Consuelo Parra llegó a Euskadi procedente de Colombia en 1996 y dos años después se instaló en Vitoria. Por aquel entonces no había muchos compatriotas suyos por estos lares. Llegaban con cuenta gotas y se colocaban en trabajos que nadie quería. Hoy la comunidad colombiana ... suma 4.650 personas y se ha convertido en el colectivo de extranjeros más numeroso de cuantos viven en la capital alavesa. Forman una gran red social que lejos de vivir aislada teje lazos entre sí y apuntala el crecimiento de la urbe.
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A sus 61 años, Consuelo desborda energía. Adorna su oficina un cartel con el nombre de la asociación que lidera, Prestaturik. El tiempo le da perspectiva y calma para echar la vista atrás y recordar aquellos primeros momentos en la ciudad, cuando sin trabajo y con pocas salidas decidió, con otros migrantes de distintas procedencias, montar un grupo para ayudar a personas en su situación. Hasta diciembre de 2022 han asesorado a 20.000 personas.
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Cuando puso sus pies en Euskadi, traía bajo el brazo un curriculum envidiable. Licenciada en Ingeniería Industrial, especialización en control de calidad en software, un máster en productividad y estudios en la London University. No le sirvieron de mucho. Por tener tuvo hasta problemas para conseguir un piso en alquiler, algo que siguen sufriendo quienes llegan ahora.
«O no querían alquilarme o era demasiado caro. Fue muy complicado salir adelante», admite. Pero en lo personal se abrió camino y en lo profesional Prestaturik comenzó a crecer. Primero, enfocada a desarrollar actividades de intercambio cultural y a asesorar en algunas gestiones a los migrantes; luego volcada en la formación, el empleo y asesoría legal. Ahora mismo «también ayudamos a niños de 70 familias para que puedan hacer los deberes en euskera, ofrecemos cursos de certificación y guiamos en el proceso de equiparación de títulos universitarios», detalla Consuelo. Y es que lejos de ser trabajadores poco cualificados, muchos de los colombianos que llegan a Vitoria disponen de estudios superiores. «Homologarlos es un proceso larguísimo y muy complicado así que no pueden trabajar de lo suyo. Aunque eso también les pasa a muchos españoles, en el caso de los migrantes es peor», describe.
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«Solemos decirles que esto es ir paso a paso. Que no se desesperen por empezar en puestos que tienen que ver con la limpieza, el cuidado de mayores o la construcción. Ahora estamos dando cursos enfocados a trabajos de administración que están mejor pagados y ofrecen condiciones laborales más seguras», anuncia Parra. Para ella «si algo caracteriza a los colombianos es nuestra resilencia y nuestras ganas de trabajar. Somos muy echaos pa'lante». Y añade otra pincelada que describe a su comunidad: «Para nosotros es muy importante el estudio. Damos mucho valor a que nuestros hijos vayan a la universidad y tenemos a muchos compatriotas de referencia en la sociedad vitoriana. Abogados, médicos, policías locales o ertzainas... no solo limpiamos o cuidamos, aunque esos trabajos también hacen sociedad».
A Prestaturik acuden muchas empresas y ciudadanos en busca de mano de obra. Entre las habituales está Colombiana de Limpiezas. Manuel Londoño es uno de los fundadores de una empresa familiar que ahora está dando el salto a convertirse en franquicia, con dos negocios abiertos o en vías de levantar la persiana en Bilbao y Madrid. En la capital alavesa cuentan con una plantilla estable de 20 personas.
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Resuelto y risueño, vino en 2000. Tenía 23 años. Llegó llamado por su hermano Carlos Mario que acabó en Vitoria por casualidad y acabó enamorado de la ciudad. «A la semana de estar aquí, me dijo que me viniese, que era una ciudad maravillosa», rememora. Tras trabajar en oficios varios y aún sin papeles, fue entrando en el mundo de la limpieza. «Entonces pocos españoles y a veces tampoco los migrantes, querían trabajar en ese sector. A mí me gustó y además ví la oportunidad de crecer». Dicho y hecho, fundó su empresa y no ha parado.
Futbolero de pro, hace unos años se apuntó con su hermano y otros familiares y amigos al torneo de Fútbol 7, que patrocinaba EL CORREO. Sigue ligado al balompié y queda habitualmente para echar partidillos. El deporte es parte importante de la vida de muchas de estas familias con raíces al otro lado del Atlántico. Los hijos de Elizabeth Sánchez Terranova suelen unirse a esos encuentros. Ella llegó a Vitoria hace 21 años, «dejando allá» a sus entonces niños. Tardó cuatro años en traérselos. Hoy ambos viven y trabajan en la ciudad que les acogió. «El mediano se ha casado y el mayor contraerá matrimonio en junio en la iglesia de Santa María que para nosotros es un lugar muy especial. Allí siempre nos han acogido bien».
