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Iñigo Miñón
Domingo, 20 de diciembre 2015, 00:50
«Han sido 19 años, pero la vida corre tan rápido cuando eres feliz que se me ha pasado en un plis». Habla Iker Romero (Vitoria, 1980). Salió de casa con 16 y ha vuelto con 35 después de haber ganado todo lo que se ... puede ganar en el mundo del balonmano. Y más. La medalla de oro al mérito deportivo del Consejo Superior de los Deportes, por ejemplo. El broche dorado de una carrera de leyenda que le lleva a ser el Alavés del mes de ELCORREO.
¿Es raro el día después de una carrera de élite?
Hay a quien se le acaba el cuerpo, pero su mente aún actúa como jugador de balonmano. A mí no me ha pasado. Ya llevo muchas temporadas jugando con problemas en la rodilla y los últimos han sido forzando la máquina y estirando la goma al máximo. Yo notaba que no era el mismo y no es que fuera un sufrimiento continuo, pero el día a día ya era difícil, el nivel que daba ya no era el que me gustaría. Entonces, en vez de tener un bajón, me digo que lo hemos hecho lo mejor que hemos podido, estoy muy orgulloso y a otra cosa. Ahora es otra etapa diferente en la vida, ni mejor ni peor.
¿Qué diferencia hay entre su primera retirada anunciada y la definitiva?
La primera vez mi cuerpo me decía déjalo Iker porque estás al límite, pero mi mente me decía y si aguantas un asalto más. Me lo ofrecieron, me trataron increíble en Berlín y no me quería quedar con esa incertidumbre de no hacerlo por miedo a. Y súper orgulloso de esa decisión. Ahora tanto el cuerpo como la mente me decían Iker, déjalo ya. Ya no había dudas.
Lo de entrenar, ¿sólo con los pequeños de Coras?
Por ahora sí. A veces voy a ver entrenar a los chavales, estoy con ellos... ¿Ser entrenador en un futuro? Puede ser. Pero ahora mismo estoy contento con lo que estoy haciendo y me vale, no quiero abarcar demasiado.
¿Y qué quiere ser Iker Romero de mayor?
Padre. Y abuelo. Y ser feliz. Y que mi familia sea feliz. Nada más.
Desde fuera se ve al deportista de élite como un privilegiado. ¿Lo es?
Sí... Pero de esto podríamos hablar muchas horas. Por una parte sí que lo somos, hacemos lo que nos gusta, nos pagan por ello y nos sentimos muy valorados. He podido hacer muchas cosas que los demás no, he visto infinidad de lugares, conocido mucha gente... Por otras cosas cotidianas que igual no hemos podido hacer, que para otra gente es lo más normal del mundo, quizás no. Tan simples como pasar un fin de semana con mi familia en el monte o ir a visitar a un amigo. Eres un privilegiado, pero implica un sacrificio importante.
Nadie se acuerda, por ejemplo, de una rodilla lesionada.
Esa es una de la partes que la gente olvida. En un deporte tan físico como el balonmano, muy pocos jugadores que están tantos años en la élite acaban sanos. Y después viene lo duro. Con veinte años todo es jauja, juegas como un tiro y no te duele nada. Ahora con una rodilla como la que tengo yo tienes que cuidarte extremadamente para poder hacer una vida normal. Yo no puedo correr. Lo tengo prohibido y no podría correr 10 kilómetros, es inviable. Tienes que cuidarte, tienes unas secuelas físicas que te acompañan toda la vida. Los títulos se quedan en el museo, pero la rodilla viene conmigo siempre. Son los daños colaterales que tiene disfrutar de este deporte.
¿Es muy diferente el balonmano en Alemania?
No vamos a engañarnos, la Liga alemana es como la NBA en baloncesto. Patrocinios, televisiones, espectadores... Todo es diez veces por encima de España. Lo viven mucho más. Aquí también hubo una época de esplendor, pero no es comparable.
¿Barcelona, Berlín, Vitoria...?
Para vivir, Vitoria. He vivido ocho años en Barcelona, ciudad grande, y cuatro en Berlín, capital enorme. Pero se me hacía, sobre todo Berlín, muy grande. De mi casa al pabellón tenía hora y cuarto. Aquí vivo en el centro y hay veces que no necesito el coche en toda la semana. Mucho más cómoda.
Ha sido, y es, marca Vitoria.
Y orgulloso. Siempre he intentado llevar la marca Vitoria, la marca Álava y la marca País Vasco por todos los lados. Porque yo me siento vasco, sin entrar en temas políticos, siempre me he sentido vasco y español. Y llevar la marca de mi ciudad es un orgullo.
De su extenso álbum de recuerdos, ¿cuál es su foto favorita?
Tengo muchos recuerdos y trofeos, pero es más importante lo que tengo en la cabeza, las experiencias. Tengo todos los títulos y campeonatos en la cabeza, no necesito una foto. No tengo las medallas colgadas en casa, las tengo guardadas, no las exhibo ni para mí ni para la gente que me visita.
«Luchar contra la nada»
¿Se ha preguntado por qué llegó tan alto?
Creo que porque nunca me he dado por vencido, porque he sido perseverante y he luchado siempre a muerte. Nunca he tenido las mejores cualidades del mundo, nunca he sido alguien de decir éste va a ser la leche, pero nunca me he dado por vencido, ni con cinco operaciones de rodilla.
Marcharse con 16 años de casa no tiene que ser fácil.
No es fácil, pero lo veía claro. Me encantaba el balonmano y los estudios no se me daban bien, tirando a mal. Si te dan la oportunidad de luchar por una cosa que te gusta, el mayor error de la vida sería no probarlo. Si fallas, no pasa nada, pero no probar... Es como cuando me preguntan por qué he alargado el último año. Pues para no quedarme con la duda. Ya no me queda y vivo tranquilo. Has dado hasta la última gota de sudor, ya no había más. Perfecto.
¿Ha cambiado mucho la mentalidad de los chavales de ahora respecto al balonmano?
Sí. Pero ha cambiado la manera de enfocar la vida en general, no sólo el deporte. Si cuando yo salí con 16 años me teletransportan a ahora mismo, de cómo era yo a cómo son ahora en general, no me lo podría creer. Y no son cien años. El balonmano ya no lucha contra el fútbol o el baloncesto, como antes; ahora lo hace contra lo más peligroso, que es la nada. Sí que hay chavales que aún, con el esfuerzo de entrenadores y padres, entran en el deporte, pero hay una cantidad de ellos que están en la nada. Internet, videoconsolas... El no hacer nada. Eso es muy peligroso, no sólo en el deporte, sino en la vida. Si tienes doce años y no te gusta nada, mal empezamos.
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