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G. ELORRIAGA
Sábado, 26 de marzo 2011, 03:33
La 'ivoirité' ha envenenado la difícil transición entre la dictadura y una democracia ilusoria en Costa de Marfil. Según un guión común a buena parte de África, el país fue dirigido durante treinta años por Félix Houphuët Boigny, el consabido padre de la patria. Fiel aliado de Francia, implantó una política autoritaria, aunque liberal en el plan económico. Durante su mandato, las inversiones extranjeras modernizaron la agricultura de exportación y el territorio se convirtió en polo de atracción para inmigrantes de toda la región.
Tras su muerte, Henri Konan Bedié mantuvo el perfil de su antecesor, pero un golpe de Estado dio paso a un periodo de inestabilidad aparentemente resuelto por los comicios de 2000. Por paradojas de la historia, también sus resultados fueron puestos en entredicho. El presidente Robert Guéï se resistió a dar paso al contendiente que lo había derrotado, un profesor de historia llamado Laurent Gbagbo. Asimismo, otro aspirante fue excluido de la contienda electoral alegando el origen burkinabés. Se trataba del siempre infortunado Alassane Ouattara.
El nacionalismo y las reticencias de la elite meridional hacia la población del norte, pobre y musulmana, de origen rural y con vínculos familiares en los países vecinos, alentó la persistencia de la 'ivoirité' como mecanismo excluyente de la vida política. La crispación desembocó en 2002 en un 'pustch' a cargo de grupos guerrilleros aliados que dividió el país en dos zonas de influencia durante cinco años.
El acuerdo de paz de 2007 parecía el primer paso hacia la definitiva reconciliación, pero los desacuerdos entre Gbagbo y Guillaume Soro, primer ministro y anterior líder rebelde, y los problemas para establecer un censo impidieron la celebración de las elecciones hasta noviembre del pasado año. Desgraciadamente, ni siquiera entonces, fue posible el acuerdo y la división entre norte y sur, y, sobre todo, la iniquidad de la clase dirigente local volvieron a manifestarse en toda su crudeza.
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