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JOSÉ DOMÍNGUEZ jdominguez@elcorreo.com
Sábado, 26 de mayo 2012, 18:20
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Josetxu no daba crédito a la tragedia que ayer asoló al bilbaíno barrio de Deusto. Su sobrino, de 37 años, asesinó a cuchilladas a M.M.S.M., de 44. Frente al portal de su casa, el número 42 de la calle Ramón y Cajal, a la vista de todo el mundo y dejando en el suelo un reguero de sangre. El remordimiento estaba acabando con él porque en la escalera del edificio había presenciado el inicio de la discusión entre ambos y no dejaba de pensar si podría haber hecho algo para evitar la muerte de la mujer. Sabía mejor que nadie que Rafael M. padecía serios problemas mentales, «esquizofrenia o manía persecutoria», pero «ni por lo más remoto» se le pasó por la cabeza que pudiese llegar a acabar con la vida «de nadie». Había tenido innumerables altercados con los vecinos del barrio y, a pesar de todas las denuncias que se habían presentado contra él, no le veía capaz de llegar tan lejos. Se equivocó fatalmente.
Josetxu era consciente de la «obsesión» que el hijo de su hermano tenía con la vecina del piso de arriba, el segundo A, aunque apenas llevaba en el barrio año y medio tras llegar desde La Rioja, según varios vecinos, «debido a un traslado laboral». «Se montó una película que creo que ella ni siquiera conocía, aseguraba que cualquier ruido lo hacía para fastidiarle y no soportaba nada, desde el ruido de los tacones a que bajara de golpe la tapa del baño o incluso si se le caía un plato». Por eso cuando, en torno a las 14.30 horas, se cruzó con Rafael, que bajaba corriendo detrás de ella repitiéndole «quiero hablar contigo», optó por hacer mutis por el foro y encerrarse en su casa, contigua a la del homicida. «Le va a contar el problema que le tiene tan agobiado», pensó.
Metió la llave en la cerradura mientras todavía escuchaba a la víctima salir del portal al tiempo que emitía tímidos «sí, sí» para calmar a su sobrino. Instantes después oyó unos gritos que le helaron el corazón. «¡La va a matar, la va matar!», chillaban los vecinos del bloque de enfrente. Se asomó a la ventana y vio a Rafael encima de la mujer. «Hacía grandes aspavientos con las manos, y aún así pensé que le estaba dando bofetadas o, a lo sumo, puñetazos, nunca esta masacre». Josetxu bajó corriendo y el mundo se derrumbó a sus pies. La vecina yacía ya sin vida en el suelo, entre un coche y un contenedor de papel.
«Muy frío»
«Ha sido dramático, porque él asestaba puñaladas a la mujer mientras varios vecinos le increpaban a unos metros para que la dejase, pero no lo hacía, se mostraba muy frío», aseguraba Begoña, que vive apenas unos portales más adelante. «Hubo uno que debió ser mortal de necesidad, a la altura de la yugular y con desgarro», precisaba. De repente «se paró y, muy tranquilo, abrió la puerta del portal y se fue a su casa». Allí le detuvo la Etzaintza minutos después, si bien el levantamiento del cadáver se retrasó hasta las 17.40 horas.
«Es una vergüenza que nadie haga nada hasta producirse una desgracia que, en este caso, se veía venir», se encolerizaba José Luis, quien al oír los gritos de auxilio salió al balcón y vio cómo la mujer «se desangraba». «Tenía al barrio atemorizado, y sobre todo a su portal, donde llegó a amenazarles de muerte y con hacer estallar todo el edificio», añadió. De hecho, varios residentes optaron por marcharse.
Según una mujer del mismo inmueble, donde viven 24 familias, a otra vecina ya intentó apuñalarla en un brazo hace «dos o tres años». «La tuvimos que llevar al hospital de Basurto y presentamos la correspondiente denuncia, pero nada». Igual que «cuando se liaba a hachazos con las puertas de las viviendas, o nos las manchaba de heces». Incluso habían realizado recogida de firmas para expulsarle del barrio.
Orden de alejamiento
Más efecto tuvo el juicio que hace también en torno a tres años tuvo con Maruja, residente en el mismo rellano. «A ella la llegó a romper la puerta varias veces y la tenía tan aterrorizada que no salía ni siquiera de casa, hasta nos pedía ayuda porque tenía que sacar la basura con una cuerda por el balcón», aseguraban en el barrio. El juez le impuso una orden de alejamiento a 500 metros, «y estuvo varios meses fuera, creo que durmiendo en un coche».
Josetxu reconocía ayer que en los últimos años la relación con Rafael había sido «muy complicada». «Durante horas me contaba historias de que todo el mundo estaba confabulado contra él. Incluso si alguien tosía a medianoche, creía que lo hacía para fastidiarle». Tal fue su hartazgo que «llevaba siete u ocho meses sin hablarle». Su sobrino «nunca salía de casa y se pasaba el día con sus dos o tres gatos, el ordenador y dándole vueltas a la cabeza».
«Nada más ocurrir esta desgracia un vecino ya ha querido responsabilizar a la familia de lo ocurrido, pero no es así, hemos hecho lo que hemos podido», se lamentaba el tío del homicida. Su madre, tras volverse a casar, les dejó el domicilio familiar a él y a su hermano -tienen otra hermana más- «hace más de quince años». «Ella se ha desvivido, incluso consiguió que le internasen en el psiquiátrico de Zamudio, pero, ¿qué se puede hacer si le dejan volver a salir?», subrayaba. La última vez fue «hace cuatro o cinco meses, aunque apenas estuvo allí 25 días». «La duda es si yo podía haber hecho algo, pero una persona no baja a hablar con un cuchillo y quizá la víctima hubiese sido yo», reflexionaba.
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