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IVÁN ORIO
Viernes, 25 de marzo 2011, 09:15
Los partidos de fútbol se disputan en dos escenarios al mismo tiempo y con idéntica energía: en el terreno de juego y en las gradas. Esta máxima sirve para todas las categorías, desde benjamines hasta seniors, para escolares y federados, y también para profesionales y amateurs. Sólo cambian la calidad y la intensidad del juego y los decibelios que generan los aficionados. El problema es que la presión de los grandes estadios sobre los árbitros, entrenadores y jugadores no decrece cuanto más pequeños son los campos y deportistas. No resulta extraño observar los fines semana a un puñado de padres en la banda perder los estribos mientras sus hijos benjamines, alevines o infantiles intentan divertirse con el balón. Broncas e insultos al colegiado, al técnico, al propio crío, a los rivales, a las familias del contrincante... En el fútbol escolar también sucede y, aunque por fortuna sólo se registran actos violentos en un 5% de los partidos, los expertos consideran que es necesario adoptar medidas preventivas para evitar que las malas actitudes externas contagien a los chavales en edades tan tempranas.
La Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria celebra estos días un seminario para tratar este asunto y otros colaterales en unas jornadas organizadas por la Diputación de Álava, la Dirección de Deportes del Gobierno vasco, la asociación para la formación y buena práctica en el deporte Rol Kirol y el Comité Vasco contra la Violencia en el Deporte -diputaciones, Ejecutivo autónomo y profesores de prestigio-. La socióloga y docente de la UPV Marian Ispizua -integrante de Kirolalde- presenta hoy en ese foro los resultados de un estudio sobre el fútbol escolar coordinado por ella del que se extraen conclusiones muy interesantes para contextualizar una lacra que, aunque esporádica, puede extenderse si no se le pone freno a tiempo. Los modelos de comportamiento de los niños son los adultos, especialmente los padres y madres, y acabar con los brotes de violencia verbal en los laterales de los estadios es fundamental para salvaguardar los buenos valores dentro del campo de juego.
«Hay padres que van a un partido de fútbol escolar como si fueran a uno de Primera», resume de forma gráfica Ispizua, vicedecana de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad pública. Los datos del informe surgen del análisis de 5.657 partidos jugados en los tres territorios históricos en la pasada temporada. Los árbitros detectaron diferentes tipos de violencia y agresividad en 269 encuentros, un dato tranquilizador a nivel general que sin embargo provoca cierta inquietud cuando se pormenorizan los porcentajes y se aplica el bisturí a los números. Hubo violencia verbal (sin duda la más extendida) -insultos, expresiones humillantes, intentos de ridiculizar a deportistas, entrenadores y árbitros-, física -agresiones o intentos de agresión en la práctica del fútbol-, de género, xenófoba e incitación a la violencia. Es esta última la que más preocupa a los expertos, ya que puede inocular el 'virus' en cuerpos y mentes sanos que sólo quieren disfrutar de la práctica del deporte.
Hay diferentes tipologías de los llamados padres de la banda que pueden dar al traste con meses y meses de trabajo en favor del 'fair play' entre los escolares a través de los programas de concienciación que se promueven desde las instituciones y los propios colegios. Según la coordinadora del estudio, el peor perfil es el del progenitor que, víctima de sus propias frustraciones, intenta que su hijo se convierta en el futbolista de élite que él nunca pudo ser. En este contexto pierde la perspectiva y es incapaz de identificar el deporte con el ocio. Fomenta la competitividad y se deja notar en las bandas con comentarios permanentes a su propio hijo, al que sume en un estado de ansiedad; al entrenador, a quien cuestiona sus conocimientos; y a los árbitros, a los que crucifica. Son adultos que no entienden que en el fútbol escolar tienen que jugar todos los componentes de un equipo con independencia de su calidad, talento, fortaleza física y progresión.
Las malas maneras
Marian Ispizua asume que el trabajo de prevención es «dificilísimo» porque tanto los aficionados como los medios de comunicación tienden a «normalizar» situaciones que rayan con la provocación y las malas maneras en los estadios. Según los datos que ha recopilado en su informe, «fundamentalmente, y aún en mayor medida que entre los jugadores, es la violencia verbal la que prima fuera del terreno de juego, llegando a suponer prácticamente el 70% de los hechos violentos». La incitación a la violencia, «muy ligada aunque diferenciada de la verbal», es la que aparece en segundo lugar. Son padres que no se limitan a agobiar a sus hijos -que ya no juegan para divertirse, sino para contentarles a ellos y evitar una reprimenda cuando lleguen a casa-, sino que menosprecian a los compañeros, a los rivales, a los entrenadores, a los aficionados del otro equipo y a los colegiados.
En total, se han recogido tan sólo 191 hechos de violencia verbal fuera del terreno de juego en 5.613 partidos analizados, lo que supone un 3,4% del total de los eventos contabilizados. «El hecho de que se asuma como normal cierta violencia verbal fuera del campo de juego y que los árbitros hayan sido los que han decidido si la consideraban y registraban como tal puede hacer que este porcentaje señalado sea muy inferior al que realmente se da», reconocen los reponsables del estudio. Ispizua considera clave que los padres asuman que sus hijos saltan al campo «a divertirse y formarse como personas» a través del deporte, y no a luchar para convertirse en una estrella.
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