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J. GÓMEZ PEÑA ENVIADO ESPECIAL
Viernes, 22 de julio 2011, 13:22
Sucedió a dos kilómetros del Galibier, justo cuando pasaba sobre una pintada dedicada a Andy Schleck, el majestuoso vencedor ayer, el segundo en la general a sólo 15 segundos ya de Voeckler. Allí quedó clavado Alberto Contador. Con dos puntas. Clack. Clack. Ahí se le detuvo el Tour. Su orgullo se levantó sobre los pedales para tratar de seguir al grupo de Evans, pero era un orgullo sin piernas. «La flojera», dijo. Notó que eso que le acababa era el aire de sus pulmones. Y vio una imagen que nunca había visto hasta ayer: cómo se alejaban sus rivales y con ellos, el triunfo en una gran vuelta. Desde el Tour 2007, desde su primer éxito, no había perdido jamás: tres Tours, dos Giros y una Vuelta. El cuarto Tour tendrá que esperar. Así lo sentenció ayer el Galibier. «La victoria ya es imposible», declaró. El Galibier tiene otra muesca en su poblado cementerio.
No hay campeón sin derrota. Anquetil no ganó el sexto Tour porque no quiso; prefirió que lo perdiera otra vez Poulidor. Mala leche. A Merckx se lo quitó un puñetazo en las costillas propinado por un exaltado en el Puy de Dome. A Hinault le costó más renunciar. Trató de incumplir el pacto con su compañero LeMond y le atacó a traición. Hasta que se agotó ante el empuje del joven americano. A Induráin, su derrota le llegó el 6 de julio de 1996. En otro Tour, como éste, inundado de lluvia. Aquel día, sin embargo, salió el sol camino de Les Arcs. Como ayer. Aunque algo más lejos de la cima: a 3,5 kilómetros. De repente, tras cinco victorias consecutivas, el navarro torció la cara. Pidió sales. Estaba hueco. Lleno de sed. Se desvaneció el gigante. Contador fue ayer el Induráin de Les Arcs. «A ocho kilómetros del final me sentía ya muy mal», confesó.
A Armstrong, el imbatible, el de los siete Tours, le tuvo que tumbar uno de la siguiente generación, Contador, que acabó con la era del tejano entre Andorra y Verbier, en el Tour 2009. Sólo quedaba intacto el madrileño. Hasta que llegó a esa pintada premonitoria a dos kilómetros del Galibier que decía: 'Andy'. El luxemburgués había pasado por allí casi cuatro minutos antes. Arriba, tras cruzar la pancarta, les esperaba su padre, Johnny. El hijo se sostuvo en los hombros del viejo gregario de Ocaña. Andaba con dificultad y recibía una catarata de aplausos. Los merecía. Eddy Merckx se le acercó y le dijo: «Has ganado a la antigua». Como él.
Al ataque
Todo comenzó con un silbido. Lo escuchó el Izoard, el segundo puerto del día tras el Agnello. Andy Schleck silbó a Voigt. Fue como pulsar un interruptor. Luz sobre la historia del Tour. El alemán aceleró. Ignición. El cohete. Andy miró atrás, vio dudas y se fue. Sobre la roca de esa curva había colgada una bandera de Luxemburgo. Señal. Quedaban 62 kilómetros, medio Izoard y el largo ascenso al Galibier. Era una aventura. «O ganaba o reventaba».
Merckx disfrutó en el coche del director de carrera. Veía a un joven y se veía a sí mismo. Le guiñó un ojo al Izoard. Dicen que por este puerto los campeones pasan solos. Es un desierto de piedra. Atemoriza su grandeza. Andy activó la hélice de sus pedales. Tenía delante a dos gregarios. Posthuma le dio un relevo y Monfort le esperó para guiarle en el descenso del Izoard. Hace mucho pasó por allí Louison Bobet, con los forúnculos en carne viva. Solo ante el Izoard, como los campeones. «¿Por qué aguantas Louison?». Y respondió: «Porque no me vale ser segundo».
La frase se la pidió prestada ayer Andy Schleck. En su mejor día como ciclista. Al fin. Monfort tiró de él desde Briançon hasta que reventó. Desde arriba, el Galibier se lo ponía difícil a Andy: le soplaba en contra un viento frío. Ni eso le frenó. Detrás, Contador y Samuel hablaban. El asturiano negó con la cabeza. No podía ayudarle esta vez: iba a ser su peor día. Se le esfumaba el podio. El madrileño quería. «Querer es poder», repite como lema. Esta vez no. Cuando Andy ya les llevaba a todos más de cuatro minutos, supo que estaba pedaleando sobre su primera derrota. Y aún quedaban 15 kilómetros.
Voeckler sudaba de amarillo. Picor en los ojos, la mirada desenfocada. Bastante tenía con aguantar. Nadie se atrevía a tirar hasta que apareció Evans, el sigiloso. El Tour se resumió entonces en esos dos nombres. Delante, Andy tiraba solo hacia la faja de nubes que hacían corona para el Galibier. Al cielo. Detrás, Evans, con ese gesto suyo atormentado, le recortaba tiempo. A pulso. A Evans no lo pudo seguir Samuel Sánchez. «No había más fuerzas», alegó. Y, unos kilómetros después, tampoco Contador. Le dolía la rodilla. Le pesaba el esfuerzo del Giro. Y, por primera vez, tocó la lona. K.O. Perdió 3 minutos y 50 segundos en la cima, 48 segundos menos que Samuel. A 2.07 entró su hermano, Frank. Abrazo. A 2.15, Evans, el australiano que ahora tiene el Tour a tiro de contrarreloj si hoy aguanta en Alpe d'Huez (Voeckler le saca 1.12 y Andy Schleck, sólo 53 segundos). Uno de ellos ganará el primer Tour que pierde Contador.
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