En ocasiones, a los responsables políticos les está dado tomar decisiones que pueden hipotecar las vidas de un buen número de generaciones, si no de todas las que están por venir. Es entonces cuando parece imprescindible que la ciudadanía esté convenientemente informada sobre asuntos que ... le incumben y que afectarán a su vida y la de los suyos "per saecula saeculorum".
Como saben, desde instancias gubernamentales han decidido perforar en busca de gas en tierras alavesas. Y hete aquí que para cavar y llegar al tesoro habrá que atravesar el acuífero de Subijana. El Acuífero de las Calizas de Subijana, según reza en la noticia de EL CORREO, constituye la mayor reserva de agua subterránea del País Vasco. Tiene una capacidad estimada de 72,5 millones de metros cúbicos el equivalente a 29.000 piscinas olímpicas y se ha erigido en un recurso estratégico fundamental en caso de emergencia para el abastecimiento alternativo de la ciudad de Vitoria.
Por eso, resulta incomprensible que ante el inicio de las perforaciones no se hayan alzado suficientes manos, como si preguntar fuera de mala educación y, genuflexos, nos postráramos ante el Altísimo Jaurlaritza y exclamáramos contritos: "Hágase en mí según tu palabra".
No hay que ser un MacGyver para colegir que esto de perforar el acuífero más importante de Euskadi no es como coger el taladro en casa para colgar un cuadro o hacerle un agujero al tiesto de cerámica para plantar un geranio. Ya debiéramos saber a estas alturas, se lo repetimos a nuestros hijos hasta la saciedad, que no es conveniente jugar con las cosas que no tienen repuesto. Máxime si sabemos, como sabemos, que si usted rompe algo debe pagarlo. Mientras que si lo rompe el Gobierno deberá abonarlo igualmente. Que Hacienda somos todos.
A nadie se le escapa que no es lo mismo diseñar un edificio, o denominar una calle, y hacerlo de modo más o menos eficiente, de forma más o menos chapucera, que cagarla por las patas de atrás con las cosas de comer. O de beber, como es el caso.
Entre otras razones, porque el propio documento ambiental del Gobierno Central reconoce «un cierto nivel de riesgo». Y me da que esta frase entrecomillada es la que luego se suele utilizar para escurrir el bulto nosotros ya lo advertimos, si algo se tuerce por el camino.
Lo que me molesta es que pueda estar operándose un gigantesco tocomocho respecto a la opinión pública. Porque una vez que todos los partidos políticos se pusieron de acuerdo en combatir el fracking para salvar la imagen ante el respetable y más que cabreado público, parece que lo que se ha orquestado es una operación de vaselina que ríete tú de Durex y sus geles estimulantes.
Ahora la extracción se denomina convencional. Y yo, sabiendo que en las instancias gubernamentales hay mucho nivel a la hora de crear neologismos, traté de imitar su proceder para ver si el marketing colaba en mi banco de pruebas sociológico. O sea, en la cocina de mi casa. Y así, como quien no quiere la cosa, me dirigí a mi Santa con voz de angelito y cara de cordero degollado: «Cariño ponme unos huevos fritos con chorizo y panceta». Ante el gesto esperado y abiertamente hostil de mi mujer, pasé a la «estrategia gubernamental» para abordar mi plan B. «Bueno en tal caso ponme unos huevos fritos convencionales, mi amor».
Todavía me duelen las cervicales. Y menos mal que la casualidad quiso que ella sólo tuviera la espumadera en la mano en aquel momento. Que si llega a tener el rodillo de amasar, o la sartén nueva de teflón que compramos en Alza, me desgracia para los restos. Y yo me dije que si esto no cuela en mi casa, cómo será posible que la inmensa mayoría haya comprado pulpo como animal de compañía, y "convencional" como perforación tipo polvo venial, modelo misionero.
Y es que la "postverdad" lo está intoxicando todo. Cambia el nombre de las cosas y habrás dado el primer paso, parecen argüir los asesores de comunicación. Este proceder, a mí que soy hombre de letras, me trajo a la memoria las clases de lengua de aquel profesor de Barbastro con quien tanto aprendí a amar las palabras. Con tanta paciencia como amor por sus alumnos, el "profe" nos explicaba la magia de la lingüística. Y como si de un arte se tratara, intentaba que entendiéramos lo que era un prefijo y un sufijo y el modo en que con ellos se tallan las palabras como un artesano esculpe la madera o un escultor cincela el mármol.
Como ejemplo paradigmático de sufijo, nuestro maestro siempre echaba mano del uso aragonés del sufijo negativo como ejemplo de creatividad lingüística. Saboreando cada palabra con delectación, nos explicaba cómo en su comarca, para negar algo, lo afirmaban para, a continuación, utilizar el sufijo de forma genial. O sea, que para decir "no" decían "sí", pero añadiendo el sufijo "por los cojones".
Por eso, y superando aquel "Garoña, no gracias", a modo de homenaje póstumo a mi "profe" de lengua, he acuñado este nuevo modelo de "postverdad", más moderno, racial y creativo: "Convencional, sí. Por los cojones".
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