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J. GÓMEZ PEÑA ENVIADO ESPECIAL
Miércoles, 11 de mayo 2011, 10:10
La arboleda deshace la luz de la recta del Passo del Bocco donde el lunes se mató Wouter Weylandt. Medio día después de la mortal caída, su madre se acerca trémula al charco de sangre seca que señala la muerte de su hijo. Se arrodilla y toca con una mano ese trozo de asfalto. Como una última caricia. Mira al suelo; mira al cielo. Da unos pasos atrás y saca una foto. Imágenes, recuerdos, maneras de luchar contra la muerte. Trata de rebobinar la escena. «Nos ha dicho que no entendía cómo se había podido caer en una recta», cuenta Ángelo Zomegnan, director del Giro. Sobre el piso están marcadas las rayas blancas que dejó la bicicleta al rebotar. Chirrido. Y sobre esos arañazos en el asfalto, Sophie, la novia embarazada del ciclista belga, se abraza instintivamente la tripa, a la niña que espera, y se rompe en llanto. No pueden más. Se van. Junto al muro donde se clavó la bicicleta de Weylandt quedan los ramos de flores.
Luego supieron que, días antes del accidente, Weylandt andaba inquieto. Su mánager desveló ayer un mensaje telefónico del corredor belga: «Decía que el ciclismo se había vuelto peligroso, que había muchos nervios en el pelotón». Como si hubiera adivinado su destino, su final en el descenso donde le recordaron ayer los suyos.
La familia de Weylandt había llegado el lunes por la noche. Los padres, la hermana, la novia... A la una de la mañana estaban ya en el hotel Julio César, en Rapallo, en el establecimiento donde se alojaba el equipo Leopard. La cama vacía de Weylandt. Rapallo es una roca que se descuelga sobre el mar. Un paseo marítimo de fachadas color pastel; de villas con cipreses; de turistas ancianos que rejuvenecen al sol de Liguria. En el quiosco del paseo, a dos pasos del hotel, un cartel anunciaba por la mañana la noticia del día: 'Drama en el Giro. Un joven belga muere en la tercera etapa'.
Un rato después y una treintena de kilómetros más allá, la salida de la cuarta etapa se desperezaba en Génova. El autobús del Leopard estaba separado del resto por un cerco de vallas. Era un velatorio. La desgracia les había llegado a bocajarro. Les faltaba Weylandt, el compañero que el 19 de marzo de 2009 había salvado a Kurt Hovelynck, caído en un sprint. Weylandt le atendió cuando estaba caído y sin sentido en el suelo. Hovelynck estuvo en coma y tuvieron que someterle a una operación cerebral, pero se salvó. A Weylandt, la muerte también le había rozado un par de meses antes, en el Tour de Catar. Su compañero de habitación, Fedreriek Nolf, no despertó una mañana. Se le paró el corazón. Cuando luego el líder de su equipo, Tom Boonen, ganó al sprint la última etapa, todos fueron a abrazarle. Menos Weylandt. Tiró hacia el desierto y se sentó a llorar en la arena. Eso recordaron ayer sus amigos del Quick Step.
Dolor rodante
Su equipo actual, el Leopard, recibió en Génova los aplausos y el ánimo destinados a Weylandt. Klemme, Rohregger, Stamsnijder, Pries, Vigano, Wegmann, Zaugg y Feillu se colocaron en la salida al frente del pelotón. Pie a tierra, cabeza abajo. Mirada perdida, sonámbula, más allá de la carretera. La trompeta fúnebre de una banda militar ocupó el silencio. A Feillu la pena se le comprimió en un par de lágrimas. Salpicaron el asfalto genovés. Los directores de los 23 equipos habían decidido repartirse la etapa, los 216 kilómetros entre Génova y Livorno. Procesión. Dolor rodante. Cada conjunto tiró durante una decena de kilómetros. Se turnaron portando el féretro que pesaba sobre sus cabezas. Y a cuatro kilómetros para el final, se colocó en cabeza el Leopard. Como en 1976 hizo el KAS en el Giro para recordar a Santisteban. Y como en 1995 se alineó el Motorola en el Tour para decicarle a Casarteli aquella etapa.
Ayer, la marcha fúnebre llevaba el maillot del Leopard. Y el de un corredor del Garmin, Tyler Farrar, íntimo del fallecido, que lloró en la fila del Leopard, en el primer banco del funeral. «Era mi amigo, mi compañero de entrenamiento, y de muchas maneras, otro hermano para mí. Su muerte me marca y es un cambio irreparable en mi vida», escribió en un comunicado. Ayer no se hablaba. Se les habían terminado las palabras. Saben que su vida se sostiene sobre el canto de un tubular, apenas dos centímetros, pero nunca piensan en una muerte así.
No se habló ni de falta de seguridad ni de un recorrido adicto al riesgo. Era un día para recordar al ciclista fallecido y arropar a los suyos, para quienes serán todos los premios de la etapa de ayer. El Giro que queda ya no será el mismo. Le faltará Weylandt. Tampoco estará hoy Farrar, el amigo sin consuelo durante los 216 kilómetros de ayer, los del de silencio. Sobrecogedor. Sólo algún susurro, adelgazado por el respeto. De hecho, hoy causará ya baja la totalidad del equipo Leonard. Lo rumiaron desde que se consumó la tragedia y a última hora de la noche de ayer lo comunicaron oficialmente a un Giro que rodará por los tramos de tierra con que la organización ha sembrado la quinta etapa. Hoy también se abrirá la capilla ardienten en el tanatorio de Lavagna. Y mañana el cuerpo será trasladado a Bélgica.
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