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ANTÓN MERIKAETXEBARRIA
Jueves, 30 de agosto 2012, 04:20
Al cinematógrafo le empezó a interesar lo que transmiten las palabras aun antes de que existiera el cine hablado y, en los albores de su historia, tradujo en imágenes las palabras de los héroes y heroínas de Shakespeare, del antihéroe Don Quijote y del mítico Don Juan. Así que, con mejor o peor fortuna, el cine ha construido en imágenes una historia de la literatura universal. La novela 'Jane Eyre', de Charlotte Brontë, ha sido llevada a la pantalla en muchas ocasiones, incluida la protagonizada por Orson Welles y Joan Fontaine, en 1943. Ahora, el realizador californiano Cary Fukunaga (de padre japonés y madre sueca) filma una nueva versión, muy fiel al original.
El argumento se centra en los amores embrujados de una pobre institutriz huérfana y el misterioso señor Rochester, propietario de la mansión Thornfield. A partir de ahí, la versión fílmica de Fukunaga constituye un ejemplo a seguir en la tarea, siempre complicada, de trasladar una obra literaria a imágenes cinematográficas. Y todo ello sin perder un ápice de respeto hacia el texto original ni, por supuesto, hacia las propias sensaciones, porque el joven director se muestra absolutamente incapaz de renunciar a verter apuntes de su propia cosecha.
Una cámara sobria, unas iluminaciones matizadas, un tono intimista y unos decorados sin excesivos barroquismos, ayudan a degustar 'Jane Eyre' sin complejos. Asimismo, la creación de una atmósfera gótica contribuye al éxito de la empresa, sensible y nada folletinesca. Porque la elegante ironía de su máximo responsable, la ternura con que contempla a sus protagonistas y la conmovedora forma con que estos son encarnados por la actriz australiana, de ascendencia polaca, Mia Wasikowska (la pudimos ver en 'Alicia en el país de las maravillas') y el actor irlandés, de ascendencia alemana, Michael Fassbender (al que ahora mismo podemos admirar en 'Prometheus') convierten a la película en una notable reflexión sobre la dificultad de amar y ser amado.
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