Labordeta recoge un premio

Bilbao en la mochila

Labordeta acudió a la Villa para recoger un premio y recorrió sus lugares más emblemáticos recordando otros tiempos

ISABEL IBÁÑEZ i.ibanez@diario-elcorreo.com

Viernes, 14 de marzo 2008, 18:29

Le miran, sonríen, todos quieren tocarle, hablarle, preguntarle dónde tiene la mochila mientras se sienta en la Fuente del Perro de las Siete Calles. «En los Pirineos», contesta. Acompañar a Labordeta por la calle es sorprendente. Pocos personajes famosos arrancan tanto cariño a tanta gente. En el Mercado de la Ribera, Raquel, del puesto Corderos José, empieza a gritar: «¡Labordeta, eres el mejor del Congreso, Labordeta el mejor!», y se unen otros. Él contesta: «Sólo el segundo o tercero». El cantautor y ex diputado por la Chunta Aragonesista aceptó ayer hacer un recorrido por Bilbao para EL CORREO junto a su mujer a modo de Un país en la mochila, programa que TVE está reponiendo y por el que recibió el premio Titanio que concede el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro a aquellos que han relanzado la imagen de esta disciplina.

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«Cuando a mi discográfica le iba mejor me traían a dormir aquí», dice en Moyua al ver el Hotel Carlton. En la mano, una caja de desenfriol, «lo único que me quita el malestar de este catarro». Y saca una anécdota del programa de las Encartaciones: «Aquel hombre que trabajaba en la recuperación de una ferrería y al que preguntamos de qué época era. Siglo dose, me contestó muy bajito con este acento de aquí. Como no se oía lo fuimos a grabar otra vez y le pregunté de nuevo. Ya le he dicho. Siglo dose, ¿está tonto o qué? Los de Madrid no se enteran de nada, me suelta. ¡Pero si yo soy de Zaragoza!... Ja, ja... nos tuvimos que quedar con el primer corte».

Ésta y otras historias contó ayer al recoger el premio de los arquitectos, del que se enteró en la cama de un hospital esperando a que le quitaran una piedra del riñón. «A veces el bosque no te deja ver los árboles. No me había dado cuenta de que no sólo dimos a conocer las gentes y los pueblos de España, sino que mostramos también su arquitectura, muy rica y diversa».

Ante la estatua de Diego López de Haro, recuerda el rodaje en Bilbao de 'Del Miño al Bidasoa': «Viajábamos en una furgoneta con matrícula de Madrid y los del equipo me preguntaron si conocía a alguien de ETA. ¿Yo qué voy a saber! 'Como tú conoces a tanta gente, para que no nos pongan una bomba', me dicen». «Hay que ver cómo ha cambiado la ciudad. En una campaña electoral de Euskadiko Ezkerra a finales de los setenta, Carlos Cano, viendo lo gris y sucia que estaba, dijo: 'Ya le podían dar una manita de blanco a todo', ja ja...». Y surge el Arriaga: «Es precioso. Una vez iba a tocar aquí con mi gran amigo Imanol y Paco Ibáñez, aunque al final no pudo ser».

Las inundaciones

En el Casco Viejo, le vienen a la memoria las inundaciones. «Estuve en un festival para sacar dinero para arreglar aquel desastre. ¿Hasta dónde llegó el agua?». De pronto, se acerca un hombre y le pregunta casi abrazándole: «Usted, usted... cómo se llama?». «Labordeta», le contesta el cantautor. «Ah, sí, le he visto en la tele. ¿Qué? ¿ya lo ha dejado?» «Lo de la política sí, era mucha paliza». Su partido ha perdido el único diputado al que optaba: «Ha sido un desastre, habrá que ver qué ha pasado, cómo Rosa Díez ha tenido más votos que nosotros en la margen izquierda del Ebro. Pero yo ya estoy fuera, no quiero tristeza».

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Descubre la biblioteca de Bidebarrieta, donde hoy dará un recital de homenaje a Blas de Otero con otros artistas. «Liburutegi -lee-. En aquellos tiempos, en los ochenta, esto era muy conflictivo, siempre me pillaban líos, manifestaciones». Le acompaña su mujer, Juana de Grandes. De camino a San Antón, ante la catedral de Santiago, la fotógrafa pide que se acerquen un poco más y Juana apoya la cabeza en el hombro de Labordeta, que así le llama cuando él no le hace mucho caso. «¿Pero si parecemos Rajoy y su mujer!», dice el aragonés.

Se arranca en pleno puente del Arenal con «una jotica de aquí: Adiós bilbainito adiooós / adiós Virgen de Begoñaaa / adiós Arenal queridooo / que aunque me voy no te olvidooo». Monta en el tranvía, provoca sonrisas de reconocimiento y se planta en el Guggenheim.

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