María José Pérez
Sábado, 8 de octubre 2016, 04:38
Agustín Azkarate exporta sus conocimientos por el mundo, ahora en concreto por Sudamérica. Lo hace sin descuidar la UPV y Álava, a cuyo campus llevó a un impulso científico que debe formar parte de los numerosos epígrafes que componen su currículum. Por toda su trayectoria ... en el territorio, el catedrático y arqueólogo, vizcaíno de nacimiento y alavés de adopción, se ha hecho merecedor, coincidiendo con el inicio del curso universitario, del premio Alavés del mes de septiembre.
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A alguien que ha recibido numerosos e importantes premios y reconocimientos, ¿qué le supone éste más modesto?
La noticia me pilló en los Andes peruanos, en Machu Pichu, donde habíamos sido invitados por el gobierno de Cusco. Llevo algunos años desarrollando nuevos proyectos de investigación fuera de Álava, en tierras americanas o en otros territorios históricos como Bizkaia, y el reconocimiento de EL CORREO me devolvió a mi lugar de adopción durante los últimos 30 años. Gasteiz es una ciudad que me hace sentirme bien y todo lo bueno que provenga de aquí me reconforta.
Acaba de llegar de Buenos Aires. En Sudámerica está desarrollando proyectos. ¿Qué es lo más destacado que está haciendo allí?
El grupo de investigación que dirijo tiene compromisos en todo el continente americano. En Canadá estamos retomando el apasionante e importante tema de los balleneros vascos, con el apoyo del Departamento de Medio Ambiente y Política Territorial del Gobierno vasco. Pero es en tres países de Latinoamérica donde nos hemos centrado especialmente. En Perú estamos trabajando con las comunidades quechuas de Pisac y Ancahuasi en colaboración con la Universidad Católica de Lima. En Uruguay estamos centrados en el estudio de distintos paisajes culturales en la región de Salto. Y en Argentina llevamos años en dos proyectos de gran relevancia para la historia de aquel país: no lejos de Rosario estamos excavando el primer asentamiento europeo de aquella región, el Fuerte Sancti Spiritus, y en la ciudad de Buenos Aires, estamos embarcados en el descubrimiento de la primera fundación de la capital argentina.
Los trabajos se enmarcan en la Cátedra Unesco. Con su currículum, ¿se la plantea como la última etapa profesional?
Pues no lo sé. Pertenezco a una universidad con el lema más moderno e innovador que una institución científica puede tener: eman eta zabal zazu. Un lema que apela a la fraternidad con otras gentes y otros lugares y que nos recuerda que el conocimiento ha de ser siempre un conocimiento socializado y compartido. En lenguaje actual lo llamamos transmisión y transferencia, un reto apasionante. Seguiremos en ello mientras tengamos fuerzas.
Echando la vista atrás, ¿de qué proyecto tiene mejor recuerdo?
La excavación durante años de la importante necrópolis alavesa de Aldaieta fue un hito científico inolvidable por la importancia que ha alcanzado para la historia del País Vasco. La catedral de Santa María fue la oportunidad con la que cualquier investigador sueña: una experiencia increíble cuyo carácter innovador se acrecentará con el paso de los años. Pero no puedo olvidarme de otros proyectos que están siendo igualmente relevantes, como el de la recuperación de las Salinas de Añana, por ejemplo, que nos deparará alegrías importantes en un futuro inmediato.
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«Auténtico privilegio»
Su trabajo más visible es el de la catedral San María, ¿es en el que más se plasma su filosofía y el método de la Arqueología de la Arquitectura?
Participar en este proyecto fue un auténtico privilegio: metodológicamente teníamos ideas claras e innovadoras, contábamos con unas instituciones comprometidas con el proyecto, una ciudadanía apoyándolo y un equipo humano de una calidad extraordinaria para ejecutarlo. La Arqueología de la Arquitectura defiende la idea de que los edificios históricos constituyen documentos que conservan la memoria de las generaciones que nos precedieron y que no deben ser intervenidos sin haber procedido antes a la decodificación y socialización de esa memoria petrificada durante siglos. Tuvimos libertad plena para poner en práctica estos y otros principios.
Acaba de abrirse al público la cripta, ¿qué opinión le merece?
Creo que la Fundación ha hecho un gran trabajo. El resultado me parece elegante y equilibrado en las formas y serio y preciso en el fondo. Quedan aún bastantes cosas que contar y mostrar sobre la historia de Vitoria. Pero para ello es necesario que el compromiso de las instituciones no decaiga.
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En el Casco Viejo, ¿le queda la espinita de que algo no acabó? ¿Qué está pendiente para que recupere todo su esplendor?
Las oportunidades que ofrece el Casco Viejo son tan grandes que siempre quedarán retos que plantear y objetivos por cumplir. A nivel más general, creo que aquella idea que propuse en su día de Vitoria-Gasteiz como la ciudad de las tres catedrales configura un relato de un enorme potencial que no hemos sabido rentabilizar todavía. Este podría ser un reto fantástico para los próximos años.
Como ejemplo de quien ha puesto la Universidad al servicio de los ciudadanos, ¿es fluida la relación Vitoria-Universidad?
Estoy convencido de que la relación entre las instituciones alavesas y el campus han sido siempre inmejorables. Vitoria-Gasteiz tiene su universidad pública en el corazón mismo de la ciudad. Y este corazón debe palpitar al unísono para trabajar por una ciudad mejor en el futuro.
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