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BORJA OLAIZOLA
Lunes, 28 de marzo 2011, 10:36
Algunas dotes premonitorias debía de tener el padre de George Soros cuando decidió que la amenaza nazi en Hungría aconsejaba que su familia se despidiese del apellido Schwartz. El término Soros, que en esperanto significa 'subirá', se ajustaba como anillo al dedo al futuro que le esperaba a su hijo. Pero el apellido no fue lo único que heredó el que luego se convertiría en uno de los más famosos financieros de la historia. El abogado de origen judío Tivadar Soros hizo de George uno de los pocos hablantes nativos del esperanto, ese idioma llamado a convertirse en vehículo de comunicación universal inventado en 1887 por un oftalmólogo idealista -Lázaro Zamenhof- que había ido a nacer en una Polonia ocupada por la Rusia de los zares.
El padre de Soros pertenecía a una generación que vio la luz cuando todavía había sitio para la utopía. Nadie barruntaba aún los horrores que traería el nuevo siglo y la llamada a la fraternidad universal a través del idioma común lanzada por el oculista polaco tuvo un extraordinario eco. En apenas dos décadas el mundo se llenó de asociaciones de esperantistas que se entusiasmaban ante la perspectiva de derribar la Torre de Babel de la incomprensión idiomática y se intercambiaban con frenesí cartas en las que proclamaban la hermandad y la solidaridad entre todos los hombres y razas.
La semilla prendió con fuerza también en España. En 1909 Barcelona acogía el V Congreso Universal del Esperanto y Alfonso XIII distinguía al artífice del nuevo idioma con el título de Comendador de la Orden de Isabel la Católica. Ese mismo año veía la luz el grupo esperantista de Cheste, población que con el tiempo se convertiría en la capital española de la nueva lengua. «Todo empezó por curiosidad», cuenta José Manzanera, uno de los integrantes de la ya centenaria asociación. «Un agricultor que se llamaba Francisco Máñez y que era muy inquieto aprendió de forma autodidacta el esperanto y empezó a cartearse con esperantistas de todo el mundo. Llevaba las respuestas al casino y allí se entretenía leyéndolas ante todos. Había cartas de médicos de Londres, abogados de Múnich o Praga, actores húngaros, periodistas brasileños... A los demás vecinos aquello les pareció tan fascinante que terminaron pidiéndole a Máñez que les enseñase el nuevo idioma».
Pero la llama no solo prendió en Cheste. Los ateneos esperantistas brotaron con energía en toda la geografía ibérica. Montse Piñeiro, directora del Museo del Esperanto de Subirats, el único que hay en España, recuerda que en la época previa a la II República en Barcelona llegó a haber hasta 40 cursos activos para el aprendizaje de la nueva lengua. «La verdad es que en el mundo que conocemos hoy es difícil hacerse una idea de lo que entonces representó el esperanto y los ideales de solidaridad y fraternidad que llevaba asociados», reflexiona. Los totalitarismos -el esperanto estuvo en el punto de mira de Hitler y Stalin- y las contiendas que asolaron Europa dejaron seriamente tocado el movimiento. En España, donde el franquismo hizo la vista gorda, la llama del esperantismo se mantuvo gracias a la labor del medio centenar de asociaciones repartidas por todo el territorio.
'Lingua franca'
Hay dos preguntas inevitables en cualquier aproximación al fenómeno de la lengua de Zamenhof. La primera estaría relacionada con el número de personas que la hablan. «Es difícil calcularlo, pero podríamos decir que hay varios cientos de miles que la dominan y unos pocos millones que tienen algún conocimiento de ella», aclara José Antonio del Barrio, director de la Fundación Esperanto. La segunda cuestión es más peliaguda: ¿tiene el esperanto razón de ser cuando el inglés se ha convertido por la vía de los hechos en la 'lingua franca' de nuestros días? Las respuestas recopiladas darían para varios párrafos, pero pueden sintetizarse así: uno, es un idioma mucho más difícil que el esperanto, lo que hace que quienes lo aprenden se encuentren en inferioridad de condiciones frente a quienes lo tienen como primera lengua y, dos, genera en no pocas culturas un fuerte sentimiento de rechazo por su identificación con la política y la cultura de los países anglófonos.
El esperantismo, hasta hace poco encorsetado en los estrechos límites de las asociaciones, ha encontrado en internet una segunda vida. «A veces me da la impresión de que la red se inventó para el esperanto», dice Del Barrio, que tiene un blog trilingüe (esperanto, castellano e inglés) y está en permanente contacto a través del correo electrónico y las redes sociales con esperantistas de todo el mundo. «Me enteré del atentado del aeropuerto de Moscú del 24 de enero antes de que llegasen los primeros flashes informativos porque un colega esperantista ruso que estaba allí me lo contó y me mandó una foto», explica.
La red, como el esperanto, no sabe de fronteras y ha dado alas a la propagación de un idioma que tiene mucho de virtual en la medida en que carece también de territorio y jerarquías. «Antes solo tenía arraigo en unos pocos países desarrollados mientras que ahora se puede aprender desde todos los rincones del mundo», se felicita Del Barrio. Desde 2004 funciona un curso en línea, lernu.net, que registra miles de visitas semanales y cuenta con más de 100.000 inscritos.
También hay redes sociales donde el esperanto tiene sus propios canales -Ipernity es la principal- aunque el idioma se desenvuelve ya por el espacio virtual sin necesidad de tutelas (es una de las lenguas de Google). Del Barrio estima que, a la luz de los documentos redactados en esperanto, el idioma de Zamenhof sería ya el vigésimo más usado en internet, todo un logro teniendo en cuenta que no tiene rango oficial en territorio alguno. «No hay otra lengua de las 6.000 que se hablan en el mundo que haya progresado de esa forma partiendo de cero», proclama el esperantista.
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