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Sergio Carracedo
Jueves, 3 de marzo 2016, 11:41
Hay heridas que se curan rápido, bien y no dejan marcas. Otras no terminan de cicatrizar y acaban cerrándose en falso. Pero las peores suelen ser esas que se abren una y otra vez y le recuerdan a uno cuándo, cómo o incluso quién le lastimó. Esas heridas son más dolorosas si es el alma la que no deja de sangrar. Es lo que a menudo sienten los familiares de los cinco muertos de aquel dramático 3 de marzo: Pedro María Ocio, Francisco Aznar y Romualdo Barroso, fallecidos ese día, y José Castillo y Bienvenido Pereda, que murieron después, tras una larga agonía. Son ya cuatro décadas de duelo para unas familias que en su búsqueda de justicia se han sentido «muy solas». En ocasiones, lo único que les ha hecho compañía ha sido el dolor acumulado, la impotencia rumiada y las lágrimas lloradas con las que podrían llenar varias piscinas. Es tal el calibre de tristeza, de pena y de pérdida que sus heridas siguen abiertas a la espera de que algún día llegue ese anhelado bálsamo reparador. Este es el erlato vital de aquellos jóvenes cuyas vidas quedaron segadas en los sucesos de Vitoria del 3 de Marzo de 1976.
Francisco Aznar Clemente
Francisco Aznar Clemente fue uno de los 5 trabajadores que resultaron muertos por disparos de la Policía Armada, a la puerta de la iglesia de San Francisco, en Zaramaga, donde se celebraba una asamblea pacífica de trabajadores, que fue disuelta de forma violenta. Aquel trágico 3 de marzo de 1976 que tiñó de sangre las calles de Vitoria, Francisco recibió un balazo en la cabeza, según consta en la autopsia, que acabó con su vida.
Con apenas unos meses de vida, Francisco se trasladó junto con su familia de su Sama de Langreo natal, en Asturias, a Vitoria, donde creció y estudió. En la fecha de su muerte, sin haber cumplido la mayoría de edad, Francisco Aznar estaba estudiando y trabajaba como operario de panadería en Panificadora Vitoriana. Fue el más joven de los cinco trabajadores que murieron por disparos de la policía tras el desalojo de la iglesia de San Francisco.
Francisco era el primogénito y el único varón de una familia de origen andaluz y extremeño que, antes de recalar en Vitoria, había residido en Asturias. Vivía con sus padres y sus dos hermanas, Marta y Ana, en un piso de Reyes Católicos, en Zaramaga. Allí jugaba por las noches con la benjamina a «indios y vaqueros. Era muy buen chaval, cariñoso y muy futbolero».
Francisco Aznar, de 17 años, cayó abatido a las 17.20 horas, según su certificado de defunción, unos metros más allá del monumento. Murió allí mismo. El cadáver del joven fue trasladado a La Previsora donde confirmaron el fallecimiento hacia las siete de la tarde. Posteriormente fue trasladado al depósito de cadáveres del Hospital Civil.
Pedro María Martínez Ocio
Pedro era «muy extrovertido y chuflero» y disfrutaba de las fiestas como blusa. «Era muy deportista. Medía más de 1,80 y jugaba al balonmano en el Vitoria y al baloncesto». Hablaba francés, ya que estuvo cuatro años interno en la Bretaña. Estudió también en Jesús Obrero. Vivía en El Prado con sus padres, Isidro y Leoncia, pero tenía planes de boda con su novia Inma.
Aquel trágico 3 de marzo de 1976, los disparos de la Policía Armada acabaron con la vida de este vitoriano que había nacido solo 27 años antes, en 1949.
Martínez Ocio era trabajador de Forjas Alavesas, una de las empresas en huelga desde el 9 de enero. Pedro María, hijo de Isidro y Leoncia, de 27 años recién cumplidos (14 de febrero), de largas patillas y poblada perilla morena, residía en la calle Fray Francisco y tenía previsto contraer matrimonio en breve plazo. Sin embargo, no pudo completar su deseo de casarse.
El 3 de marzo del 1976, hacias las 17 horas, la iglesia de San Francisco fue desalojada por la policía. Fue el primero en morir. Corría huyendo de la iglesia y cayó donde actualmente se halla el monolito de la plaza del 3 de Marzo, a la altura del número 7 de Reyes de Navarra. Presentaba un balazo en la espalda, a la altura de la quinta costilla del hemitórax izquierdo, según consta en la autopsia. Su cuerpo fue conducido al hospital de Santiago.
Su familia, en especial su hermano, José Luis Martínez Ocio, lleva años luchando para que se haga justicia.
Bienvenido Pereda Moral
Bienvenido Pereda Moral fue uno de los 5 trabajadores que resultaron muertos a consecuencia de los disparos de la Policía Armada a la puerta de la iglesia de San Francisco, en Zaramaga, donde se celebraba una asamblea pacífica de trabajadores que fue disuelta de forma violenta. Aquel trágico 3 de marzo de 1976 que tiñó de sangre las calles de Vitoria, Bienvenido se encontraba con su vecino y amigo José Castillo, que al cabo de unos días también murió en el hospital.
