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IÑAKI ESTEBAN
Sábado, 12 de febrero 2011, 11:22
Para un arquitecto, es de vértigo: firmar un rascacielos nada menos que en Nueva York, la ciudad que vio nacer estos edificios. Y Frank Gehry lo ha logrado sin renunciar a su estilo, a los reflejos del metal en la fachada y a las curvas por dentro y por fuera. Comparado con los rectángulos de cristal de los años cincuenta en adelante, la nueva obra del autor del Guggenheim constituye toda una anomalía y ya se ha convertido en objeto de admiración, puesto que con sus 76 pisos y sus 265 metros de altura se postula como uno de los edificios más próximos al cielo de Manhattan; un inevitable punto de referencia en su 'skyline'.
Gehry pone así su sello en el primer rascacielos de su carrera, que se levanta en el número 8 de la calle Spruce, muy cerca del Ayuntamiento neoyorquino y a unos pasos de Wall Street y del puente de Brooklyn. El edificio ofrece 903 estudios y viviendas de entre una y tres habitaciones con una superficie mínima de 40 metros cuadrados. Todas las viviendas se gestionan en régimen de alquiler a partir de 3.000 dólares al mes (unos 2.200 euros). No obstante, los agentes inmobiliarios advierten de que las ofertas no han hecho más que empezar y que si la demanda sube enseguida lo harán los precios.
Iniciadas las obras en 2006, todo el edificio estará acabado en 2013, aunque una parte muy significativa será habitable antes de que termine la primera mitad de este año. Portero las 24 horas del día, un gimnasio con lo último en aparatos aeróbicos y de musculación, y un garaje que permite maniobrar con comodidad a las limusinas son algunos de los lujos de los que disfrutarán los inquilinos del 8 de Spruce Street. Pero el edificio tiene también sus servidumbres. Las tensas negociaciones con el Ayuntamiento para obtener los permisos se cerraron con el acuerdo de acomodar en las plantas bajas una escuela para 630 alumnos de Primaria y un ambulatorio dependiente del New York Downtown Hospital.
Andar en el espacio
Gehry defiende su estilo curvilíneo también en este rascacielos con el resultado de unas ventanas que salen de la fachada y que permiten al inquilino acercarse al exterior y sentirse como si estuviera andando por el espacio, según decía el propio arquitecto en una entrevista en 'The Wall Street Journal'. Quien haya estado en algunas habitaciones del hotel Marqués de Riscal, en Elciego, habrá vivido unas sensaciones parecidas a las que experimentarán los futuros residentes del inmueble neoyorquino.
Los agentes inmobiliarios se han apuntado al entusiasmo provocado por esta nueva audacia de Gehry, si bien le han puesto también algunos reparos. Como el hecho de que haya 600 pisos de formas distintas para ofrecer a sus clientes, que no se conformarán con ver uno, ni seguramente dos ni tres antes de decidirse: para las inmobiliarias será un trabajo de locos.
Cubierto con 10.500 paneles de acero inoxidable, casi todos de diferentes tamaños, -el Guggenheim Bilbao tiene 33.000 de titanio, también distintos-, el rascacielos supone para Gehry, además de su segunda obra en Nueva York, un triunfo después de dos fracasos: el Guggenheim en los muelles de Manhattan y el complejo de 16 edificios residenciales y comerciales en Brooklyn conocido como Atlantic Yards. Ha sido el promotor de este fallido proyecto, Bruce Ratner, el que le encargó la nueva obra.
En las nubes
A punto de cumplir 82 años -los hará el 28 de febrero-, el 8 de Spruce Street ha empujado hacia arriba aún más el prestigio de Gehry, miembro del selecto grupo de arquitectos estrella con fama global. Al contrario que otros profesionales que han combinado el riesgo de la forma con la tecnología, como Norman Foster, el canadiense no se había enfrentado nunca a la altura de un rascacielos. Un tipo de edificios que, tras su temporada en el infierno desde finales de los sesenta, vive ahora un peculiar renacimiento gracias a dos virtudes: su capacidad para reunir a mucha gente en poco espacio y sus consiguientes posibilidades de sostenibilidad. En términos comparativos gastan mucha menos energía que los edificios de poca altura.
El temido crítico del 'New York Times', Nicolai Ouroussoff, ha puesto a Gehry por las nubes, y recomienda ver su nueva obra desde la orilla de Brooklyn para sentir todo su esplendor, aunque le pone pegas a la parte de la escuela, revestida del clásico ladrillo naranja. En todo caso, añade, el edificio «celebra la alegría que produce la libertad creativa y reafirma el lugar del individuo dentro de la sociedad».
De las planchas metálicas y paneles de madera, los materiales pobres con los que reformó su casa en Santa Mónica (California) y que hoy es ya historia de la arquitectura, Gehry ha llegado al lujo y al cielo. Y por si fuera poco, en Nueva York.
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