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Saioa Echeazarra
Sábado, 17 de octubre 2015, 00:03
Trofeos, placas y un sinfín de fotografías copan las estanterías de Ramón Jiménez Martínez, ese popularísimo humorista babazorro que aún a sus 91 años tiene gracia para dar y regalar. Ahora que se cumple medio siglo desde que Zape recibiera el Celedón de Oro, EL ... CORREO ha engrosado su abultado palmarés reconociéndole como Alavés del mes.
Con las vivencias y anécdotas de este artista de la comedia se podrían llenar cientos de páginas. ¿Qué ocurrió un 23 de agosto de 1924?, le inquiría su buen amigo, el desaparecido José Mari Sedano, en una entrevista. «Pues que vine yo al mundo», respondía Zape. «Estaba mi madre en la plaza y dice ay Dios, ya está aquí el chico. Yo era uno más». Nació debajo de San Miguel, «por eso me dicen que soy un demonio». «No paraba en casa», rememoraba por aquel entonces.
De aquellas palabras se extrae «la imagen de un Zape chirigotero que no dejaba títere con cabeza, como puso de manifiesto por sus celebradas imitaciones que hacía de Franco en plena dictadura, amén de imitaciones a curas que tuvieron mucho predicamento en la Vitoria de la posguerra», recuerda su hijo Ramón. En efecto, «más de un chiste me ha originado problemas», solía comentar el comediante. «Se me ocurrió contar uno en la plaza de toros de un pueblo. Estaba yo con un periódico leyendo los anuncios y leí uno así: Colchones Fabiola, mantas Fabiola, sábanas Fabiola. Duerma con Fabiola y dormirá como un rey. Pues se armó la marimorena, subió la Guardia Civil».
«En otra ocasión tuve otro jaleo en el Circulo Vitoriano por una imitación del Caudillo. Era un Martes de Carnaval a las dos de la madrugada, no había muchos socios. Actué de payaso y la gente se reía y me aplaudieron, pero en el lavabo, cuando me estaba desmaquillando, me vino un policía joven y me dijo está usted denunciado. Bueno, pues qué vas a hacer».
Como de casta le viene al galgo, Joaquín, hermano mayor de Zape, explicó en una ocasión que su hermano había heredado el gracejo de la abuela de ambos, Emilia, conocida como Millana la cacharrera. «Millana fue un personaje con mucha sorna que tenía un puesto de cazuelas en la calle Mateo de Moraza. Además de por sus chanzas, se hizo famosa en Vitoria por haber resucitado siendo joven tras haber sido dada por muerta durante una epidemia», rememora Jiménez hijo.
¿Cómo ha cambiado la capital alavesa desde la época en la que Zape se prodigaba? Según describe su vástago, «los recuerdos de Zape reflejan una Vitoria minúscula en la que todos se conocían. Para que nos hagamos una idea, cuando mi padre abandonó al casarse el domicilio de Mateo de Moraza para ir a vivir a la Plaza de la Provincia, su madre le reprochó que se fuera tan lejos». «Era una época -prosigue- en la que las fiestas de La Blanca competían con las que organizaban los vecinos de las diferentes calles de la ciudad en honor a su santo patrón (San Mateo, San Antonio...)».
Una Vitoria en la que los actos públicos eran multitudinarios. «Zape podía reunir fácilmente a 8.000 niños en una plaza para un concurso o una de sus actuaciones». A falta de televisión, «los vitorianos acudían en masa a festivales en teatros, incluso los domingos por la mañana, y pasaban las veladas pegados a la radio. Por no hablar de la caravana de la Vuelta Ciclista a España, de la que Zape fue humorista oficial en varias ocasiones».
Con presos y enfermos
«Por lo que siempre ha comentado mi padre -relata Ramón-, sus mejores recuerdos no son tanto los relacionados con actuaciones ante grandes multitudes, sino sus ratos pasados a solas con enfermos, en particular niños, en sanatorios y hospitales». En una ocasión, a petición de una niña que iba a ser operada del corazón, «cambió el lugar de la actuación para que la pequeña pudiera seguirle desde la ventana». Zape también atesora buenas remembranzas y jugosas anécdotas de sus actuaciones en las cárceles con motivo de la festividad de la Merced. Por ejemplo, «cuando introducía coñac dentro de biberones que luego repartía entre conocidos suyos presos».
Otro recuerdo que siempre le ha gustado evocar es «el de sus actuaciones ante monjas de clausura, separado, claro está, por una celosía y sin más reacción de su inusual público que contenidas risitas. Hasta hubo un obispo de Vitoria que le pidió que actuara para él a solas», desvela Ramón hijo. Otra memoria imborrable para Zape es la recepción del Celedón de Oro. «El invitado especial y conferenciante para la ocasión fue Olmo, autor de Don Celes».
Pocos vitorianos ignoran cuál es el saludo característico del humorista: ¡Se vive!. Precisamente «hace poco Zape se despidió de Javier Cameno, quien había ido a visitarle a casa, con un ¡que vivas!», parafrasea. Así, «si algún mensaje o deseo transmite Zape a los vitorianos, es que simplemente vivamos, eso sí, sin tomarnos la vida en serio. Como buen bufón, el payaso, el humorista, pone de manifiesto el ridículo de quien se toma las cosas en serio».
El deseo de Zape es que «nos riamos más y mejor, que no nos tomemos tan en serio nuestras convicciones ni a nosotros mismos. Es posible que reírnos de lo que nos pasa, de lo que somos, nos haga mejores personas, o al menos nos haga más llevadero lo que somos. Todo es cuestión de probarlo».
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