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Acierto. Hamilton hizo a tiempo un segundo cambio de gomas que le valió el triunfo. :: EFE
Hamilton disfruta el desliz de Alonso
MOTOR

Hamilton disfruta el desliz de Alonso

Al español la falla la estrategia, acaba quinto y cede el liderato al inglés de McLaren, séptimo ganador del curso

JOSÉ CARLOS J. CARABIAS

Lunes, 11 de junio 2012, 10:24

Gracias. A todos. A los que les salió bien y a quienes no atinaron. por fin una carrera tuvo la posibilidad de convertir su último cuarto de hora en dorado para las audiencias televisivas. Es lo que sucede cuando se atisba drama. Le tocó la mota negra a Fernando Alonso y por ello la magnitud de la emoción se desbordó inabarcable. Pocas veces perderá carreras el bicampeón como le sucedió ayer en Montreal, con una combinación explosiva de arrojo y arrogancia. Similar raíz para dos argumentos esgrimidos ayer por el piloto y sus mandamases en el muro de Ferrari. Chapeau si realmente se trató de una maniobra extrema de ambición la ideada por la Scuderia. Claro que mosquea un poco si se toma la plantilla habitual de las consideraciones postcarrera, la misma que tantas veces ha ensalzado la maestría con la que el asturiano maneja la calculadora sobre el asfalto.

Porque lo que sucedió ayer pudo deberse también, sencillamente, a un error de cálculo. Cincuenta por ciento, cara o cruz, me pillas o te pillo. Tres pilotos escapados y guerra psicológica para ver quién es el guapo que mueve ficha primero. Y una vez sucedido, a ver cómo responde la pareja restante de no menos guapos. Marcó una nueva casilla McLaren al indicarle a Hamilton la senda del pit-lane en la vuelta 51, a 19 de la duración pactada en Montreal. Por radio se habían escuchado confesiones sobre el 'RIP' inminente de las gomas de su piloto fetiche, hasta ahora muy ultrajado por falta de fortuna y lances de carrera. Verse en la primera plaza con asfalto libre por delante despertó, más si cabe, la voracidad de Alonso, que vista la igualdad reinante trata de dar dentelladas en cuanto se le presenta la ocasión. Si otras veces se ha conformado, según declaraciones propias y de su círculo próximo, con puestos distantes del número uno por la recompensa que incluían, el tiro de ayer es extraño que le acabara dando en el pie.

Le dan mucha importancia sus huestes, como factor psicológico, a desplegar la sombra del liderato, aunque nimio en cantidad de puntos, cada vez que lo logra. Ayer era un día para haber sacado provecho de un cerrado pulso de incierto desenlace. Acabar cerca de sus adversarios le posibilitaba volver a Europa al frente del pelotón. Pero todo le salió mal a quien tomara la decisión de convertir en irrompibles un juego de cuatro neumáticos forzados a duplicar el límite de su vida real. Descalzo, herido en su orgullo Alonso. El panorama no llevó a Ferrari a apiadarse. Despreció lo que consideró migajas mientras Vettel entendió que podía sacar provecho de un buen puñado de puntos. Tanto o más importante que acertar es rectificar cuando existe constancia de haber fallado en las previsiones. Claro que hay que tenerlos bien puestos para desdecirse y, por ejemplo, optar como hizo Red Bull a una segunda parada a seis giros del final, como afrontó sin arrugarse el campeón en título.

Arrojo por querer el botín completo. Arrogancia por no reaccionar cuando se supo que no era viable el premio gordo. Pero gracias, como al resto, porque de estas carreras se retroalimenta una disciplina en la que, tristemente, la estrategia le ha hecho un interior a la capacidad de que sea el asfalto el que dicte sentencia.

