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Jorge Barbó
Lunes, 5 de diciembre 2016, 17:24
Aquí, cuando uno llega a las manos con un tipo, los puñetazos suenan con un ZAS!!! , incluso con algún violento PUMMM!!! si la cosa va a mayores. Cuando a un camarero poco experimentado se le cae una bandeja llena de pequeñas copas de pinaud -¡Mon ... dieu!, qué desperdicio-, un PATAPLAFFF! se dibuja en el aire. Y ese dichoso gallo que se encarga de despertar al personal al alba lo hace con un sonoro CO-CO-RI-CO!, que los gallináceos por estos lares no cantan el cañí qui-qui-ri-quí.
Estamos en Angoulême, en la primera parada de esta francesísima escapada a la región de Poitou-Charentes que EL CORREO le ha preparado. Pero antes de comenzar a patearla, debería acercarse a ella como quien abre un gran cómic de loquísimas dimensiones en el que cada calle es una página y cada edificio, una viñeta.
Y ahora, sí, entenderá lo de las onomatopeyas, o por qué Lucky Luke le sale al paso en esta ciudad consagrada al Noveno Arte. O por qué demonios a alguien le ha dado por cubrir las paredes más anodinos con una veintena de murales inspirados en héroes más allá de la casa Marvel. Y ya no le resultará tan sorprendente que su principal arteria comercial fuera rebautizada como Avenue Hergé, el tipo que engendró a Tintin, que era belga, pero a nadie parece importarle. Gosciny, el padre de Astérix y Obélix junto a Uderzo también tiene calle. Y el Corto Maltés hace de vigía desafiante del Charente, que uno casi tiene de pedirle permiso para franquear el puente que da acceso al Museo del Cómic, principal atracción turística del lugar.
La tienda del museo
Se trata de una antigua fábrica de cerveza reconvertida en un paraíso para el amante de la novela gráfica. Dentro le apabullarán con datos y curiosidades sobre la historia de la BD -"bande desinée", así llaman al cómic en Francia-. Entre y aprenda, que el que escribe le espera en la tienda. No es ninguna barbaridad llegar a la conclusión de que es de lo mejor del espacio. Porque va mucho más allá del típico sitio donde se despachan souvenirs de dudosísimo gusto. Como en la mejor librería especializada, sus estanterías están repletas de títulos clásicos, rarezas y joyas como ese "Come Prima" que se llevó en febrero el Fauvre d"Or, el premio del prestigioso festival que aquí se celebra, y que usted se llevará a casa si acepta este consejo de amigo.
Habíamos quedado en que Angoulême era un gran cómic. Y el visitante puntillloso diría que en todo caso se trata del boceto, que alguien se olvidó de colorear. Porque todo aquí es muy blanco, casi inmaculado. Es culpa de esa piedra calcárea que viste a la ciudad de un permanente traje de gala, como los pomposos vestidos de la boutique nupcial "La belle marriée", en el 16 de la rue de l"Arsenal, justo detrás de bellísimo Ayuntamiento levantado sobre el antiguo castillo del que sólo se conservan dos torreones, con sus alrededores tapizados de alfombras de impoluto césped y parterres de flores de colores de combinaciones imposibles.
Sale el sol
Como en los mejores libros, con Angoulême no conviene caer en el error de quedarse en la portada. Porque, en un primer y precipitado paseo, la calma que reina en el ambiente puede hacerle creer que está ante una más de esas ciudades de provincias, sumida en un aburridísimo letargo, en la que la Emma Bovary de turno se vería abocada al fornicio infiel para matar el rato. Pero no. Porque a la que se asoma algún rayo de sol despistado, la gente comienza a brotar de la nada, como si fueran dibujados a toda prisa. Y toman las encantadoras placitas, como la de Francis Louvel, con el imponente Palais de Justice al fondo, llenándolo todo de un jolgorio comedido y aromas a pinaud, café y cognac.
Angulême (Francia)
Dónde
Desde Irun, 340 kilómetros.
Cómo llegar
La ciudad se encuentra a poco más de una hora en tren de Burdeos. Lo más cómodo es tomar un TGV desde Hendaya hasta Bordeaux-Saint Jean y allí hacer transbordo. Horarios y tarifas es.voyages-sncf.com.
Información turística
www.angouleme-tourisme.es
Dónde dormir
Cadenas hoteleras como Ibis ofrecen camas en la ciudad a precios razonables, pero si busca un lugar con encanto, su sitio es el Hôtel du Palais. No se deje engañar con su fachada de aire decadente. Tampoco por su zaguán de colores que rozan el delirio. A partir de 76 ? podrá hacer noche en habitaciones singulares, con mucho charme en pleno centro de la ciudad. www.hotelangouleme.fr.
Dónde comer
Estamos en Francia, mon ami. Y lo difícil por aquí es no toparse a cada paso con una panadería con pecaminosos brioches, con una crepèrie con lujuriosos bocados dulces y salados. O con un mercado como el de la ciudad del cómic repleto de delicias gourmet. Pero si se trata de comer en serio, sin salir del centro histórico, en la rue Saint-André, encontrará un par de sitios interesantes. Si es de los que valoran más el dónde que el qué comer, el bistró de diseño Le Saint André, en el número 6, les seducirá antes de probar bocado. El que huye de las imposturas disfrutará en el Passe Muraille, justo enfrente, en un bistró de verdad, repleto de antiquísimas portadas de revistas. Allí, compartiendo casi mesa con el de al lado, el dicharachero maître le recomendará los platos directamente de una gran pizarra. Si entre los platos del día toca grattons charentais, está de suerte. Rozará el cielo. Palabra.
Siga pasando páginas de Angoulême a pie, que es como se debe descubrir esta ciudad en la que todo está a cinco minutos andando. Y entrará en encantadoras iglesias, como la de Saint Martial, en la que la solemnidad de su regio púlpito caoba contrasta con lo doméstico de sus sillitas de anea, como en una suerte de sagradísimo tablao flamenco. Se adentrará en la historia de la ecléctica catedral de Saint Pièrre, cuatro veces derruida, cuatro veces construida. Y paseará hasta el monumento a Carnot, para divisar una hermosa panorámica de la campiña que abraza a la ciudad.
Un poco exhausto, al caer el sol, alrededor del mercado, en garitos como el Café Chaud, el visitante se mezclará con universitarios y artistas ligados al mundo del cómic, que caldean el ambiente incluso entre semana. Se habrá tomado una o dos bièrres pression. O incluso unos vinos de la región -o algún Bordeaux, que también está cerca y, siendo sinceros, no hay color-.
Y ya en la habitación del hotel, los ojos le pesarán. Y uno se sorprenderá en la cama sumido en un dulce sueño, en el que, claro, los molestos ronquidos se convertirán en un suave y delicado ZZZZzzzzzzz.
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