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Compromiso podrido

MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ

Lunes, 2 de mayo 2011, 04:43

Tras el ansioso deseo social de tranquilidad puede ocultarse un pensamiento disfuncional disolvente del sistema democrático. Especialmente, si no se lidera eficazmente la pelea contra los prejuicios arraigados de viejo y, sobre todo, frente al poder de la violencia extrema.

Uno de los ejemplos de degeneración social podría ser el que testimonió el periodista español exiliado Manuel Chaves Nogales, al ver cómo Francia aceptó someterse a los alemanes para que hubiera tranquilidad, normalidad, para que no se notase la guerra, convencidos de la inutilidad del esfuerzo colectivo, en un ambiente perverso y consentido de claudicación.

Hay testimonios de degeneración más locales. En Sinaloa, los cárteles tienen quienes cantan sus respectivas hazañas violentas, han llegado a promover un santo alternativo a la Iglesia católica, conocido como el santo Malverde. Es el santo -digamos- de los narcos. Hay capilla. Se le llama santo. Y el pensamiento mágico y la propaganda eficaz hacen que, una vez mas, mucha gente no distinga lo verdadero y lo falso, porque todo parece igual, y hay mucha gente que visita la capilla y le reza.

En Estados Unidos, ahora mismo, los que profesan la ideología de la supremacía blanca encuentran intrigantes y sutiles maneras de manifestarse. La verdad y los hechos pueden dejar de tener efectos sociales cuando hay gente muy osada y sin escrúpulos. El empresario Donald Trump ha realizado un jugoso negocio mediático explotando los inconfesables deseos de los xenófobos ocultos a cuenta de sembrar la mentira sobre la partida de nacimiento del presidente de los Estados Unidos. Los más retrógrados se han relamido de gusto gracias a la mentira dejando un nuevo precedente de disfuncionalidad en el sistema político de la enorme democracia norteamericana.

Nosotros también tenemos lo nuestro. La familia de varios asesinos múltiples se atreve a salir públicamente para expresar su apoyo al asesino, a los asesinos, a la causa de los asesinos. Se sienten parte de la comunidad y lo cierto es que, para muchos, lo son más que las familias de las víctimas del terrorismo. Encerrados en su egocentrismo narcisista, la verdad de la vida y la muerte de los que no van a volver resulta inapreciable. Buscan la excusa para seguir encerrados en su burbuja y no encararse a lo realmente relevante que sería decir no a los asesinatos que sus seres queridos cometieron, aunque los vínculos de sangre sean firmes y deseen lo mejor para ellos. Pero no. Y sin embargo, tal vez resulte más aberrante que algunos partidos políticos no se escandalicen con esto y sí con una de las reivindicaciones de las víctimas del terrorismo, precisamente aquella que expresa que para normalizar la sociedad vasca, para edificar el futuro con bases solidas, el entorno político de ETA debe condenar la historia de persecución y crueldad antes de conseguir volver a las instituciones democráticas. Quienes desearían criticar abiertamente a las víctimas no lo pueden hacer, claro, pero hay otras maneras de hacerlo, más sutiles, más perversas, más crueles, más infectas.

Hay algo todavía mas decadente entre nosotros, y es prestar al entorno de los etarras, de los que tienen responsabilidad en la historia de décadas de persecución y muertes, su vientre para que no tengan que enfrentarse a su responsabilidad ante nuestra comunidad. Malditos.

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