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Teresa Larrauri, 92 inviernos la contemplan, observaba con los ojos brillantes. Una marabunta a su alrededor. «Cuánta gente. Qué bien», decía recostada en su silla de ruedas, con una sonrisa de adolescente. La idea de acercarse a las inmediaciones del centro cívico Iparralde había ... sido de su cuidadora, Silvia Barrientos. «Es un día especial para todas las mujeres. Ellas (por Teresa) han trabajado mucho, pero han sido invisibles. Esto es por las nuevas generaciones», compartió. Ese 'esto' las envolvió. Un clamor multicolor que en la tarde de ayer dejó pequeño el recorrido hasta la Virgen Blanca.
Veinte minutos antes del pistoletazo de salida -las siete de la tarde- alaveses de todas las condiciones se arremolinaban en el punto de partida, mientras una batukada calentaba el ambiente. La expectación era enorme. Un calco a la histórica movilización de hace doce meses. El 8-M ya es una fecha en rojo el calendario vitoriano. Bueno, mejor en morado.
Tres tractores, con tres conductoras que no pararon de saludar a izquierda y derecha, enseñaron el rumbo hacia la igualdad. A su rebufo, chicas de no más de dieciocho años con las caras customizadas con abalorios morados, amas de casas ejemplo de coraje en la intimidad, trabajadoras, pensionistas... Y un nutrido número de sus parejas masculinas. Todos a una. Porque una vez más se demostró que lo de equiparar es asunto de los dos sexos. «La brecha salarial, eje del mal», vociferaron algunas. Según datos de Emakunde, en el País Vasco alcanza nada menos que el 24,4%.
Desde las primeras brazadas quedó nítido el éxito de la convocatoria. Se avanzaba con dificultad. En el primer embudo, la plaza de Bilbao, Begoña, con los pies en el suelo, explicó que «queda mucho camino por recorrer. No hay igualdad de oportunidades. Ni aquí, ni en España, ni en el resto del mundo».
Tras la espectacular cristalera del Café de París, templo del chocolate con churros, la observaban con envidia insana Encarni Castro y sus compañeras de partida de tute. «Ay majo, ahí teníamos que estar nosotras, pero pesan los pies», decía una de estas veteranas amigas. «Ya me hubiera gustado que en mis tiempos hubiéramos podido hacer algo así», suspiró Encarni, con la mirada fija en un gentío que parecía no tener fin.
«¡Mayores que no sumisas!», entonaron unas pensionistas con alma guerrera en un mar atestado de todo tipo de carteles. Los había de todos los colores. Desde los muy ingeniosos a otros de brocha gorda. Los mejores para este plumilla: «El patriarcado me da patriarcadas», «Times New Woman» y «La igualdad es un hecho, no un derecho».
En su avance lento pero seguro, la marea por la igualdad incorporó adeptos. Tantos que de los 30.000 iniciales pronto se pasó «a rozar los 50.000», según fuentes policiales. Una muestra de la magnitud de lo vivido anoche; desde que la cabeza de la marcha entró por la calle La Paz hasta la aparición del último integrante, un grupo de treintañeros con un perro, transcurrió una hora exacta.
Mimetizada entre la gente flotaba la abogada Sara Jauregui. Ayer sólo se calzó la toga para defender en un juicio a dos clientes ya presos por un asunto anterior. Les acusaban de una tentativa de robo con fuerza. Ella les consiguió un buen acuerdo. Seis meses de prisión que el juzgado de lo Penal 2 dictó al momento.
Así que el resto de la jornada participó en casi todas las movilizaciones programadas en una jornada de nuevo memorable. Pero fue la de la tarde la que le alcanzó el corazón. «Es emocionante poder sentir la unión de tantísimas personas, tan distintas entre sí, por un motivo común».
Para diferente Salka Mohamed El Qualei. Junto a dos amigas, todas ataviadas con la indumentaria típica, la malhfa, enarbolaron la bandera saharaui. «Es nuestro pueblo. Venimos para pedir la igualdad, pero también el Sahara libre. Ponlo por favor». Dicho queda.
Como Ido Breñas quien, en medio de la augusta calle La Paz, rogó entre saltitos «por la igualdad, por un mundo mejor, por la corresponsabilidad» entre chicos y chicas. Y la igualdad de oportunidades. En la política local y autonómica, tan dada a apuntarse tantos sociales, este movimiento le saca los colores. Jamás ha habido mujer al frente del Gobierno vasco, de ninguna de las tres diputaciones o alcaldías de las capitales.
Disponer de las mismas oportunidades sacó de sus viviendas, de sus trabajos y de sus lugares de ocio a más de 50.000 vitorianos. Una quinta parte de la población total. Entre ellos, dos de los cronistas más sabios que pueblan esta ciudad tan necesitada de impulsos tuvieron que esforzarse mucho para recordar otro hecho de similar calado, exceptuando el 8-M del año pasado por supuesto. José Antonio Abásolo, tras calcular a ojo de buen cubero, comparó la dimensión de ayer «con el funeral del 3 de marzo» en referencia a los cinco trabajadores asesinados en Zaramaga durante una huelga para mejorar sus condiciones laborales. Su compañero Paco Góngora, algo más joven, se decantó por el sepelio en la catedral nueva «a Fernando Buesa y a Jorge Díez», ambos asesinados con una bomba por los pistoleros de ETA.
A las 20.15, la cabeza de la marcha alumbró la plaza de la Virgen Blanca por segunda vez en la jornada. Una hora después, todavía seguía el flujo reivindicativo que engarzó a hombres y mujeres. Para entonces, Teresa y Silvia hacía bastante tiempo que se habían retirado a su hogar. Desde allí, la primera prometió que «si sigo aquí, el próximo año volveré a venir». Ojalá que sí, abuela.
24,4 es el porcentaje de la brecha salarial entre hombres y mujeres en Euskadi durante 2018. Y es que cobran una media de 7.573 euros menos al año respecto a sus compañeros masculinos. Esto supone que 'las vascas trabajan un tercio de año gratis' en relación a los hombres.
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