Francisco Góngora
Sábado, 16 de mayo 2015, 00:35
En la historia de la lucha contra el alcoholismo y las drogas en Álava, el nombre de esta Hija de la Caridad, de 65 años, recién jubilada como enfermera de Osakidetza, quedará escrito con letras de oro. Nacida en Sasamón (Burgos), con 22 años, tras ... su preparación en San Sebastián, se incorpora a la comunidad que estas monjas tenían en la residencia de las Nieves y se especializa como enfermera en psiquiatría. 43 años después se ha jubilado, aunque sigue muy activa en su tarea de aliviar el dolor de los más necesitados en diferentes ONGs.
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El reconocimiento público a su labor, que la plasma EL CORREO con su elección como Alavesa de abril, sólo lo acepta Aurora como representante de un colectivo, sus hermanas Hijas de la Caridad, de la Paul Enea. «Porque además de mi fe y mi compromiso religioso pertenezco a una comunidad que me empuja, me anima y me sostiene a hacer lo que hago», dice.
-Además de monja, usted es enfermera. ¿Es mejor especializarse y tener una buena formación o servir para cualquier cosa?
-Nosotros decimos que para servir a los demás, hay que hacerlo siempre con dignidad. Hay que tener estudios y preparación. Está bien tener buena voluntad, pero si es con formación, mejor.
-Ha pasado 33 años en Las Nieves, que ustedes llamaban el arca de Noé porque llegaba de todo. ¿Cómo recuerda aquellos inicios?
-No tiene nada que ver con la actualidad. La residencia de Las Nieves estaba llena de huérfanos, de indigentes, madres solteras, de mayores, de discapacitados y de enfermos mentales. Dependía de la Diputación. Se cuidaba a los internos, pero no había tratamientos específicos ni profesionales. Yo he visto y vivido esa evolución afortunadamente, la creación de nuevas unidades, la salida de los distintos colectivos, la entrada de Osakidetza. Una verdadera revolución porque la locura antes era un problema social y empezó a ser mirada como una enfermedad. El cambio ha sido muy positivo.
-Usted dice que Álava ha sido pionera en el tratamiento de las enfermedades mentales.
-Sí, aquí se han abierto caminos nuevos y terapias eficaces.
Poco preparados
-El problema de la heroína, la cocaína, las drogas sintéticas, pilló desprevenida a la Administración.
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-En efecto. Tratábamos a la gente con delirium tremens por el alcohol, pero a finales de los setenta empezaron a llegar heroinómanos a decenas que primero habían ido a urgencias. Nos pedían directamente morfina. Nuestro desconocimiento sobre cómo tratar aquellos síntomas era total. Y los padres no sabían qué hacer. Fuimos aprendiendo todos. Primero, las desintoxicaciones. Vimos que era insuficiente. Se inyectaban allí mismo. Luego, el dispensario.
-Usted creó una relación especial con muchos de ellos.
-Estábamos nosotros o la policía. En comisaría decían «Sor Aurora nos atiende» y algún agente pensó que yo era cómplice de todos ellos. Pero en realidad, lo que había era una relación de respeto. Yo con mi hábito de monja atendiéndoles en todo momento les daba respeto y ellos para mí también lo merecían. Ha habido mucho dolor, en este asunto. Los he visto entrar en la droga muy jóvenes y morir por culpa de ella.
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-Hubo críticas cuando un grupo de drogadictos utilizó el Psiquiátrico como su sede para formar un conjunto musical.
-Sí, pero hay que entenderlo. ¿Quién iba dejar un local de ensayo a un grupo de drogadictos? Buscamos un anexo a Las Nieves y lo encontramos. Cicatriz resume lo que pasaba. Eran jóvenes con vitalidad, con ideas, con ganas de marcha, pero la droga los consumía. La heroína, lo físico. La cocaína, lo psicológico.
Salir del ambiente
-Usted dice que más que la droga lo que arrastraba a aquellos jóvenes era el ambiente.
-Estar las veinticuatro horas del día pensando si tienes la sustancia o no, si me encuentro bien o mal. Cuando abandonan la droga les cuesta más quitarse de ese ambiente que dejar de consumir.
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-Se ha jubilado, pero sigue en la Comisión Anti Sida, en la Casa Abierta, los visita en la cárcel.
-Para mí es muy importante continuar con esa labor. Falta gente que les escuche y a mí me gusta hacerlo. Han hecho algo malo, lo están pagando, pero no dejan de ser personas con sentimientos, que sufren. Muchos no tienen a nadie.
-¿De dónde saca la fuerza para seguir adelante?
-Soy religiosa. Una hija de la Caridad y todos lo saben. No soy una madre que sufre por el hijo que se ha equivocado en la vida. Yo me alimento de mi vida consagrada, de la oración, de Jesús, de mi fe. Y especialmente de mi comunidad, de mis hermanas. Yo puedo hacer esta labor porque hay alguien que me cuida a mí, que tiene la comida preparada, que me escucha a mí.
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-Usted sintió la necesidad de contar toda su experiencia y la del centro de tratamiento de toxicomanías de Álava y se escribió un libro sobre esa lucha.
-Sí, creo que hay que dejar un legado en la vida. Yo soy una afortunada y testigo de un gran cambio. Esa labor de equipo, ese momento de transformación de la psiquiatría. Nuestro centro fue pionero y modélico. Desde Vitoria abrimos caminos que otros han seguido.
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