El viento ha cambiado de signo en el flujo de las relaciones de Fernando Alonso con su equipo. Terminó el Gran Premio de Canadá con un amargo sabor de boca para el español, desposeído de su liderato en un final sin ruedas, y no hubo ningún reproche del piloto para la estrategia de Ferrari. No hubo incendio en las tribunas de Prensa por una táctica cuestionable al hilo de los resultados y la tabla de tiempos, la única verdad que entienden las gentes de la Fórmula 1. Alonso pasó del primer puesto al quinto sin críticas ni nada por el estilo. Vino a decir que es fácil juzgar a toro pasado, a la luz de la clasificación. Echó un capote a Ferrari en el ejercicio de su liderazgo el día que perdió la carrera y el liderato del Mundial. Todo pasó a manos de Lewis Hamilton, el séptimo vencedor en siete citas del calendario, quien ayer en Montreal borró de un plumazo el poso de fatalidad que le acompañaba desde hace algún tiempo.

Alonso tiene fama de quejica entre su nómina de detractores. Durante lustros se ha acuñado la impresión de que si hay victoria, el ganador es Alonso, y si llega la derrota, el que pierde es su equipo. Un apriorismo que funciona al milímetro en la Fórmula 1. Los pilotos, todos sin excepción, siempre se defienden con el argumento de que no tienen coche suficiente para su capacidad, y los equipos protegen sus garbanzos con la teoría contraria. Siempre hay un monoplaza competente y el piloto no se entera. Alonso tuvo ayer suficientes motivos para pedir explicaciones públicas a sus estrategas, pero cerró filas, tapó cualquier anomalía y declaró su amor incondicional hacia Ferrari.

Todo sucedió a raíz de la vuelta 50 de la cita canadiense, cuando Hamilton proclamó por el interfono aquello de «me estoy quedando sin neumáticos». El inglés siempre fue ayer el más rápido en la pista, pero el desgaste de las ruedas lo condenó a un trabajo extra. Parar a sustituir las gomas y obligarse a adelantar a Vettel y Alonso sobre el asfalto.

Ferrari miró a Vettel en vez de a Hamilton en ese instante. Fijó la marca del campeón del mundo y retrató su estrategia con la fotocopiadora. Consideró que el Ferrari de Alonso podía consumir cincuenta vueltas con aquellas ruedas y mantuvo al asturiano sobre la pista a riesgo de que sucediera lo que finalmente sucedió. El monoplaza no aguantó la abrasión de los kilómetros y comenzó un declive que durante algunos minutos fue como la defensa de El Álamo. Imposible frente a un ejército bien armado que le atosigaba desde todos los flancos.

Alonso, que era líder en la vuelta 51 después de que Hamilton ingresara por segunda vez por la pistola de sus mecánicos, se hundió en los tiempos. Fue un retroceso paulatino al principio y abrumador después. Hamilton fundió cualquier posibilidad de éxito del español. Dos segundos por vuelta son como cinco minutos en una contrarreloj ciclista. El inglés de McLaren no se puso nervioso con la victoria a la vista y por una vez apeló a la sensatez del peso natural de las cosas. Primero pasó a Vettel limpiamente y después a Alonso, que se quedó sin triunfo a seis vueltas del final. Vettel decidió que no podía competir en condiciones con esas ruedas machacadas y se fue al garaje a siete giros de la conclusión.

La importancia de los compuestos de caucho en la F1 se expandió avasalladora sobre Alonso y sus circunstancias. Después de un fin de semana impecable en el que el Ferrari ha mostrado evidentes síntomas de recuperación y competitividad, de un sábado inmaculado y de un domingo notable en cuanto a fiabilidad, velocidad y táctica, Alonso se quedó sin merienda en cinco vueltas fatídicas.

El francés Grosjean, una de las revelaciones del año, le quitó las pegatinas con el Lotus. Dos vueltas después, Sergio Pérez hizo lo propio con el Sauber en otra muestra fantástica de que estamos ante un piloto que cuida los neumáticos mejor que nadie en la Fórmula 1. Y el pescozón final para el español, ya sin podio y sin maillot amarillo de la general: el adelantamiento de Vettel, que fue capaz de rentabilizar las ruedas en tan solo seis giros.

Fue una puya demasiado severa para las credenciales que había presentado Ferrari con la evolución de sus bólidos en Canadá, donde estuvieron a la altura de su prestigio y del ritmo de los mejores. Pero la Fórmula 1 es transparente en su sadismo impío. La única verdad reside en el dichoso 'live timing', la ventanita de tiempos que decreta quién lo hace bien y quien lo hace mal.

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