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OSKAR L. BELATEGUI obelategui@elcorreo.com
Viernes, 28 de octubre 2011, 10:29
Evgen Bavcar es un reputado fotógrafo ciego. Cuando estudió Filosofía del Arte aprendió a no fiarse de sus lazarillos, «porque las descripciones expresan en primer lugar los fantasmas de quien observa el cuadro». Bavcar es el primero que ha teorizado sobre su paradójica profesión: «Las personas retratadas no pueden mostrarse conmigo de la forma habitual, porque falta esa complicidad con el fotógrafo que les confirma su narcisismo». La niña protagonista de 'Camera obscura' también hace fotos. Y es ciega, al igual que la actriz que la encarna, Jacqueline Duarte.
La única película vasca estrenada en la Seminci -fuera de competición- trata de sumergir al espectador en las tinieblas sensoriales de su protagonista. La debutante Maru Solores (San Sebastián, 1968) acerca la cámara a sus ojos sin pupila cuando reciben el sol, a sus pies cuando se baña en la orilla de la playa de Sopelana, a sus oídos, cuando escucha las discusiones de sus padres. La cinta se ha proyectado en Valladolid con subtítulos para sordos y descripciones en audio para personas con problemas de visión. Todavía no tiene fecha de estreno.
'Camera obscura' (título terrible para su carrera comercial) no se inscribe sin embargo en las epopeyas de superación de discapacitados, tipo 'Mi pie izquierdo'. A la directora le interesa más mostrar el amor mal entendido de unos padres sobreprotectores y el despertar al amor y la sexualidad de una cría de 13 años en el umbral de la pubertad. «En un corto mío ya hablaba de la sobreprotección de los padres que no dejan crecer al niño, buscar su camino. Imponen lo que creen que es mejor y termina por no serlo».
Los aitas de Ane (Leyre Berrocal y Josean Bengoetxea) insisten en operarla una y otra vez para que recupere la vista, sin darse cuenta de que está marginada por los otros adolescentes. Un tío fotógrafo, bohemio y herido por la vida (Víctor Clavijo), la enseñará a mirar el mundo a través de una cámara. «La ceguera sirve para dar mucho juego cinematográficamente, como obstáculo y como metáfora. He tratado de trasladar a imágenes su percepción de la realidad primando siempre su subjetividad, lo que ella imagina y percibe. En un mundo saturado de imágenes, muchas veces no queremos ver lo que tenemos delante. Aquí una niña ciega muestra a los demás la realidad».
En un anuncio de la ONCE
Ane sabe que quizá nunca vuelva a ver, pero, de momento, le preocupa más si los chicos creen que está buena o por qué todas sus amigas ya han tenido la regla y ella no. «Los conflictos de la adolescencia son los mismos, independientemente de que sea ciega», apunta Maru Solores, que encontró a su actriz protagonista en un anuncio de la ONCE. «Jacqueline tiene un resto de visión, pero para ver una foto tiene que comérsela. Su memoria es prodigiosa, se aprendió sus diálogos y los del resto del reparto. Le daba indicaciones, porque, claro, no podía reproducir mis gestos».
La primera película de la historia con títulos de crédito en braille (si la pantalla pudiera palparse) posee aciertos de puesta en escena y transcurre con sensibilidad y sin tremendismos. Sortea el morbo y la conmiseración. Lástima que chirríen algunos secundarios y que choque el castellano puro de unos (Jacqueline es de Ponferrada) con el marcadísimo acento vasco de otros. «No quiero que la gente piense 'una niña ciega, qué dramón'», confía la directora. «La primera reacción de los productores también fue de miedo. Y el público no la recibe así».
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