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Revueltas y democracia
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Revueltas y democracia

ANTONIO ELORZA

Viernes, 28 de enero 2011, 03:45

Octavio Paz distinguía entre revuelta, rebelión y revolución. Poco usada en la literatura política, la palabra revuelta sería la más adecuada para expresar lo que está ocurriendo en las dictaduras laicas del Norte de África. No se trata de la acción militar de un personaje o de una minoría para hacerse con el gobierno, ni todavía está en curso un proceso de transformación radical de las relaciones de poder en una sociedad, aun cuando no quepa excluir una evolución de los acontecimientos en ese sentido. En Túnez primero, y en Egipto a continuación, la situación de malestar generalizado ante dictaduras corruptas que además dejaban ver con claridad su voluntad de perpetuarse ha generado una movilización popular dirigida a derribar los respectivos regímenes. Significativamente, en Túnez, como en la vecina Argelia, una subida repentina de los productos de primera necesidad pone en marcha esa acción del pueblo, al modo de los motines de subsistencias de las sociedades preindustriales, pero en el caso tunecino con la carga añadida del suicidio del joven que se inmola al ver negado por las autoridades su derecho a la subsistencia, convirtiéndose así en emblema del sufrimiento de toda una sociedad sometida a un poder arbitrario. No es casual que su ejemplo fuera seguido en Egipto, provocando la llamarada de ira registrada en las últimas manifestaciones populares.

Es muy posible que en Libia, en Argelia o en Siria (y, por qué no en Marruecos) una mayoría de la población sienta deseos de seguir el ejemplo tunecino. No resulta seguro que esa opción sea viable. Tanto el Túnez de Ben Alí como el Egipto posnasserista eran regímenes autoritarios. Si nos atenemos a la precisa definición de Juan J. Linz, que curiosamente donde no encaja es en España, referencia inicial de su conceptualización, el régimen autoritario se caracteriza por un pluralismo limitado y no responsable, su orientación pragmática y no ideológica, la ausencia de movilización de masas y la existencia de límites a la acción arbitraria del poder. Tanto en Túnez como en Egipto el pluralismo limitado, que implica persistencia de un monopolio de poder pero también cierta tolerancia hacia organizaciones subalternas, y sobre todo configuración de una plataforma plural donde distintos personajes e intereses mantienen su capacidad de acción por debajo del jefe supremo (caso del grupo dirigente del PRI bajo la 'presidencia imperial' de México) y llegado el caso pueden impulsar un relevo en el vértice: lo que está sucediendo en Túnez, con el apoyo de la autonomía relativa de ejército y sindicato oficial. Es esa red la que impidió en Túnez, y esperemos impida en Egipto, que al verse amenazado el dictador no opte por una represión salvaje de la revuelta antidictatorial.

En los regímenes autocráticos, como Libia, verdadero neosultanismo, Marruecos y Argelia, a pesar de la fachada parlamentaria, o Siria, resultará mucho más difícil que el proceso se ponga en marcha, a pesar del papel innovador desempeñado por Internet y los teléfonos móviles a la hora de saltarse la censura del gobierno sobre las comunicaciones y generar la propia estructura de movilización. El antecedente aquí fue la respuesta social mediante las radios privadas a la invasión soviética en Praga 1968, pero ahora las posibilidades de subversión antidictatorial son mucho mayores. Sólo que en las autocracias el gobierno emprenderá una represión preventiva y sobre todo hará cuanto esté en su mano para impedir la primera movilización. Conviene mirar hacia atrás a la distancia entre China y las democracias populares en 1989, por obra de los tanques que tomaron Tiananmen a sangre y fuego.

¿Revueltas democráticas? Por ahora, revueltas contra las dictaduras. La democracia debiera ser el desenlace óptimo de cuanto ocurre, y en términos sociológicos y culturales, menos en políticos, Túnez está bien preparado para ello. De ahí que haya sido útil conjurar el riesgo de un continuismo como el inicialmente diseñado, no sólo para atender a la frustración popular, sino porque del mismo en seis meses sólo podía emerger una confrontación bipolar entre el partido de Estado y los islamistas de Ennahda. Así podrán despuntar otros intereses y otros posibles liderazgos. En Egipto los problemas son mayores. A partir de la economía, el yihadismo tiene como telón de fondo una sociedad insegura, donde incluso las autoridades religiosas, caso de la respuesta del gran imán de Al-Azhar, Al Tayeb, ante el hoy olvidado episodio de la matanza de coptos en Año Nuevo, dan cuenta de una tendencia al repliegue identitario en religión. Cierto que los Hermanos Musulmanes reaccionaron con moderación e inteligencia, sabedores que la crisis trabaja para ellos, pero es difícil pensar en unas elecciones que no consagren la deriva islamista, salvo que la principal figura de la oposición, Al-Baradei, logre asentar un liderazgo carismático. El camino de la democracia pluralista será de difícil tránsito.

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