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Daniel González
Sábado, 18 de octubre 2014, 00:19
Con la cajita que contiene su posesión más preciada en las manos, Emilio Ipinza entra en el salón de su casa sin poder ocultar su entusiasmo. Y es que siempre revive con las visitas lo que le supuso la entrega de la medalla por parte ... del papa Juan Pablo II tras el concierto que la Coral Manuel Iradier ofreció al pontífice en su residencia veraniega de Castelgandolfo el 4 de agosto de 1985. «Aquello fue sensacional, increíble, y estuvimos con el papa como si fuera uno más. Tenía tanta amabilidad Era un papa», elogia con orgullo. Y no es el único tesoro que custodia en casa.
Al lado de su butaca favorita reposa la estatuilla del premio Celedón de Oro que le entregó Vitoria por su dedicación a la música, e Ipinza ya está buscando un lugar especial donde colocar el trofeo de Alavés del Mes concedido por este periódico por sus 53 años al frente de la coral. Un premio que recoge agradecido por el reconocimiento que le hace el mismo periódico que le ha acompañado en toda esa trayectoria. «En todos estos años tengo muchos buenos recuerdos con EL CORREO, nos hemos llevado siempre muy bien», evoca.
¿Cuándo se inicia en el mundo de la música?
Con seis años empecé como tiple en el conservatorio de Vitoria, que había formado la escolanía. Y de ahí pasé también a la catedral, donde estuve hasta los 14. Allí nos pagaban veintidós pesetas y media al mes, y nos daban un traje y dos pares de zapatos al año. A los 14, cuando me empieza a cambiar la voz, comienzo como tenor en la escolanía.
Es en ella donde empieza a gestarse la idea de formar la Coral Manuel Iradier.
Sí. La Excursionista Manuel Iradier celebraba todos los años un encuentro en la ermita de San Vítor. Yo era montañero, y un año me dijeron que viniéramos los de la escolanía, que habíamos formado un coro. Allí les dirigí, fue cuando empecé como director. Y hasta ahora. Fíjate, casi 54 años con la coral, con la que hemos recorrido medio mundo, y hemos ganado muchísimos premios. En Moscú estuvimos dos veces, y luego me invitaron otras dos veces más para dirigir a coros de allí. Teníamos muy buena relación.
Elogios de los rusos
Pero también lograron traer a Vitoria a un buen número de coros.
Aquí llegamos a organizar la semana coral, trajimos a muchísimos grupos que quedaron maravillados. Nosotros visitamos toda Europa, lugares como Moscú, que era grandioso, pero luego ellos venían a Vitoria y decían qué paz, qué bien se vive aquí. Y hasta los tuvimos en casa, porque como no había dinero para pagar el hotel los integrantes de la coral les invitamos a nuestras casas. Acogimos a uno o dos coralistas cada uno, durante una semana entera. Muchas veces nos entendíamos por señas, pero aprendimos algunas palabras. Estaban encantados.
Pero de todos los recuerdos de Ipinza, el más especial es el de Castelgandolfo. «Allí cantamos de todo. Parece que si vas allá tienes que cantar música religiosa, pero el papa nos dijo cantad todo lo que tengáis, canciones en vasco», evoca. Un logro que se suma a las giras por los países del bloque del Este, «lugares a los que casi ni se podía ir». La fama de la coral era tan grande que fueron a Polonia tres veces, pasaron por Hungría o la antigua Checoslovaquia. «Tenías que llevar una documentación especial». Aunque su sitio favorito para actuar siempre ha sido Vitoria. «Es una ciudad de conciertos, ha traído a grandes pianistas y violinistas», recuerda.
¿Cómo ve la actual oferta musical en la ciudad?
En Vitoria, la música está muy impulsada, y cada vez hay más coros y grupos. Pero hace años los dos que estábamos en la ciudad éramos nosotros y el coro Araba, que era sólo de hombres. Y es un orgullo ver cómo la música sigue siendo importante en Vitoria, me encanta. Aunque yo ya lo he dejado.
Crear un vínculo
Su última frase viene cargada de lástima. Con 81 años a sus espaldas, Ipinza no ha podido evitar jubilarse de su hobby. Ahora él será un espectador más de los conciertos de la Coral Manuel Iradier, donde conserva grandes amigos y un sinfín de anécdotas que promete sacar a relucir en aquellas cenas o encuentros en los que coincidan. Porque más de medio siglo con la batuta en la mano crean un vínculo que ni siquiera el retiro puede romper.
Y al igual que es el artífice de la mejor banda sonora que se le puede poner a Vitoria, en el resto de Álava, Ipinza también ha dejado su huella. Además de con la Coral Manuel Iradier, estuvo al frente del coro de Salvatierra y de la agrupación masculina de Llodio. «Eran muy buenos», elogia, contento de haber estado acompañado de los mejores talentos musicales en esta etapa tan larga
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