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BENITO URRABURU,
Domingo, 31 de julio 2011, 14:08
Philippe Gilbert está atravesando el mejor momento de su carrera. Lleva ganando desde el mes de marzo. Cinco meses le han bastado para convertirse en el hombre de moda, en un corredor que ha seleccionado muy bien el calendario, los períodos de reposo e incluso el empacho de carreras que ha tenido desde que comenzó el Tour. El vencedor de la Clásica de San Sebastián, el segundo corredor belga que se impone en la prueba después de que Claude Criquelion consiguiese el triunfo en 1983, 28 años después, lleva poniéndose un maillot para competir desde el 2 de julio. No ha parado puesto que esta semana ha corrido todos los días un criterium antes de llegar a San Sebastián en la madrugada del sábado, a las 2 de la mañana. Todo un derroche físico para un ciclista que no daba muestras de un excesivo castigo. Lo que se había propuesto en la Clásica lo cumplió: llegó con el tiempo justo para correr porque quería ganar y ganó; sumó puntos para la general del World Tour, atacó en el alto de Miracruz como si fuese un poseso y destrozó el grupo de favoritos.
No le gusta emplear la palabra emoción: prefiere la de seguridad, confianza en su momento de forma. Sale en estampida, aprovecha los repechos, con un desarrollo tan brutal que parece que van a explotarle las piernas. Los demás no pueden seguirle. Ni siquiera Samuel Sánchez, que estuvo muy vigilado. Gilbert gana por la fuerza demoledora que emplea, que incapacita a sus rivales.
Siempre frío
El belga se mantuvo frío, esperó a la última oportunidad que le quedaba a la prueba: Miracruz. Demostró que conocía muy bien donde corría. Dejó sin ningún margen de maniobra a quienes le acompañaban, hombres importantes del ciclismo mundial como Frank Schleck, Haimar Zubeldia, Jelle Vanendert, Van Avermaet, Joaquín Rodríguez, Rigoberto Uran, Samuel Sánchez, que lo había intentado sin éxito en Arkale, y Devenyns.
Por si no le bastase con él mismo, tenía a Jelle (Vanendert), el corredor que encontró su camino hacia el éxito en el Tour después de que Jürgen VandenBröeck se cayese. En una prueba selectiva como la de San Sebastián, le fue limando los ataques que le lanzaron y él se quedó para el decisivo, el de Carlos Barredo. Agradeció el trabajo impagable de su compañero: no se desgastó, esperó, tensó los estados de ánimo, los momentos físicos cuando todo el mundo estaba al límite, menos él. Gilbert es un depredador, en condiciones de escoger donde moverse, lo que le da ventaja sobre sus rivales, que parecen esperar la guillotina del campeón belga, que no deja margen para improvisar. Carlos Barredo, Joaquín Rodríguez, Haimar Zubeldia y Samuel Sánchez finalizaron entre los diez mejores.
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