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La Florida: Tragedias entre las flores
HISTORIAS PERDIDAS DE ÁLAVA

La Florida: Tragedias entre las flores

Un fusilado, un asesinato político y un muerto por enfrentamiento entre ETA y la Policía dan cuenta de la otra, la dramática, historia del parque

FRANCISCO GÓNGORA

Lunes, 13 de mayo 2013, 09:39

El romántico y maravilloso parque de la Florida es un signo de identidad vitoriano, un lugar donde se dan cita diaria la naturaleza y la ciudad. La verde capital europea tiene aquí su antecedente histórico, una de sus raíces. Los vitorianos siempre se han sentido bien rodeados de árboles. Pero entre los episodios vividos en este singular enclave (que suma con su precedente, el Espolón, 235 años de vida) hay varias tragedias. Tres de ellas representan y resumen el momento histórico en el que ocurrieron.

Pasamos por encima el cruel enfrentamiento armado, durante la primera Guerra Carlista, entre las tropas de Zumalacárregui y las milicias urbanas liberales vitorianas. La Florida fue uno de los escenarios de los tiroteos. Fue el 16 de marzo de 1834.

Pero siete años después y en medio de la convulsión que todavía producía la sucesión de Fernando VII se fusiló junto a la tapia del entonces convento de Santa Clara a un hombre al que Benito Pérez Galdós le dedicó uno de sus célebres episodios nacionales. Que el mejor periodista-novelista del siglo XIX se fijara en un militar de esa manera no es algo baladí. Se trataba de reflejar aquel permanente ruido de sables que ensangrentó la península. Y Galdós escogió a un romántico e idealista moderado que defendía la causa de la regente María Cristina y que fue traicionado cuando iba camino del exilio.

Miguel Ángel Domingo en su libro La Florida, historia y naturaleza cuenta que a finales de 1841 entró en Vitoria Manuel Montes de Oca, gaditano de nacimiento, antiguo ministro de la Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar de la regenta María Cristina, henchido de ideales románticos y ciegamente enamorado de la regente. Junto a ODonnell y otros generales organizaron una conspiración conocida como La octubrada, que incluía el secuestro de la princesa Isabel, que sería trasladada a Vitoria. El objetivo era quitar el poder al general Espartero, que había forzado la marcha de María Cristina y se había colocado él mismo como regente.

La proclama contra Espartero se hizo solemnemente en la plaza Nueva y se formó un gobierno provisional del Reino a cuyo frente quedó Íñigo Ortés de Velasco, marqués de la Alameda. En los primeros momentos de la sublevación, el general Zurbano, liberal, a las órdenes del regente, cogió prisioneros a 7 miñones que cumplían misiones de correos entre los sublevados y los fusiló sin miramientos. La crueldad de aquella acción hizo reflexionar a muchos en torno a lo que realmente estaba en juego.

Perdidas las esperanzas de llevar adelante el levantamiento, porque ni siquiera la reina regente se puso a favor de los sublevados, Montes de Oca intenta llegar a la frontera francesa y salió de Vitoria en dirección a Bergara donde fue traicionado por su propia escolta, un grupo de miñones que quería cobrar la recompensa que había puesto Zurbano a la cabeza del ilustre marino. Una curiosidad que apunta el novelista Pérez Galdós es que los miñones hablaban vascuence entre sí. Los miñones lo entregaron al general Aleson, fiel a Espartero y fue encerrado en el convento de San Francisco. Se le condenó a muerte y fue conducido hasta La Florida..

En el Episodio Nacional 14 de Benito Pérez Galdós

Galdós lo cuenta así: "Salió sin sombrero. En el patio que daba a la calle San Francisco esperaba una carretela, la del marqués de la Alameda. Desde el convento, entonces cuartel, descendió por la Plaza Vieja, la calle Prado y el campo de las Brígidas. Poca gente había en la calle y a la entrada del paseo. El honrado pueblo de Vitoria hizo al mártir los honores de un respetuoso duelo, alejándose del teatro de su martirio. Las personas que acudieron a verle pasar le compadecieron silenciosas. Algunas le miraron llorando. Durante el trayecto fúnebre Montes de Oca habló algo con el capellán, menos con el coronel. El sol hería de frente su rostro, y con su mano bien firme, no afectada ni de ligero temblor defendía sus ojos de la viva luz. La parte de ciudad que recorrió dejaba en su alma impresión de soledad, de silencio, de olvido. Creyó que muriendo él, moría también Vitoria, la que había sido capital del efímero reino de Cristina. Hasta aquí el relato de Galdós en su episodio nacional 14.

Frente a la estatua de Ataulfo se apearon entonces el sacristán de San Vicente y los párrocos de San Vicente y San Pedro, junto con Montes de Oca. Los sacerdotes le acompañaron hasta la tapia del huerto de Santa Clara donde habló brevemente con el presbítero. Encargó en voz alta un abrazo para su amigo Pedro Egaña. Y se colocó de espaldas al muro. Con gran entereza pretendió por un momento mandar abrir fuego al piquete pero, disuadido, se dirigió a los cuatro soldados situados frente a él con estas palabras: "Granaderos, la religión me prohíbe hacer fuego". Tornó la mirada y añadió: Caballero oficial, cumpla usted con su deber. Comenzó a recitar el credo y, a medio recitarlo, descargaron sobre él la primera ráfaga. Tambaleándose en un paso hacia delante, recibió la segunda; finalmente, un soldado le dio el tiro de gracia en la cabeza. Dos sepultureros recogieron el cadáver y lo condujeron al cementerio de Santa Isabel.

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El asesinato de Martínez de Aragón

La segunda historia tuvo lugar la mañana del 18 de septiembre de 1936. Cinco aviones republicanos bombardearon objetivos militares : cuarteles, fábricas y causaron al menos 11 muertos. Entre ellos algunos civiles. Tomamos de nuevo el relato de Miguel Ángel Domingo. Desbordado por los acontecimientos y exaltado por los ataques aéreos, Alberto Martínez de Aragón salió al jardín de su casa, la del jardinero de la Florida, puesto del que le habían cesado unos días antes por ser uno de los líderes del Frente Popular. Martínez de Aragón dio en ese momento vivas a la República con tan mala suerte que pasó por allí un requeté que lo detuvo. Lo llevó a punta de pistola a través del parque hasta el Gobierno civil que estaba situado entonces en la casa solitaria de Luis Heintz. Pero antes de llegar le descerrajó un tiro en la nuca. Trágico punto y seguido en la crónica de La Florida. A los Martínez de Aragón les incautaron dos casas situadas en lo que es ahora el hotel Canciller Ayala, que fueron destinadas a Gobierno militar hasta 1977.

Un tiroteo Policía-ETA

El tercer trágico suceso tuvo lugar el 29 de marzo de 1981 en el entorno de la oficina de turismo que entonces se encontraba en obras. Frente a la gasolinera Goya, los inspectores del Cuerpo Superior de Policía aguardaban en coches camuflados la aparición de dos presuntos etarras, José Manuel Aristimuño y Miguel Lopetegui, que se acercaron acompañados de dos jóvenes. Al abalanzarse los agentes sobre ellos emprendieron la huída y se escucharon ráfagas de metralleta y tiros. Cayó muerto allí mismo Aristimuño mientras que Lopetegui, protegido por el tumulto de gente de las paradas de autobús de Cadena y Eleta y de la gente que acudía a la catedral nueva, lo detuvieron en la calle Prado.

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