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Bernardo Atxaga, Javier Gurrutxaga y Borja Cobeaga, sobrino de Eguillor, recordaron ayer al dibujante en Bilbao. :: GABRIELA BARNUEVO
Los amigos despiden a Eguillor
CULTURA

Los amigos despiden a Eguillor

Bernardo Atxaga, Javier Gurruchaga y Borja Cobeaga homenajean al dibujante en la Alhóndiga

OSKAR L. BELATEGUI

Jueves, 26 de mayo 2011, 11:02

A Juan Carlos Eguillor le amuermaba el Bilbao luminoso y radiante del Guggenheim. Prefería los años de sirimiri y metalurgia, «cuando la ciudad no estaba tan limpia y ordenada pero era mucho más divertida». Ayer, dos meses después de su muerte, sus amigos se reunieron para recordarle en uno de los iconos del nuevo Bilbao, la Alhóndiga. El dibujante tenía planes para el viejo almacén de vinos, antes de que Starck retorciera sus columnas y colgara una piscina del techo. «Yo en la Alhóndiga haría una fábrica de libros, con chimeneas de donde saldrían letras», fabulaba.

Su sobrino, Borja Cobeaga, actuó de anfitrión: él también es un donostiarra que acabó transplantado a Bilbao. «Mi tío era el referente cuando quería dedicarme al cine de pequeño», recuerda. «Siempre estaba de viaje, era el tío bohemio que lees en las novelas y veías en 'Los Fraggle'. Yo pensaba que todo el mundo tenía uno». El director de 'Pagafantas' tardó tiempo en darse cuenta de lo afortunado que era al crecer junto al autor de Mari Aguirre y Miss Martiartu.

«Para muchos de mis amigos en Bilbao y Madrid también ha sido su tío. Cuando alguien fallece, sueles decir que lamentas haber no estado más tiempo con él. Yo no. Tuve una relación plena, vivíamos muy cerca en Madrid y su influencia en mi trabajo es fundamental». Cobeaga se queda con «su individualismo bien entendido». «Iba a su bola y hacía lo que le daba la gana. Incluso dormía cuando quería, no de doce a ocho como los demás. Mi tío fue un espíritu tan libre que le daba igual la fidelidad a la realidad si se trataba de contar algo gracioso».

Javier Gurruchaga también se contagió del humor esquinado y el grafismo barroco de Eguillor. La imagen de la Orquesta Mondragón y las cabeceras de sus programas de televisión fueron obra del ilustrador donostiarra. «Nos conocimos en 1979», rememora el cantante. «Rodó vídeos deliciosamente pop para la Mondragón y fue culpable de aquellos programas escandalosos, como 'La última cena'. Estaba preparando la portada de mi último disco, 'El maquinista de la General', cuando sufrió el ictus». Gurruchaga, que ayer demostró su madera de showman ante el abarrotado auditorio de la Alhóndiga, se enteró de la muerte de su amigo por la prensa. «Ese día estaba buscando el obituario de Elizabeth Taylor y me encontré con el suyo. En los últimos meses sufría porque ya no podía hacer lo que más le gustaba: viajar».

Humor metafísico

Bernardo Atxaga fue compañero de Eguillor en 'Euskadi Sioux', una revista que se atrevió a mezclar humor y política en 1979. Duró siete números. «Yo llegaba de estudiar en La Salle y Juan Carlos era el hombre más moderno que conocía, de una modernidad cosmopolita, alegre, generosa». Al dibujante le gustaba detallar que su casa de Bilbao había pertenecido al lehendakari Aguirre. La decoró en blanco y negro ajedrezado.

Buena parte de aquella generación que pivotó a su alrededor le recordaba ayer emocionada. No faltaron el alcalde, Iñaki Azkuna, Jose Ibarrola, La Otxoa, su compañero en EL CORREO Antxon Urrosolo... «Su humor era a lo Jacques Tati, en dos golpes: te descolocaba y después hacía un comentario que te volvía a descolocar aún más», sonreía Bernardo Atxaga. «Era un humor limpio, metafísico, nunca insultante. Había quien le tenía por extravagante. Yo tengo que decir a mi favor que siempre traté de imitarle».

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