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Francisco Góngora
Martes, 13 de junio 2017, 02:17
En 1536, el conquistador alavés Pascual de Andagoya es enviado prisionero a España. Pero debía tener buenas influencias en la Corte de Carlos V porque el emperador en lugar de condenarle tras unas acusaciones serias que habían comenzado por Pedro de los Ríos, el nuevo gobernador de Panamá, le nombra Capitán General, Adelantado y Alguacil Mayor de la Gobernación del Río San Juan, en la costa occidental colombiana, que él había explorado en 1522. Las pugnas entre los conquistadores eran permanentes por conseguir prebendas y tierras y la Corona ejercía de juez, no siempre con buen tino.
Andagoya vuelve a Álava, su tierra natal había nacido en el pueblo del mismo nombre, en el valle de Cuartango en 1495 y cuenta las maravillas que ha visto desde que con 19 años se enroló en la expedición de Pedro Arias Dávila (1514) junto a otros 2.000 soldados que inicialmente iban a ser fuerza de choque en las guerras de Italia del rey Fernando, a las órdenes del Gran Capitán.
Las descripciones de las minas de oro y plata americanas despiertan la codicia de sus compatriotas y consigue enrolar para una nueva expedición a 60 hombres. Es muy valiente y le sigue un aura de héroe. Subieron con él al barco vecinos de Fontecha, Aperregui, Ondátegui, Manurga, Vitoria, Aprícano, Echávarri de Cuartango, Morillas, Délica y otras localidades. Cuando llegan a Panamá se suman a ella otros 150 tripulantes que toman de nuevo el camino de la costa de Colombia hasta llegar a San Juan.
En la bahía de Buenaventura funda el actual puerto, hoy la mayor instalación porturaia colombiana en el Pacífico. Desde allí se introduce con la expedición «por una tierra áspera entre los parajes abruptos de las sierras costeras» y llegan hasta Cali y Popayán. En esas zonas trata de convertir a los indios, a los que siempre defendió de otros conquistadores menos escrupulosos.
Sin embargo, la aventura alavesa acaba pronto. Los territorios que le habían sido concedidos para que los gobernara eran un imposible geográfico, fruto de algún error, según la excelente crónica que la Gaceta Municipal escribió sobre este personaje en 1995, al cumplirse 500 años de su nacimiento. La Corona ya había concedido estos territorios a otros de los adelantados como Sebastián Benalcázar quien lo apresó y lo expulsó de esa zona.
De vuelta a España permanece hasta 1546 cuando regresa y participa en la batalla de Xaquixaguana contra el rebelde Gonzalo Pizarro, hermano del asesinado Francisco Pizarro. En la contienda fue herido de gravedad y como consecuencia de una complicación en una fractura de la pierna, al parecer pateado por un caballo, murió el 18 de junio de 1548 en Cuzco en el ya conquistado Perú, cuyo nombre se debe en parte a él .
El fracaso de aquella expedición con acento alavés no fue el único en la aguerrida biografía de Andagoya. En 1522 había arribado a Chochama, una región al Sur de Panamá gobernada por un cacique. Loa indios le narran al explorador que todas las lunas llenas aparecen en canoas unos guerreros de la provincia de Birú que atacan sus poblados. Andagoya decide ayudar al cacique y se adentra en la selva en busca de los atacantes y de esas tierras que parecen ricas y pobladas.
Él mismo comenta la mala suerte. «Caminamos seis o siete días hasta llegar a aquella provincia que se dice Birú y subimos un río grande arriba, cerca de veinte leguas», escribió Andagoya. El explorador y sus hombres habían llegado a las fronteras del gran imperio de los incas, «una tierra nunca descubierta», relató en su diario. Todo hacía presagiar que el de Cuartango estaba destinado a tener un lugar de honor en el firmamento de la conquista americana. Sin embargo, todo se torció. Mientras navegaba en canoa por el inhóspito territorio en compañía del jefe indio la barca naufragó y Andagoya quedó malherido con lesiones que tardaron tres años en curar. Apenado por la situación Pascual regala la licencia de exploración al extremeño Pizarro, al manchego Almagro y al sacerdote Luque.
A estos tres le cubrió la gloria de la conquista del imperio inca, una hazaña increíble con la correlación de fuerzas de conquistadores y indios.
Pascual de Andagoya es una plaza de Vitoria para la mayoría de los vecinos de la capital alavesa. También es una ciudad colombiana a la que García Márquez dedicó una de sus últimas crónicas periodísticas. Pero se desconoce su gran historia y su fin en el más grande de los olvidos.
Pocos han descrito como Arturo Pérez-Reverte la realidad de aquella gran aventura americana. En uno de sus últimos artículos se refiere a gente como Andagoya y a los alaveses que le acompañaron de la siguiente manera: «Desembarcan dispuestos a eso: a hacerse ricos a sangre y fuego o a dejarse el pellejo en ello, haciendo lo que le canta el gentil mancebo a don Quijote: A la guerra me lleva / mi necesidad. / Si hubiera dineros / no iría, en verdad. Y esos magníficos animales, duros y crueles como la tierra que lo parió, incapaces de tener con el mundo la piedad que éste no tuvo con ellos, desembarcan en playas desconocidas, caminan por selvas hostiles comidos de fiebre, vadean ríos llenos de caimanes, marchan bajo aguaceros, sequías y calores terribles con sus armas y corazas, con sus medallas de santos y escapularios al cuello, sus supersticiones, sus brutalidades, miedos y odios. Y así, pelean con indios, matan, violan, saquean, esclavizan, persiguen la quimera del oro de sus sueños, descubren ciudades, destruyen civilizaciones y pagan el precio que estaban dispuestos a pagar: mueren en pantanos y selvas, son devorados por tribus caníbales o sacrificados en altares de ídolos extraños, pelean solos o en grupo gritando su miedo, su desesperación y su coraje; y en los ratos libres, por no perder la costumbre, se matan unos a otros, navarros contra aragoneses, valencianos contra castellanos, andaluces contra gallegos, llevando a donde van las mismas viejas rencillas, los odios, la violencia, la marca de Caín que todo español lleva en su memoria genética. Y así, Hernán Cortés y su gente conquistan México, y Pizarro el Perú, y Núñez de Balboa llega al Pacífico, y otros muchos se pierden en la selva y en el olvido. Y unos pocos vuelven ricos a su pueblo, viejos y llenos de cicatrices; pero la mayor parte se queda allí, en el fondo de los ríos, en templos manchados de sangre, en tumbas olvidadas y cubiertas de maleza», como muchos de aquellos alaveses que acompañaron a Pascual de Andagoya que además de conquistador fue explorador y geógrafo, marino y cartógrafo, especialmente en lo referido a las mediciones hidrográficas de las áreas costeras de Centroamérica. También fue el primero en fabricar barcos en aquellas tierras y dejó constancia escrita de las primeras referencias que apuntaban hacia el corazón del Imperio inca.
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