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La parroquia de la Catedral Vieja es uno de los puntos de encuentro con compatriotas y con otros migrantes. Sus feligreses viven la fe con un fervor perdido en muchas iglesias de la península. Fidel Molina, diácono permanente y coordinador del programa Berakah, explica que «ellos hacen revivir las comunidades cristianas. Muchas personas vuelven a las misas porque estos 'nuevos' fieles dan vida a los templos», describe. Basta asomar la cabeza por Santa María, un domingo cualquiera. Colombianos, ecuatorianos, dominicanos o nigerianos se mezclan con vitorianos de toda la vida que acuden hasta llenar los bancos. Y llegan no solo del barrio más próximo, «sino de otros más alejados porque el ambiente que se ha creado les gusta».
En la misa del domingo, de nuevo se nota esa red invisible que les une y les aporta esa pizca de calidez que el invierno vitoriano congela. Los hay que peinan canas, llevan de la mano a los nietos y acumulan décadas en la ciudad. Se mezclan con novatos como Santiago Rodas. Llegó a Vitoria hace casi dos años. Recién alcanzada la mayoría de edad, sueña con ser músico o cocinero y acude a Santa María cada domingo con su madre. Disfruta del oficio y participa de la celebración tocando una especie de bongó.
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Con gran parte de su tiempo ocupado en estudiar, se define como un chico «tranquilo y casero». Eso no quita para que algún fin de semana salga con sus amigos. Lo normal, como también lo es que busquen establecimiento de ambiente latino, en los que pongan la música que ha sido referencia de su cultura y de su vida. «Solemos ir a algunos que hay en la zona de la Virgen Blanca, donde ponen salsa, ballenato, cumbias... Nos acerca a Colombia», evoca.
Discotecas, bares y restaurantes se han convertido en parte de ese entramado de espacios que actúan como punto de encuentro y apoyo. Cada barrio cuenta con los suyos, pero Elizabeth Sánchez tiene uno al que acude asiduamente. Es el Bluebber Bar, más conocido como 'Donde Leo', regentado por el matrimonio que conforman Marlene Serrano y Leonardo Cárdenas.
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Se trata de un local familiar en el que lo mismo se puede degustar un plato de la tierra, que ver un partido de fútbol o tomar unos tragos. «El ambiente depende del día. A veces se baila, a veces se está más tranquilo, pero siempre en concordia», cuenta Leo. Él llegó a Madrid, pero la falta de trabajo y el amor le animaron a instalarse en Vitoria, donde lleva cuatro años. Los primeros con los papeles sin regularizar y enlazando trabajos de todo pelaje. En su país había sido gerente de un local hostelero y le gustaba el negocio así que Marlene le animó a poner en marcha el suyo propio.
Como buen hostelero que se precie conoce a casi todos sus clientes y sus familias, pero también a la gente del barrio que pasa por el bar a «ver fútbol o a degustar un plato de chicharrones con panceta, que es mi plato estrella», presume. Leo y Marlene son 'aitas' de una pequeña vitoriana de tres años llamada Luciana, que empieza a chapurrear «euskera, inglés y castellano».
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Rincones como el suyo atenúan la 'morriña' pero no eran tan habituales cuando llegaron las primeras oleadas de colombianos, entre mediados de los 90 y mitad de los 2000. Ahora hasta es fácil encontrar alimentos o adquirir jeans recién llegados de la potente industria textil de la que presume aquel país. Dina Cozby está al frente de Stav Jeans, una tienda que abrió sus puertas hace un año en las galerías Itaca.
«A las mujeres colombianas y latinas nos gustan unos jeans que se adapten a nuestra figura, nos hagan sentir sexis y bonitas y sean cómodos», describe. Paradójicamente quienes más los compran «son las vitorianas, aunque también vienen de Bilbao o Logroño», cuenta. Desde que llegó, en 2005, la vida de Dina en la capital alavesa ha pasado por muchas fases. Dejó su Colombia natal donde trabajaba en una importante industria textil y cobraba «cuatro veces más que el salario base» para venir por motivos personales.
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Trabajó como interna, una etapa que recuerda como muy dura, y logró traer a sus dos hijos mayores, por entonces de 11 y 9 años. Escolarizados directamente en el modelo D, ahora son euskaldunes y han hecho sus vidas tras estudiar Administración de Empresas, él, y colocarse en una empresa de Jundiz ella. Ya en suelo alavés nacieron los más 'peques' de la familia, que ahora tienen 13 y 9 años.
Dina también forma parte de una extensa red social tejida por los fieles de la iglesia cristiana evangélica Confederación Internacional de Teoterapia. «Somos como una gran familia espiritual y nos ayudamos en todo lo que podemos. Si alguien está deprimido, necesita hablar, apoyo... lo que sea». Además están pendientes de los compatriotas que están llegado ahora y necesitan ayuda urgente. «Hacemos colectas de ropa, comida, si necesitan alojamiento urgente nos organizamos para buscarlo y los orientamos sobre sitios donde pedir ayuda», cuenta. Ellos creará, a su vez nuevos lazos que se entrelazarán y fortalecerán la sociedad vitoriana.
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