Honorio Ruiz de Arcaute con su libro entre las manos

El coleccionista de palabras viejas

Honorio Ruiz de Arcaute, autor de ‘Antiguas Palabras Alavesas’, es elegido ‘Alavés del mes’ de EL CORREO por guardar como un tesoro voces en desuso y olvidadas

Francisco Góngora

Lunes, 11 de enero 2016, 09:35

Tras una larga vida como sacerdote y misionero y el mismo año que cumplía 85 navidades, Honorio Ruiz de Arcaute (Zurbano, 1930) ha podido publicar su libro gracias a su familia. Es una exhaustiva recopilación de voces que se han usado en Álava -algunas todavía ... se utilizan- pero que están desaparecidas del habla normal actual. La obra se llama Antiguas palabras alavesas y fue presentada en público a principios de diciembre con un gran éxito. La recaudación por su venta se destinará a las comunidades cristianas de Angola, donde Ruiz de Arcaute ejerció como misionero junto a su amigo y recordado obispo emérito de Malanje, Luis María Pérez de Onraita.

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Abadejada (Lagrán), Abantal (Erenchun), Abarajar (Lagrán), Abarcar (Urkabustaiz) Abarda (Zurbano). Estas son las primeras cinco voces que ha recolectado Honorio. Así hasta 6.000. Con su procedencia y su significado. Cita a todos los autores que antes que él han dedicado su tiempo a hacer lo mismo, desde López de Guereñu a Crispín Sáez de Cámara, Julián Olavarría, Alfonso María Abella, Ángel Martínez Salazar, Cesáreo Goicoechea, Federico Baraibar, Ricardo Velilla y Kepa Ruiz de Eguino, y agradece a sus muchos amigos que le iban recogiendo a modo de corresponsales todo lo que oían y les llamaba la atención.

Castellano y vasco a la vez, el libro de Ruiz de Arcaute demuestra claramente la mezcla de ambos idiomas en la formación de palabras que han utilizado los alaveses durante siglos. Por ejemplo, el libro recoge begui y la expresión ¡qué begui tienes!, por tener ojo, que se dice en Araia.

Es curioso que el niño Honorio comenzó a coleccionar palabras cuando su cultura rural mesetaria chocó con la euskaldun de sus compañeros vizcaínos de seminario. «Esta historia empieza cuando salí de Zurbano para estudiar en el seminario menor de Castillo Elejabeitia -hoy Artea (Bizkaia)-. Decía frases que eran normales en mi pueblo, pero allí producían extrañeza e hilaridad. Yo pasaba mucha vergüenza, así que hice una lista de voces prohibidas, las que no debía pronunciar. Cada semana apuntaba alguna», relata.

El pequeño seminarista fue llenando «un armario» de fonemas y conceptos que sólo debía utilizar en su querido Zurbano en vacaciones. Cuando descubrió que a los novelistas costumbristas españoles como Pereda o Galdós, que reproducían la manera popular de hablar de cada región, nadie les tachaba con rojo sus escritos, decidió no romper el «cofre» de su lista prohibida.

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Fue uno de los primeros misioneros diocesanos destinado a Angola, donde estuvo 20 años. Tuvo que regresar por enfermedad, pero allí dejó su sello de constructor de escuelas, dispensarios, escuelas y depósitos de agua. También estudió y publicó libros sobre las lenguas y las costumbres de las tribus que iba a catequizar. A su vuelta, Honorio se encontró en el desván aquella maleta llena de cuadernos infantiles con las palabras olvidadas y decidió crear un diccionario.

Estuvo a punto de abandonar el empeño «tras leer Voces Alavesas de Gerardo López de Guereñu. Entendí que no había nada que añadir», explica. La publicación del etnógrafo y gran fotógrafo tenía 170 voces diferenciadas que él había escuchado o investigado en viejos legajos y documentos. Pero algunos amigos le animaron. Guereñu hablaba especialmente de la Montaña, pero Álava es muy rica en influencias de todos lados, desde el euskera vizcaíno y guipuzcoano a las voces navarras, riojanas o más castellanas. No quería que en ese viejo granero de las palabras olvidadas entrara la polilla de los años.

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Honorio ama el debate y la reflexión lingüística. «Antes, cada pueblo tenía palabras y tonos propios. Ahora todo depende de las televisiones y de los programas, del cine, de la música o del turismo. Se incorporan fácilmente otras voces. Y los abuelos no se acuerdan de los refranes antiguos».

Curiosos hallazgos

Algunos de los hallazgos de Honorio son muy curiosos. La palabra morrosko, por ejemplo, usada para designar a la persona fuerte, en Álava tuvo la acepción de «huraño, esquivo que no mira de frente», pero ya nadie la usa con ese sentido. Galga tiene más de nueve significados, pero el más genuinamente alavés se refiere al del freno del carro antiguo de bueyes. Hay otras voces como carruquete -racimo de avellanas o cerezas- que sólo se encuentra en una zona muy pequeña (Murguía) y síncito es en Zurbano una planta forrajera para cerdos.

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El veterano sacerdote no quiere que todas estas palabras se olviden porque detrás de cada vocablo está nuestra propia historia, sonidos en el aire, un intento de interpretar la realidad de cada momento. «Si desaparecen, se va también un poco de nosotros. Es un diccionario contra el olvido», sostiene. Y por ese motivo, EL CORREO le ha elegido como Álavés de diciembre porque a su manera ha buscado como un arqueólogo el patrimonio lingüístico de un mundo casi desaparecido, una tarea digna de reconocimiento público.

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