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La selección vasca se queda paralizada ante una Argentina carente de piedad en su último partido de la gira

J. M. CORTIZAS ENVIADO ESPECIAL jcortizas@elcorreo.com

Martes, 9 de agosto 2011, 10:12

No nos engañemos. Entraba dentro de lo posible. El castigo al que sometió ayer Argentina a Euskadi fue un escarnio público que sólo algunos equipos se permiten. Se unió el mal de altura del combinado vasco con la ausencia total de piedad de un puñado de estrellas que no entienden de hacer prisioneros. Miedo en el cuerpo antes incluso de saltar al cuadrilátero. Así sólo le espera al timorato una paliza en toda regla. 64 puntos de desventaja para una cosecha propia de 28, cuatro más que los firmados por el Chapu Nocioni, a día de hoy estilete de este equipo albiceleste junto al siempre dispuesto Ginobili. Los demás tienen quilates a porrillo, pero van y vienen según vaya el juego. Eso sí. Cuando les dejas la puerta abierta no preguntan y pasan hasta la cocina. La valoración de unos y otros lo dice todo: 123 frente a -14.

No hay que hacer sangre de la situación. La gira argentina de Euskadi ha tenido mucho más y es de hipócritas y ventajistas limitarlo a lo que pueda suceder sobre el parqué ante una de las tres mejores selecciones mundiales de la década. El choque comenzó testimonialmente de cara con un triple de Joseba Iglesias, uno de los pocos que no presentaba arrugas en su indumentaria. Le tocó como pareja de baile a Nocioni, pero nadie podrá decirle que no puso todo lo que tenía, obviamente insuficiente para siquiera aminorar la frecuencia anotadora del crack de Santa Fe.

La clave del enorme fiasco radicó en que el pez chico se asustó antes de tiempo pensando en las fauces del depredador con el que iba a compartir acuario durante cuarenta minutos. En ello influyó que los encargados del comedor eran los árbitros, obsesivamente permisivos con 'sus' jugadores. Los hechos se encadenaron. Primeras defensas abortadas por la superioridad rival. Los ataques nacían sin vida porque los de Laso empequeñecían en cuanto sentían la pintura, a la que llegaban como bolas propulsadas por petacos. El arbitraje maniató al modesto, permitiendo a los de Lamas «un juego más a la NBA» como reconoció uno de los trencillas. Era imposible que se produjera sorpresa alguna, ni de lejos. Pero ese apego argentino a la sobreprotección a sus equipos alcanza en la Dorada su máximo exponente. Flaco favor le hicieron a la imagen de Euskadi, igual de nimio que lo sacado en claro por Lamas, que simplemente vio a sus hombres en un conato de entrenamiento. Pese a todo, números en la mano, el primer cuarto acaba desnivelado sólo por los tiros libres. Empate a nueve en canastas de campo. Los albicelestes abusaban de sus físicos para dominar el rebote, acongojar a sus oponentes y cobrar, para más inri, falta tras falta. Así, de los 19 puntos del parcial 10 los sumaron desde la línea de castigo. El único momento memorable del partido llegó entonces. Con dos triples de Salgado como inicio, Euskadi cerró un 0-10 que le colocó a seis puntos (19-13) de Argentina. Aunque sólo fueron unos segundos, resultaron una bendición. Apuntes de fluidez, correcto cierre de filas y destellos imborrables para sus protagonistas. Ya no volverían a aflorar. Taza y media para la tricolor, abandonada a su suerte sobre todo en la segunda parte, la innombrable, en la que Julio Lamas sólo sentó a Ginóbili entre sus caballeros dorados.

El premio que esperaba al MVP del partido era una daga, premonición salteña. Acabó en manos de Delfino por aquello de no saturar la vitrina de Nocioni, que fue realmente el más valorado. Los dos, en cualquier caso, ajusticiaron a una selección vasca que llegó moribunda al cadalso. Ya está. Fin del trayecto. El balance no deja de ser positivo. Aunque los jugadores y cuerpo técnico estaban afectados, lograron cruzar el charco y visitar a un combinado de ensueño que se jugará en tres semanas el pasaporte para las Olimpiadas de Londres.

El combinado vasco acabó magullado, herido en su amor propio y totalmente enojado con la terna arbitral. Fue mucho soportar el 10-1 en faltas que llegaron a llevar los de Laso ante la permisividad de los colegiados, tres veteranos que pudieron haber marcado el tempo del duelo y convertirlo en algo más justo y ameno. Total, nada hubiera cambiado, Argentina habría ganado de calle, pero se podría haber visto algo de baloncesto en ambos márgenes de la cancha.

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