoriana esperaba ilusionada la Fiesta del Árbol. Hace un siglo, la celebración medioambiental empezaba con la plantación masiva de ejemplares en el lugar elegido por el Ayuntamiento y culminaba con una merienda para los jardineros infantiles como premio a su generosa faena con la azada y la pala. Y si además acompañaba el cielo, como así lo hizo con un sol radiante el domingo 7 de marzo de 1915, el disfrute era pleno. En el Campo de los Palacios, junto al antiguo Hospital Militar y frente a la carretera de La Rioja, esperaron decenas de críos la llegada de la comitiva municipal con acompañamiento musical. El personal del servicio de paseos, jardines y arbolado del municipio había sembrado previamente 268 esquejes entre ailantos (150), olmos (68) y arces (50). La impaciente muchachada solo tuvo que echar tierra para cubrir la base de los frágiles troncos. Participaron alumnos de las escuelas públicas, miembros de 'Los Exploradores' y niños acogidos por la beneficencia. Todos cantaron el 'Himno al árbol' antes de entregarse al ágape que les sirvió Paco Valdecantos. Muchos despidieron el día en el cercano campo de Arana.