En el momento de los disturbios y de los disparos también se encontraba junto a su amigo, ya que la misma bala que le atravesó el pecho y la médula a Bienvenido le destrozó el hígado a José Castillo. Según la versión de su familia, Bienvenido Pereda presentaba además dos tiros en una pierna.
Pereda fue ingresado en el Hospital a las seis de la tarde del día 3 de marzo y quedó hospitalizado con «herida de bala en el abdomen». Permaneció ingresado en el centro asistencial, donde cumplió 32 años, el 20 de marzo, y «evolucionó favorablemente». Sin embargo, la mejoría «se vio alterada por ciertas complicaciones provocadas por una septicemia -una infección grave y generalizada-, que le originó la muerte», según publicó entonces El Correo.
Si José murió a los cuatro días de los hechos, el 7 de marzo, Bienvenido lo hizo al mes siguiente, el 5 de abril, en el hospital Santiago de Vitoria. Este trabajador de la empresa Grupos Diferenciales, natural de Salazar de Anaya (Burgos) dejó viuda y un huérfano de solo 13 meses.
El de abril, a las cinco y media de la tarde tuvo lugar el funeral, que fue «una gran manifestación de duelo», tanto que la misa tuvo que celebrarse en la iglesia de Belén, en Zaramaga, debido a la gran cantidad de personas que acudieron al sepelio y que hizo imposible celebrarlo en la parroquia del Buen Pastor, a la que pertenecía Bienvenido.
Finalizado el funeral, se organizó el cortejo, encabezado por cinco coronas y varios ramos de flores. Cerca de la residencia de Arana, camino del cementerio de El Salvador, se despidió el cortejo. Cuando un grupo de personas se dirigía hacia el centro de la ciudad hizo acto de presencia la fuerza pública, que obligó a que se disolviesen en pequeños grupos, sin que se registrasen incidentes. En el cementerio de El Salvador tuvo lugar la inhumación de los restos mortales de Bienvenido.
José Castillo García
Aquel trágico 3 de marzo de 1976 que tiñó de sangre las calles de Vitoria, José dejó su domicilio en la cercana calle de Reyes de Navarra para retirar su coche recién adquirido tras ver acercarse una manifestación, según consta en las crónicas de entonces de El Correo.
Después de trabajar siete años en Suiza, José y su familia regresaron a España y se establecieron en Vitoria, allá por marzo de 1974. Andrea, su viuda, le recuerda como «la persona más maravillosa del mundo. Todos le adoraban, era un ejemplo para los demás evoca. Era muy trabajador, un buen padre y un hombre muy familiar y casero», resume.
En el momento de los violentos disturbios estaba junto a su vecino y amigo Bienvenido Pereda, que también resultó muerto al cabo de un mes. Cuando comenzaron los disparos permanecieron juntos, ya que el balazo que le destrozó el hígado a Francisco, le atravesó el pecho y la médula a Bienvenido. Tras cuatro días agónicos en el hospital, donde recibió la visita del entonces Ministro de la Gobernación, Manuel Fraga, falleció. Dejó una viuda y dos huérfanos.
Fue a las 7,30 de la mañana del domingo 7 de marzo cuando murió a los 32 años este trabajador de la empresa Basa, filial del grupo Arregui. Este salmantino, nacido en Morasverdes, fue la cuarta víctima de los sangrientos disturbios. Alrededor de diez mil personas asistieron al funeral oficiado en la catedral nueva por los cuatro trabajadores muertos hasta aquel momento, ya que faltaba uno fallecido más en la trágica lista. El funeral fue oficiado por el párroco de la iglesia del Buen Pastor, a la que pertenecía José Castillo.
Romualdo Barroso Chaparro
Ruma era un joven valiente y solidario, que apoyaba las luchas de los más necesitados. Trabajaba de día y estudiaba de noche. Sacaba buenas notas y dibujaba con maestría. «Le encantaban la historia, la geografía, los fósiles y la tortilla de espinacas con mahonesa». Ayudaba a los chavales de su barrio, Errekaleor, donde era muy querido. Era aficionado a la montaña y al ajedrez.
Romualdo Barroso Chaparro fue uno de los 5 trabajadores que resultaron muertos por disparos de la Policía Armada, a la puerta de la iglesia de San Francisco, en Zaramaga, donde se celebraba una asamblea pacífica de trabajadores, que fue disuelta de forma violenta. Aquel trágico 3 de marzo de 1976 que tiñó de sangre las calles de Vitoria, Romualdo se encontraba en la reunión que se celebraba en la iglesia de Zaramaga. Hacia las 17.15, la policía inició el desalojo y lanzó gases lacrimógenos al interior del templo. Ante el pasillo de policías armados a las puertas, algunos congregados rompieron las ventanas y muchos optaron por salir por ellas. Tras salir por una de ellas, Ruma, como lo conocían los más cercanos, recibió un balazo en la nuca que le salió por la frente y le destrozó la cabeza.
