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ROSA CANCHO
Domingo, 20 de marzo 2011, 13:19
Mario Laurino aún se emociona cuando recuerda el día en que se encontró frente a frente con un oso cavernario gigante. Realizaba una inspección rutinaria por una de las cerca de 200 cuevas de la muga alavesa del macizo del Gorbea. Se hallaba cerca del río Zubialde y descubrió una entrada a una cavidad sin explorar. Recorrió la galería y vio que acababa abruptamente. Asomó la cabeza para ver la caída y observó que en el fondo de este barranco la naturaleza había formado una falsa terraza. Contra ella se habían estrellado muchos animales a lo largo de miles de años. Rapeló hasta allí, movió un gran bloque y allí estaba él.
«Se conservaba el esqueleto entero, en posición anatómica, y el cráneo todavía llevaba las mandíbulas puestas», relata. Había dado con un 'ursus deningeri' enterito, un oso de gran tamaño que vivió en el Gorbea hace más de 12.000 años, en el Pleistoceno, y del que apenas se han hallado restos en Europa.
Y es que Mario, un vitoriano de 72 años, ha consagrado su vida a la paleontología. En concreto, a seguir la pista de los fascinantes animales que habitaron Álava en el Cuaternario. Para ello, en los últimos 40 años, ha explorado más de la mitad de las cerca de dos mil simas y cuevas de la provincia. Una «afición», señala con timidez, por la que ha puesto en peligro su vida varias veces y de la que dan fe miles de huesos cuidadosamente registrado.
Una impresionante osteoteca con restos de hasta 200.000 años de antigüedad guardada en cajas y que él mismo custodia en la sede del Instituto Alavés de la Naturaleza. La prueba fósil de que Álava tuvo un Pleistoceno en toda regla, con sus diferentes glaciaciones, sus clanes cavernarios y todo tipo de fauna merodeando por sus montes y praderas, desde leones gigantes hasta leopardos, osos, linces, hienas, rinocerontes lanudos o bisontes.
La ruta de los yacimientos
Pero hay que remontarse a la década de los 70 para saber cómo se ha reunido todo este patrimonio. En 1974 Mario, al que su abuelo había inculcado el gusanillo de buscar fósiles en sus paseos por los alrededores de Vitoria, acababa de regresar de París, donde ya le había llegado la llamada de la prehistoria. A través de amigos montañeros conoció a un espeleólogo y ese fue su flechazo «con el ambiente misterioso de las cavernas», relata.
Mario pronto formó parte de un Grupo Espeleológico Álavés (GEA) en horas bajas del que fue presidente durante casi una década. Enseguida se topó con los primeros huesos de animales, muchos de ellos recogidos tras usar las pesadas y antiguas escalas, y comenzó a leer libros sobre el tema. Y es que, explica este «paleontologista» autodidacta, «todas las cavidades son potenciales yacimientos». Por la composición de sus suelos y paredes, por su temperatura constante y por ser lugares frecuentados por el hombre y la fauna, que era devorada o sufría accidentes en las galerías.
Cuando se le acumularon los hallazgos -los suyos y los que le llegaban de otros espeleólogos alaveses- Mario se planteó ordenarlos con un método científico. Entró en contacto con los miembros de Aranzadi, fue uno de los fundadores del Museo de Ciencias de Álava y enseguida formó parte del Instituto Alavés de la Naturaleza, entonces tutelado por la Diputación y con sede en la torre de Otxanda. De allí salió hace unos años para ubicarse definitivamente en el seminario.
Su trabajo da para realizar varias rutas de yacimientos cavernícolas, pero Mario se queda con las más importantes, donde él o compañeros suyos han encontrado lo más granado de la fauna del Cuaternario. Así el macizo del Gorbea está el primero de la lista. Allí tuvo que haber de todo lo imaginable y por eso sus cuevas son lo que se dice una mina. Han aparecido restos de varias especies de osos, leones, leopardos, linces, lobos, rinocerontes, bisontes, ciervos, marmotas o castores. En la sierra de Arcena, se halló incluso un castro. En Arkamo; enterramientos, restos de oso cavernario, de grandes bóvidos y un ciervo más pequeño que el actual.
En Badaya también hay una sima interesante, donde se han encontrado huesos de los míticos uros (el antepasado de nuestros toros) y un fémur de leopardo. Guillarte, Guibijo, Entzia, Salvada, han contribuido asimismo a dotar la osteoteca del IAN, que sólo de úrsidos tiene más de 6.000 huesos.
Mario Laurino lleva años registrando pieza por pieza, con la esperanza de que las instituciones homologuen su colección y pueda exponerse algún día en el Museo de Ciencias. De momento, sus osos prehistóricos sólo han salido de sus cajas para un par de exposiciones. Es la vuelta obligada a las cavernas.
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