Retrato de Ramón María de Urbina y Gaytán de Ayala.

El mejor alcalde de Vitoria

El marqués de la Alameda fue el responsable del gran salto de Vitoria a la modernidad. Olaguíbel fue su brazo ejecutor

Francisco Góngora

Martes, 25 de marzo 2014, 09:50

Alguien dirá con razón que el mejor alcalde de Vitoria ha sido José Ángel Cuerda porque la perspectiva histórica hace muy difíciles las comparaciones. Tenemos la memoria que tenemos. Pero hay que darle al marqués de la Alameda, este noble muy olvidado por la historia, ... el lugar que le corresponde como uno de los grandes alcaldes de la ciudad. Se me ocurre otro. Pero López de Ayala, el canciller. No sabemos qué hizo en la ciudad, pero solo por su aportación a la historia y a la literatura merece ser destacado o Ladislao Velasco, uno de aquellos alcaldes-escritores que Vitoria ha podido disfrutar como Eulogio Serdán, Herminio Medinabeitia o Tomás Alfaro, por poner algunos ejemplos.

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Sin duda, la obra principal de Ramón María de Urbina y Gaytán de Ayala, segundo marqués de la Alameda, es el impulso a la renovación arquitectónica de la ciudad. La plaza Nueva, los Arquillos, la plaza del Machete, constituyen, sin duda, uno de los grandes hitos de la arquitectura europea. La idea fue de Olaguíbel, pero ahí estaba Ramón Urbina empujando. En el libro Olaguíbel, el arquitecto de Vitoria-Gasteizko Arkitektoa, editado por el Colegio de Arquitectos, Federico Verástegui, hace una semblanza muy interesante del personaje. A él le seguimos.

No era de nacimiento vitoriano porque vino al mundo en Pamplona el 2 de septiembre de 1751. Su padre, Juan Manuel de Urbina y Ortiz de Zárate era de Vitoria y siguió la carrera de las armas. Intervino en la conquista de Orán en 1732, la expedición al reino de Nápoles y la conquista de Sicilia al año siguiente. Participó también en la batalla de Campo Santo en 1743 en la que fue herido dos veces y perdió el caballo, así como en las batallas de Plasencia y Tanaro en 1746. Los méritos contraídos le valieron numerosos honores y el nombramiento por Fernando VII como teniente de rey de la plaza y castillo de Pamplona en 1747, cargo que ocupó hasta su muerte ocurrida en 1774 y motivo por el que Ramón nació en Pamplona.

Su madre, Ana Joaquina Gaytán de Ayala y Larzaguren, era hija del marqués de Tola y marqués de Aravaca y 16 años más joven que su marido, lo que tal vez fuera uno de los motivos que propició el que Ramón María tuviera que padecer a los seis años el doloroso hecho, y más aún en aquel entonces, de la separación de sus padres. Al morir su padre, eligió a su abuelo paterno Bartolomé José de Urbina y Zurbano como curador por tenerle en gran estima. Al menos eso se desprende de las cartas que le escribía desde la Abbaye-Ecole de Soreze, en Francia, donde estuvo a los 16 años recibiendo una rigurosa y avanzada educación.

Tras la muerte de su abuelo, heredó el título de marqués de la Alameda, siendo el segundo que lo ostentó ya que su padre había muerto antes. Hombre discreto por lo que no llamó la atención de Humboldt ni Jovellanos cuando estuvieron en su casa de la Herrería pero de una sólida formación e ideas avanzadas se convirtió pronto en figura destacada por su influencia social y política, lo que le llevó a ser elegido varias veces como alcalde de Vitoria y diputado general en el trienio 1800-1803.

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Nace la plaza Nueva

Siendo alcalde de Vitoria encargó la construcción de la plaza Nueva (hoy plaza de España) a Justo de Olaguíbel. Verástegui prueba a través de unas cartas que le mandó Ramón a su tío Francisco Luis, un soldado como su padre, cómo estaba involucrado en la construcción de uno de los hitos de la arquitectura española.