En aquel momento, tenía solo 19 años recién cumplidos y unos grandes ojos verdes que su familia no ha podido olvidar a pesar de las cuatro décadas que han pasado. Su padre, que pidió justicia hasta su muerte en 2014, recordaba a su hermoso hijo, al que miraban las chicas al pasar y que pintaba como los ángeles, trabajaba de día en Agrator -fábrica de maquinaria agrícola-, estudiaba de noche y sacaba buenas notas; aquel joven que ayudaba a los niños de su barrio, Errekaleor, y que les enseñaba a nadar en el río cercano; aquel chaval al que le gustaba la montaña, el ajedrez y las espinacas con mahonesa, murió de un balazo de la Policía, «cuando estaba allí para luchar por mejorar la vida de los obreros», recalcaba su progenitor antes de su muerte a los 87 años.
Hoy tendría 59 años y probablemente sería un padre de familia. Pero ni su progenitor, ni su madre, ni sus hermanas, Blanca y Eva, le vieron hacerse un hombre. Y ese vacío abismal que dejó se ha transformado en una atmósfera de pena que se puede cortar con cuchillo y que llena cada rincón de la casa de los Barroso Chaparro. Sus fotos, sus sobresalientes dibujos, cuelgan de las paredes, y en un cajón se guarda la pequeña llave inglesa que llevaba en su llavero aquel maldito miércoles de ceniza de la Transición.
El mazazo para Faustina y para Romualdo, los padres del joven nacido en Brozas (1957) y crecido en Vitoria desde bien pequeño, fue tal que no han parado desde entonces de buscar justicia con intensidad. La misma con la que ahora siguen sus hermanas y la misma intensidad emocional con la que su padre recordó en vida, una y otra vez, el momento de ver la cabeza destrozada de su hijo en el hospital Santiago y el amargo trago de tener que decírselo a su mujer.
Del calor familiar de la vida de Romualdo se pasó, en unas horas, al traslado al hospital Santiago con un disparo de bala por el que fallecería a las once de la noche de ese mismo miércoles. En la toma de declaraciones, dos policías que reconocieron «conocer las muertes» y haber «identificado los cadáveres de los tres difuntos».
El informe de la autopsia de Romualdo Barroso Chaparro ratificó «los orificios causados por proyectil, y que esa fue «la causa de su muerte». Romualdo fue enterrado en el cementerio del Salvador.
Dos muertos en Basauro y Tarragona
Tras la muerte de los trabajadores el 3 de Marzo de 1976 y los días posteriores a manos de la policía en la igesia de Zaramaga de Vitoria, miles de personas se manifestaron en diferentes ciudades de España en protesta por los sucesos ocurridos. Estas manifestaciones se saldaron con dos muertos más: Juan Gabriel Rodrigo Knafo y Vicente Antón Ferrero.
Juan Gabriel Rodrigo Knafo fue un joven de 19 años que falleció el 5 de marzo de 1976 en Tarragona mientras huía de la represión contra una manifestación en denuncia de la Matanza del 3 de marzo. Juan Gabriel Rodrigo era un trabajador de la refinería. El 5 de marzo de 1976 tuvo lugar una manifestación en Tarragona con el lema «Vitoria hermanos, nosotros no olvidamos» que denunciaba la masacre ocurrida en la ciudad tres día antes. Huyendo de la carga policial, tres personas se refugiaron en un edificio de la calle Unio y una de ellas, Juan Gabriel, cayó al vacío. Los agentes que le perseguían fueron los únicos testigos de su muerte y ocultaron el fallecimiento durante horas hasta la jornada siguiente. La versión oficial trató después de criminalizar a la víctima justificando que su fallecimiento era consecuencia de un accidente, acusándole de haberse caído de la cornisa cuando lanzaba piedras a las Fuerzas del Orden Público.
Vicente Antón Ferrero fue un joven que falleció el 8 de marzo de 1976 por un disparo de la Guardia Civil en una huelga en denuncia por la Matanza del 3 de marzo. Vicente Antón era un joven trabajador natural de San Martín de Tábara, Zamora. El 8 de marzo de 1976 tiene lugar en Bizkaia una huelga en protesta por la Matanza del 3 de marzo, en la que paran 150.000 trabajadores. Unas 8.000 personas tratan de hacer una asamblea en Basauri y la Guardia Civil los dispersa utilizando armas de fuego. El joven es encontrado en el suelo gravemente herido, según testigos, un policía le disparó en cabeza a menos de siete metros. Vicente fue trasladado al hospital de Bilbao falleciendo minutos más tarde. Tenía 18 años.
Italia
El 14 de marzo de 1976, el movimiento estudiantil y la izquierda revolucionaria italiana habían convocado una movilización contra la matanza obrera de Vitoria. Los incidentes con la policía comienzan cuando la marcha llega al edificio que alberga la embajada española. Algunos manifestantes lanzan piedras y botellas incendiarias contra la sede diplomática española y para dispersarlos la policía italiana dispara fuego real. Dos jóvenes manifestantes (Luigi de Angelis y Giuseppe Gonnella) son heridos por lo disparos que también alcanzan mortalmente a un viandante de 53 años llamado Mario Marotta que, ajeno a la movilización, se encontraba en la zona.
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