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LUIS LÓPEZ llopez@elcorreo.com
Domingo, 27 de mayo 2012, 18:33
En los próximos meses cientos de conductores serán desvalijados mientras viajan felices. Ocurre cada año. Quienes amargan las vacaciones a toda esta gente -que puede ser cualquiera- son los 'pincha-ruedas', ladrones con labia que explotan la confianza que generan en sus víctimas. El método es bien conocido. En estaciones de servicio, los asaltantes desinflan o pinchan el neumático de un coche mientras sus presas descansan y toman alguna consumición en la cafetería. Cuando van a reanudar la marcha, uno de los integrantes de la banda advierte atento al conductor de que tiene un neumático sin aire, se ofrece a ayudarle, genera un círculo de camaradería con él y, entre medias, otro delincuente aprovecha para desvalijar el vehículo. Sobre todo, les interesan los bolsos, cámaras de fotos, ordenadores y tabletas, que suelen ir en los asientos de atrás. Pero no es extraño que incluso accedan al maletero en busca un botín aún más suculento.
A veces, los asaltantes dejan que su víctima salga a la autovía y le siguen para ejecutar su plan en pleno arcén. Y en otras ocasiones todo el proceso se desarrolla en marcha: se ponen a la altura de un coche y, mediante señas, le avisan de que lleva una rueda deshinchada. Cuando el conductor se detiene, aprovechan para meter el 'pincho' en el neumático y proceden según el mismo protocolo. «Incluso hay una variable más», explica César San Juan, subdirector del Instituto Vasco de Criminología. Se refiere a los semáforos: «Van en moto, se detienen detrás de un vehículo, le pinchan la rueda y... adivina el resto».
Pronto se abrirá la veda de los 'pincha-ruedas'. Se acerca el verano, el sol ha empezado a calentar y las vacaciones están a la vuelta de la esquina. Las bandas operan, sobre todo, en destinos turísticos -Levante y Cataluña se llevan la palma-, pero también en áreas de servicio de autopistas de toda España transitadas por turistas. Por estos lares, la AP-68 y la N-I son sus zonas preferidas.
De hecho, hace un par de semanas ya cayó la primera banda en el entorno de Euskadi, que había empezado a operar sin esperar a la temporada alta. Dos hombres de 32 y 48 años residentes en la localidad catalana de Cornellá de Llobregat fueron detenidos por la Guardia Civil en el municipio zaragozano de Casablanca después de haber perpetrado varios robos en el área de servicio de la AP-68 de Logroño. Sus tres víctimas habían sido británicos que interpusieron denuncias en Calahorra y Agoncillo. Según la investigación, también podrían ser los autores de otros dos asaltos cometidos en La Rioja a finales de abril.
Guiris y alarma social
Casi todos los años cae alguna banda dedicada a esta actividad en Euskadi y sus proximidades. Según fuentes de la Ertzaintza, en lo que va de 2012 ya se han registrado hurtos en el área de descanso de Igay (AP-68 en Álava) y en las de servicio de Arrigorriaga (AP-68) y Amorebieta (AP-8). En esta última, cuatro individuos fueron sorprendidos el pasado día 3 cuando pinchaban la rueda de un coche extranjero. En 2011 cayó una banda cuando robaba en la estación de servicio de Lopidana (en la N-1 en Álava) y la Policía vasca identificó a otra que desvalijaba a ingleses procedentes del ferry en Bizkaia.
¿Cuál es la dimensión real del fenómeno? ¿Cuántos robos hay cada año y cuántas detenciones? «No hay estadística oficial», explica el subdirector del Instituto Vasco de Criminología. Lo que sí está claro es que «los diferentes boletines de la Guardia Civil y la Policía Nacional advierten de que en una proporción significativa de los casos las víctimas son turistas». La posibilidad de llevar maletas, dinero y demás botines suculentos aumentan en vehículos con matrícula extranjera.
Estos delitos parecen generar «menos alarma social» porque afectan principalmente a los 'guiris', admite César San Juan. De hecho, en numerosas ocasiones las víctimas «no interponen denuncia hasta que llegan a su país de origen», explica Mercedes Martín, portavoz de la Guardia Civil. Y eso hace que la persecución del delito para las autoridades sea aún más difícil.
Pero la población local no debe relajarse. Porque el simple hecho de abrir el maletero en una estación de servicio para coger una chaqueta o la tortilla puede dejar a la vista el petate y convertir a cualquiera en víctima potencial de estos delincuentes. Eso sí: son más propensos a fijarse en personas de edad avanzada para, en caso de ser descubiertos, contar con más posibilidades de éxito en la huida o incluso en el enfrentamiento físico.
En realidad, se trata de delincuentes «oportunistas», apunta la portavoz de la Guardia Civil. «Las mismas personas suelen alternar el método del pinchazo con el del descuido en surtidores». Es decir, aprovechan cuando el incauto va a pagar a la caja tras echar gasolina para 'limpiarle' el vehículo sin que se entere.
No parar en caso de duda
Porque una de las máximas de los 'pincha-ruedas' es no correr riesgos. «Se trata de una infracción con alta probabilidad de éxito, ya que normalmente la gente se fía cuando cree que la están ayudando», constata el subdirector del Instituto Vasco de Criminología. «Tiene un 'modus operandi' de bajo riesgo y, además, no se requieren recursos técnicos ni conocimientos especiales», añade César San Juan, lo que provoca que se trate de «un delito al alza». Eso sí: como tampoco se garantizan grandes ganancias, esta modalidad de robo se convierte en «una práctica habitual para quien lo perpetra». Sin embargo, no puede hablarse de redes organizadas dedicadas a esta actividad. «Se trata de un delito a pequeña escala», aclara el experto. «Las bandas organizadas suelen tener estructuras jerarquizadas por roles y están orientadas a delitos más sofisticados en los que se requiere una logística más compleja».
Pero poco importará esto a sus víctimas. ¿Qué hacer para evitar ser presa de estos depredadores? Estar alerta. Comprobar las ruedas antes de abandonar la estación de servicio y, a la mínima sospecha, echar el seguro. «Una vez en ruta, no es buena idea parar cuando te advierten de un pinchazo. Es mejor reducir la velocidad y hacer la comprobación más adelante». Como efecto secundario, nos rodeamos de una densa costra de desconfianza. Y podemos llegar a tratar al conductor educado que nos alerta de un problema como si fuera una amenaza.
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