Francisco Góngora
Martes, 17 de noviembre 2015, 02:06
Hacía tiempo que buscaba información sobre este hecho, ocultado por la prensa local, pero perfectamente registrado en la memoria de muchos vitorianos. Pedro Morales Moya en su infatigable búsqueda de datos en sus publicaciones sobre Vitoria tampoco pudo ver ningún documento que le confirmara lo ... que él sabía por el boca a boca. Pero el lo advirtió. Ocurrió y debió haber muchos muertos. Pero en plena Guerra Civil, el naciente régimen totalitario no podía permitir una propaganda en contra de sus intereses.
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Un libro publicado por el sacerdote y periodista Félix Núñez en 1998 da las claves del suceso, aunque de una manera parcial. Se trata de «Las Salesas en Vitoria, un regalo para la ciudad». Núñez recoge el diario del monasterio, un testimonio valiosísimo de primera mano sobre el terrible suceso y sus consecuencias. El relato vale la pena leerlo tal y como se escribió por parte de la monja redactora (excelente) del diario.
«El día 7 de agosto de 1937, a las siete de la tarde, se incendiaba el parque de artillería, situado a doscientos metros del Monasterio. El peligro era inminente. Las autoridades habían hecho desalojar toda esta parte de la población. Antes de que nos llegase esta orden nos habíamos reunido en el Coro para implorar la misericordia divina, sin saber aún a punto fijo lo que significaban aquellas terribles detonaciones.
Al poco tiempo de estar en oración, una explosión formidable hizo que todo vacilase a nuestro alrededor. Los cuadros cayeron, las puertas se abrieron por sí solas, y al hincharse la cortina de la reja, parecía que ésta caía sobre nosotras. Algunas hermanas quedaron tendidas en el suelo. El ruido de cristales rotos aumentaba la impresión en aquel momento trágico.
Nuestra Madre dio la señal para salir del Coro y bajar a los sótanos. Al pasar por el claustro vimos todo el patio enrojecido por las llamas del incendio y piedras enormes que volaban al impulso de las explosiones.
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Hacía un calor sofocante. Todas comprendimos el peligro en que nos hallábamos y, sin embargo, quedábamos tranquilas. Nuestro Señor nos daba una paz verdaderamente admirable, incluso a nuestras hermanas ancianas y enfermas a las que fue necesario sacar de la cama, vestirlas y hacerlas bajar al sótano, sin poderles ocultar el peligro.
A la hora ordinaria rezamos maitines en la lencería, por ser el lugar del monasterio más alejado del incendio, sin pensar en dejar la clausura; pero entonces fue cuando llegó la orden de las autoridades; nos disponíamos a acatarlas, cuando llegó un teniente de artillería anunciando que habían conseguido retirar del parque las bombas de gran calibre; con eso, el mayor peligro había desaparecido.
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Como todavía eran de temer algunas explosiones pequeñas, nuestras madres dispusieron que pasáramos toda la noche (que ya estaba muy avanzada) en la planta baja, sin subir a nuestras celdas.
A la mañana siguiente pudimos comprobar la magnitud del peligro en que habíamos estado. Solo un detalle entre mil: encontramos una bomba sostenida solamente por un listón del techo de la celda que estaba precisamente sobre la lencería donde habíamos pasado la noche. Otras bombas se encontraron en la huerta. Dos de ellas, en buen estado, las transformaron después en jarrones que durante varios años adornaron la imagen del Sagrado Corazón del antecoro.
Bombas como reclamo religioso
El uso de bombas sin explotar como reclamo religioso fue un clásico tras la Guerra Civil. Todavía cuelgan en la Basílica del Pilar las dos bombas sin explotar que fueron lanzadas por la aviación republicana en agosto de 1936. Algo parecido ocurrió con los proyectiles sin explotar de la huerta de las salesas. Al fin y al cabo fue algún ángel guardián quien permitió que no saliera por los aires el convento.
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El parque de Artillería era una dependencia situada en el antiguo cuartel de Santa Teresa, construido en 1886, y anterior al de Flandes (de 1893) que también llevaba el nombre del General Loma. Compartía espacio con Intendencia, un recinto con almacenes y edificios de la administración militar y el área de reclutas entre otros departamentos, lo que convertía a esta zona, el paseo del Cuarto de Hora en un bastión militar.
Está claro que durante la Guerra Civil, esta zona tenía una especial actividad. En agosto de 1937 ya se había iniciado la campaña de Santander y Vitoria servía de retaguardia y aglomeración de fuerzas y material de guerra.
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Lo sorprendente es que la prensa local no recoja nada de lo ocurrido. Como en otras ocasiones, como en el accidente del aviador alemán en la plaza de España, las nuevas autoridades ocultaron la verdad a los vitorianos.
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