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SIN PIEDAD. Una de las muestras más significativas de los destrozos es este socavón de 12 metros en el Paseo Nuevo, que bordea la línea de costa. / LOBO ALTUNA
Las olas barren San Sebastián
EL TEMPORAL AZOTA LA COSTA CANTÁBRICA

Las olas barren San Sebastián

El mar embravecido penetró hasta la Parte Vieja, donde inundó comercios y provocó serios destrozos Golpes de mar de casi doce metros salvaron diques, hundieron barcos y arrasaron negocios a pie de playa

ÍÑIGO URRUTIA

Miércoles, 12 de marzo 2008, 12:46

El temporal con olas de más de once metros que arrasó ayer el litoral vasco tuvo efectos catastróficos en la costa guipuzcoana, donde las principales localidades tuvieron que afanarse ayer en la cruda tarea de contabilizar los cuantiosos daños materiales. El rudo oleaje destrozó embarcaciones y sepultó las playas en Orio, Zarautz, Getaria y Deba. Pero, sobre todo, causó importantes destrozos en San Sebastián. Las calles más expuestas de la Parte Vieja, el puerto, el paseo nuevo, la Concha y Ondarreta amanecieron con un paisaje devastado, barridas por las olas, con calles, garajes y comercios inundados y coches empotrados unos contra otros. Vecinos, bomberos y guardias municipales se emplearon toda la mañana en mitigar los efectos de las gigantescas ondas, que llegaron a proyectar pedruscos, algunos de más de veinte kilos, sobre las calles.

Los más madrugadores, quienes regresaban del turno de noche y los marineros que pasaron la madrugada en vela custodiando sus embarcaciones contemplaron una estampa que no se recordaba en San Sebastián ni en ningún puerto costero. Una pleamar especialmente virulenta y batida por vientos racheados encrespó el oleaje a partir de las cinco de la mañana y durante casi tres horas masas montañosas de cristal verde golpearon sin cesar sobre los puntos más expuestos y vulnerables de la costa.

En el puesto de vigilancia de Pasaia, donde los prácticos del puerto suspendieron toda la actividad, se tomó la medida a olas de 11,5 metros de altura, los restos aún violentos de oleajes de más de 16 metros veinte millas mar adentro. Una prolongada sucesión de estos muros de agua, que en algunos momentos alcanzaban alturas similares a las de un edificio de tres pisos, sobrepasó los diques de contención y golpeó con saña pretiles, barandillas, farolas y cuanto mobiliario urbano se toparon antes de anegar garajes y bajos en la Parte Vieja donostiarra. En el fragor de la marea incontenible, una ola salvó el paseo de Salamanca, en la ría del Urumea, y destrozó la balaustrada de piedra arenisca en el primer piso del edificio Aldamar.

A pie de calle, casi todo fue destrucción. Un descomunal socavón y más de 200 metros de pretil engullidos por el mar desfiguraron el Paseo Nuevo, que amaneció sembrado de cascotes, bancos volteados y barandillas retorcidas, como si hubieran sido el frágil juguete de un Neptuno enrabietado.

No eran aún las seis de la mañana y las calles Aldamar, San Juan, Soraluze eran una trinchera de piedras, barro, arena, comercios arrasados, garajes y sótanos inundados y ríos de agua sobre los que nadaban motos, bicicletas, ordenadores y también basuras, pues la crecida marina comenzó antes de que pasara el servicio de recogida, que se inicia a las seis. En Aldamar el oleaje destruyó tiendas, un restaurante -el Kaxkazuri- y arrasó todo el mobiliario urbano. Los gruesos cristales de seguridad de los escaparates quedaron astillados por los embates de la marea. Las masas de agua espumosa entraban una y otra vez por las calles del corazón de lo viejo, sin tregua. Guardias municipales y bomberos no daban abasto para atender las peticiones de ayuda, pues todos los bajos estaban inundados. Durante ese tenso momento de la madrugada, también hubo situaciones dramáticas. Policías y bomberos lograron rescatar a un matrimonio de ancianos atrapado en una vivienda por debajo de la cota de la calle en Soraluze, una de las arterias más afectadas por el temporal. Por fortuna, ni en este caso ni en ningún otro hubo que lamentar daños humanos.

Género a la basura

La alarma se disparó muy pronto entre los comerciantes más madrugadores del mercado de La Bretxa, que empezaron a temerse lo peor. El acceso para carga y descarga del edificio suele permanecer abierto desde las cuatro de la mañana y por allí se coló la crecida, anegando las 18 bodegas del centro -donde se registró un metro y medio de agua- y los 48 puestos comerciales, también afectados. Carniceros y pescateros salvaron como mejor pudieron el género: algunos lo sacaron de los frigoríficos inutilizados y lo llevaron a las cámaras grandes que no resultaron afectadas por el corte del suministro eléctrico. No hubo balance oficial ayer, pero a tenor de las declaraciones de los tenderos las pérdidas debieron ser cuantiosas.

Al otro lado de la ría, hacía el Kursaal, la marea asfaltó de arena y restos marinos la calzada de la Avenida de la Zurriola. En la ría, la marea entraba con un ímpetu descomunal y provocó diversos daños en la estructura del tercer puente, el que comunica con la Estación del Norte. «La marea ha estado a un palmo de desbordar la ría», aseguraba un vecino. Bahía adentro, el oleaje provocó daños aún más espectaculares. Una ola gigantesca sobrada de altura salvó el espigón de la dársena deportiva a las siete de la mañana y hundió de golpe cerca de medio centenar de embarcaciones, algunas de las cuales aún se avistaban al mediodía quilla al sol o literalmente destrozadas. Otras, las más pesadas, fueron directamente a pique. «Las que tenían motor se han ido al fondo», lamentaba un arrantzale.

Los negocios a pie de mar registraron, asimismo, destrozos de los que les costará recuperarse. Fueron cuantiosos en las cabinas colectivas del voladizo y en las discotecas La Rotonda y Bataplán, el centro de talasoterapia La Perla, el club Atlético San Sebastián y el club Eguzki. El agua arrasó todas estas instalaciones ante la impotencia y desolación de sus propietarios, que comprobaron cómo todas las mejoras orientadas a mejorar la seguridad de los recintos ante este tipo de embates marinos parecen haberse llevado a cabo en vano frente al empuje del un mar embravecido. «La mar, antes o después reclama su lugar», sentenció un vecino del puerto.

Los donostiarras pasaron ayer todo el día en vilo. Se anunciaba una dura pleamar para las siete de la tarde, de manera que el Ayuntamiento se puso manos a la obra para tratar de activar dispositivos especiales con los que mitigar un nuevo oleaje. Más de un centenar de trabajadores de la brigada de limpieza revisaron colectores y sumideros para evitar nuevas inundaciones y, a media tarde, el gabinete de crisis decidió acotar al tráfico y los peatones las zonas más sensibles. En este segundo episodio, el agua entró hasta los soportales de la Concha, pero los destrozos fueron ya mínimos.

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