Sor Aurora.

Una vida abrazando el dolor

EL CORREO distingue a sor Aurora Herrera, 'Alavesa de abril' por una vida dedicada especialmente a luchar contra la droga

Francisco Góngora

Domingo, 10 de mayo 2015, 09:34

«Siempre queda un resto en la vida. Esa gente que no entra en ningún baremo utilizado por las instituciones, que carece de desempleo, de RGI, de familia que le apoye, que no cabe en ningún traje al que el Estado pueda asistir. Ahí es ... donde estamos nosotras». Aurora Herrera es monja, Hija de la Caridad. Su carisma, el de San Vicente de Paúl, es dedicarse a los más pobres entre los pobres, sabiendo a quién corresponde en cada momento ese título. Por su callada y valiosa labor, EL CORREO la ha elegido como alavesa del mes de abril.

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Nació en Sasamón (Burgos) hace 65 años y con 22 ya estaba en Vitoria, en concreto en la residencia de Las Nieves, donde se unió a la comunidad de las Hijas de la Caridad que atendían a lo que popularmente llamaban arca de Noé, es decir, huérfanos, enfermos mentales, madres solteras, ancianos desvalidos, y todo aquel que no tenía donde caerse muerto. La revolución psiquiátrica empezaba a vislumbrarse y el viejo asilo se vaciaba de los otros colectivos.

Al mismo tiempo, Aurora estudió enfermería en Santiago con la especialidad de psiquiatría, una formación que sirvió a la joven hermana para enfrentarse con criterio a su misión de ayudar a los enfermos mentales. «Era miedosa. Andar por aquellos pasillos de Las Nieves de noche imponía. Pero lo superé. Sólo pensar lo que le podía ocurrir a alguno si no estaba bien atendido me hacía olvidar el miedo. Entonces, el problema no eran las drogas sino los terribles delirium tremens de los alcohólicos. Nos los traían a Las Nieves a cualquier hora. Nosotras vivíamos allí», relata Aurora.

Las Nieves se configuró ya en 1977 como Hospital Psiquiátrico, aunque oficialmente el nombre se le adjudicó en 1983 y a ella fueron llegando los nuevos profesionales. 400 de las 582 camas estaban ocupadas por internados permanentes. De repente, comenzó a entrar un grupo de adictos a las drogas con muchísimos problemas de conducta.

«No se sabía cómo actuar con ellos. Los toxicómanos estaban entre la vida y la muerte y te chantajeaban. Si le robamos a una anciana, tú tienes la culpa por no darnos heroína, nos decían. Es que nos lo exigían. Fue cuando llegó el doctor Miguel Gutiérrez y les dedicamos una atención especial, con un dispensario y curas de desintoxicación», cuenta.

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La dedicación de Aurora Herrera fue tan generosa que enseguida se granjeó un gran reconocimiento a su labor. Sus horarios eran flexibles y algunos de sus compañeros señalan que su disponibilidad siempre estaba más allá de las veinticuatro horas.

Su voluntad de querer avanzar y aprender llamaba la atención. Ella argumenta que a menudo solamente escuchaba. «Venían las madres de los toxicómanos a contar su dolor y yo simplemente les dejaba hablar. Traían esa angustia que no sabe uno donde depositarla. Ese dolor de las madres era tremendo».

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El periodista Josu Osés, dentro del libro dedicado al XXV aniversario del Centro de Tratamiento de Toxicomanías de Álava, escribió de ella: «la labor callada de sor Aurora es de las que a uno le hacen creer en la condición humana, en la lucha por la vida, en la honradez, en la entrega sin límites. Esta mujer dedicada a la causa humana en silencio, sin estridencias, sin perder su tímida sonrisa de la boca. Esta es la gente que empuja al mundo, pensé».

La intuición, primero, la experiencia, después, el conocimiento y la labor de equipo, fueron abriendo el camino. «Mis mejores maestros fueron los propios toxicómanos. Fueron tiempos muy duros», recuerda Aurora que sabía que tenía enfrente a personas que trataban de engañarla para conseguir sus objetivos: conseguir todo tipo de fármacos.

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El mazazo del sida

La aparición del sida lo empeoró todo. «Aquello fue un mazazo. Teníamos que decirles que los análisis daban positivo y eso era una condena a muerte al principio. He visto morir a muchos, a los que vi al principio de entrar en las drogas cuando eran jóvenes», relata.

Pero Aurora no sólo se ha dedicado a este colectivo. Realizaba visitas domiciliarias a pacientes y familiares. Es miembro colaborador de la comisión antisida. Apoya programas de reinserción de presos, con visitas a la cárcel, donde también escucha a los condenados. «Me gusta esa labor. Una persona comete una o más fechorías, las paga dentro de una prisión, pero en ella no deja de ser un ser humano que necesita ser escuchado, que tiene sentimientos, que ve que la gente se olvida de él».

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Aurora Herrera recibió un gran homenaje de sus compañeros de Salud Mental de Osakidetza con motivo de su jubilación el pasado mes de febrero. Allí se le reconoció como una mujer clave en el desarrollo de la psiquiatría en Álava, tanto en la lucha contra el alcoholismo, como en el abordaje pionero a las toxicomanías.

La alavesa del mes de abril ha mostrado su agradecimiento a EL CORREO por el galardón «porque ese reconocimiento es también a mi comunidad, a las hermanas que están detrás, que permiten con su labor que yo trabaje en la calle».

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