La primera de las cartas está fechada el 31 de octubre de 1781, y en general trata de asuntos familiares, pero también hay noticias sobre la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, a la que ambos pertenecían, y una mención especial a Prestamero, que no solo era fiel administrador de Alameda, sino también su amigo y confidente y consejero, por lo que se desprende del epistolario que se conserva.

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De la plaza dice, apunta Federico Verástegui lo siguiente:

«Es un gusto ver con qué afán, todo el interior de ella está lleno de una infinidad de materiales, se ha hecho la demarcación, se ha abierto parte de los cimientos, y según la 'priesa' que se dan, y el acopio que han juntado y van trayendo todos los días, no dudo de que antes que concluya el año haya más de una vara levantada en todos los frentes; Olaguíbel se queda por 500 pesos al año. está ahora trabajando los planes, pero es como vuestra merced dice muy pausado: Álava (se refiere al padre del general, Jacinto,) y yo tenemos la comisión de la junta para la aprobación de dichos planes y disponer la escritura con las condiciones que sean del caso para que se haga una obra sólida, hermosa y magnífica: se excluirá a 'frayles', monjas y comunidades eclesiásticas, del de esas casas en ningún tiempo; así nos veremos libres de molestias competencias».

La segunda carta está escrita cuatro meses más tarde. La referencia a la construcción de la plaza de España revela el interés que el alcalde estaba poniendo en su construcción y la consciencia que tenía de la importancia de la obra:

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«Hoy ha estado aquí Arbore que pasa de París a essa (posiblemente habla de Madrid) con una señora, ha visto el plan de nuestra famosa plaza que le ha parecido soberbio está trabajando uno para son Bentura Rodríguez su discípulo, espero que vuestra merced lo vea y le guste, en realidad ha de ser una cosa tan perfecta, que yo espero verlo estampado en el viaje de Pons (alusión a un catálogo de monumentos españoles); el tiempo excesivamente lluvioso no permite que se adelante la obra, ya hemos concluido con todos los artículos que deben de constar en la escritura que se formalizará pasado mañana: se ha hecho el sorteo y también los cimientos están casi del todo concluidos».

Carta a Prestamero

La tercera de las cartas está dirigida diez años después por el marqués a su administrador, Lorenzo Prestamero, el sabio presbítero de Peñacerrada.

Está fechada en Madrid el 15 de diciembre de 1791 y mantiene el mismo tono coloquial y sincero que las cartas anteriores, lo que muestra la enorme confianza que tenía con Prestamero. Confianza imprescindible para hacerle la confidencia y la queja que reflejan las siguientes palabras, que hablan de un profundo disgusto y desengaño:

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«Su inscripción de vuesa merced sin que sea pasión está mejor que la que ha dispuesto la ciudad, o sea, Mendíbil; no disimularé jamás de que me es sumamente sensible de que no se me nombre, pues a no ser por mí no habría rastro de tal Plaza y saben todos que me cargué con mil responsabilidades en que hice mucho mérito; esto y otras cosas me tienen muy disgustado con ese pueblo».

El marqués de la Alameda se siente olvidado a pesar de su esfuerzo por renovar la ciudad. ¿A qué nos suena esto?. En definitiva, una gran obra que no tuvo el reconocimiento que se merecía en el momento ni después porque la historia se ha encargado de arrinconarlo.

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A Finales del siglo XVIII hubo grandes obras en la ciudad, desde la conducción del agua para el suministro, limpieza y riego del pueblo y sus hortalizas al alumbrado de la ciudad con 90 farolas. También se empedraron las calles y comenzó el derribo parcial de las murallas. Incluso se creó una Junta Permanente de Policía para que se encargase del ornato de la ciudad. Detrás de aquel afán reformista estaba la ilustración y entre ellos el más decidido era el marqués de la Alameda, si no el mejor alcalde de la historia de la ciudad, uno de los grandes, sin duda.

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