Iñigo Miñón
Sábado, 12 de diciembre 2015, 01:12
«El pabellón sigue igual que cuando me fui, no se han renovado ni las espalderas», dice Iker Romero cuando evoca sus primeros partidos de balonmano en Corazonistas, con sólo 8 años, en el intento de emular los movimientos de su hermano mayor, Aitor. Ahora, ... con 35, acaba de recibir la medalla de oro al mérito deportivo del Consejo Superior de los Deportes (CSD). «Estoy orgulloso, es uno de los máximos reconocimientos que pueden dar a un deportista», asegura el jugador vitoriano, elegido Alavés del mes por EL CORREO. El brillante remate final de una carrera plagada de éxitos que concluyó en mayo con la conquista de la Copa EHF en el Füchse Berlín, el enésimo título de unas vitrinas personales que aguantan el peso de dos Ligas de Campeones, tres Ligas Asobal, cinco Copas del Rey y una Recopa de Europa, entre otros trofeos de relevancia, además del bronce olímpico en Pekín 2008 y un oro mundial con la selección española.
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Un camino de casi dos décadas que empezó por esos caprichos que el destino tiene reservados a los más grandes. En 1996, un corpulento joven de 16 años, mal estudiante y algo «bandarras», según definición propia, destacaba en el juvenil de los Coras, pero ni se le pasaba por la cabeza llegar a ser profesional. Ya había colgado los libros, de hecho, y limpiaba coches en la empresa de su padre. Hasta que el colegio organizó Las 24 horas de balonmano en Judimendi, un acto para promocionar este deporte entre los más jóvenes, que tenía como plato fuerte un amistoso entre el Portland y el Valladolid. Los juveniles hicieron de teloneros y fue tal la exhibición de Romero que el club pucelano le reclutó inmediatamente para su equipo senior. «Me faltó tiempo para irme», recuerda.
Pura pasión, dentro y fuera
El Balonmano Valladolid forjó aquel diamante en bruto durante tres años, el Ademar León lo pulió después y el Ciudad Real le terminó de sacar brillo para que se convirtiera en una leyenda en el Barcelona, que llegó a pagar un traspaso de 700.000 euros, la cifra más alta jamás pagada por un jugador de balonmano. Ocho campañas en azulgrana, jalonadas de éxitos colectivos e individuales. Mejor lateral izquierdo de la Liga, máximo goleador, doscientas veces internacional, 753 goles con la selección española... «No soy ni el que más lanza, ni el que mejor tira, ni el que más corre, ni el que mejor finta, ni el más listo... Pero tengo un poco de todo», apunta con sencillez cuando trata de enumerar las virtudes que le han llevado a lo más alto.
Pura pasión. En la cancha y en la vida. «Yo soy un tío que, cuando hay que entrenar y jugar, soy el que más se entrega. Pero cuando hay que estar con los amigos y disfrutar también soy el que más se entrega», añade a esa lista de virtudes deportivas. Que ponía el mismo entusiasmo para martillear la portería rival con la dinamita de su brazo derecho que para irse de caza en Baltanás (Palencia), su pueblo. Y, sobre todo, para estar con los suyos. Iker Romero ha sido un barcelonés más en la Ciudad Condal y se ha ganado el cariño de la entregada afición berlinesa en sus «cuatro años fantásticos» en la capital alemana, «pero como Vitoria no existe ciudad alguna».
Embajador nacional
Volvía siempre que sus compromisos se lo permitían, las cenas con sus amigos de siempre, los de Coras, eran sagradas y las visitas al colegio han sido una constante durante toda su carrera. Ahora ha regresado para quedarse, aunque su recién estrenado cargo de embajador de la selección en la Federación Española le seguirá moviendo por el mundo alrededor del balonmano. Sigue vinculado a la cantera rojilla, donde juegan sus dos sobrinos, echando una mano a Diego Martínez de Antoñana, el coordinador colegial, su amigo y su último maestro deportivo en Vitoria.
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Una estrella cercana. Extrovertido, carismático. Que, después de coleccionar títulos nacionales e internacionales, seguirá jugando el partido de veteranos de Corazonistas si su maltrecha rodilla le permite aguantar sus 195 centímetros y 94 kilos -está más fino ahora que en sus momentos de máximo resplandor deportivo-. 19 temporadas y cinco operaciones después, el cuerpo le dijo basta. Iker Romero ya es historia en el balonmano mundial, pero grabada con letras de oro. Ahora sólo espera que se le recuerde «como un tío que se ha entregado, que se ha divertido, que ha intentado hacer las cosas lo mejor posible y que siempre ha sido correcto con sus compañeros».
EL CORREO, que ha seguido durante todos estos años la larga trayectoria deportiva del jugador vitoriano, quiere sumarse a todos estos reconocimientos y ha decidido concederle el premio Alavés del mes de noviembre. Ayer mismo, Iker Romero fue galardonado por la prensa deportiva vitoriana junto a otros reconocidos jugadores de otras disciplinas.
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