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PELLO SALABURU
Viernes, 28 de enero 2011, 17:55
En la reunión del pasado día 24 del Consejo Asesor del Euskera, el lehendakari vinculó en su intervención al euskera con la falta de libertad: «El fin de la violencia permitirá que el euskera se una, definitivamente, con la libertad», vino a decir. No sé si fueron esas las palabras exactas, de hecho habló solo en euskera, pero son las que han soliviantado los ánimos tras ser recogidas por la prensa. Como aquí todo el mundo anda a la greña, esperando lo que dice el vecino, esa frase ha sido tomada más como el símbolo que delata la verdadera actitud del lehendakari con respecto al idioma que como una afirmación genérica sobre la coyuntura presente. Porque si fuera esto último, decía un buen profesional del periodismo, también los patos del estanque tendrán más libertad cuando se acabe el terrorismo. Pero lo otro lo dijo quien lo dijo y en el lugar en el que lo dijo.
El caso es que todos los idiomas, de un modo u otro, están ligados con la falta de libertad y con el terrorismo. O con la libertad y la paz. Y no me refiero sólo al euskera, al irlandés o al árabe. Esta afirmación vale también para el español, el inglés, el francés y cuantas lenguas quieran poner a continuación, si se adopta una cierta distancia y la perspectiva adecuada. Porque los sujetos, activos o pasivos, del terrorismo son las personas, cualquiera que sea el idioma que hablen, y no las lenguas. Por eso conviene, a lo mejor, poner un poco de sentido común en todo esto.
Estuve presente en esa reunión, en donde había gente de distintos colores y sensibilidades (ya sabemos lo que esa expresión quiere decir por estos pagos). La cierto es que cuando el lehendakari soltó eso, no vi a nadie saltar de alegría ni me fijé que alguien torciese el morro. Tampoco me percaté de que alguno se removiera inquieto en su asiento, pusiese cara de póquer o lanzase miradas furtivas al vecino. Es más: hubo, a lo largo de la mañana, numerosas ocasiones, con el lehendakari siempre presente, en las que cualquiera pudo intervenir y hacer cuantas observaciones le pareciesen. De hecho, hubo muchas intervenciones sobre temas variados. Nadie, ni siquiera en el apartado de ruegos y preguntas, hizo ninguna mención a la frase de marras. Al finalizar la mañana, y ya en la despedida, desconozco si hubo quien hizo comentarios de pasillo en torno a ese tema. No los oí. Aunque quizás muchos otros viesen y oyesen lo que yo no vi ni oí por ningún lado. Así viví eso en la reunión de la Comisión. No le di ninguna importancia.
Al día siguiente los periódicos reflejan la noticia. Y representantes de los partidos de la oposición se lanzan a degüello. Entendible -entra dentro del sueldo- en momentos preelectorales (en Euskadi se producen cada 24 horas, más o menos). Y todo se va autoalimentando en los medios, que a veces andan escasos de filones.
Días más tarde, la propia portavoz del Gobierno, así como el lehendakari después en otra intervención, intentan aclarar el sentido de la frase y entran al trapo como si estuviésemos en sanfermines. Es ahí cuando se roza la torpeza política. Porque es evidente que el euskera está más ligado a los sectores nacionalistas que al resto. Y dentro del nacionalismo está aún más ligado a los sectores de la llamada izquierda abertzale, con independencia de que muchos de ellos acaben justificando su enorme preocupación por la lengua con un 'egun on' dicho con buen tono. Como además, sigo con el razonamiento, son esos sectores del abertzalismo radical quienes han ido de la mano con ETA, se acaban mezclando churras y merinas (o churros con merinos). Supongo que es ese el contexto en el que hay que encuadrar la frase del lehendakari. Al final, nos guste o no, en parte de la ciudadanía se produce esa identificación que maldito favor nos hace a quienes hemos abogado por utilizar un idioma que debería estar al margen de situaciones coyunturales y tendría que ser percibida como un bien cultural y un factor de cohesión social.
Pero aquella afirmación ha dolido a algunos euskaldunes que se sienten ajenos y lejanos al terrorismo. A euskaldunes que siempre han condenado la violencia, como me ha manifestado alguno. Para muchos de ellos, esa afirmación no deja de ser una banalidad hiriente e innecesaria, salvo que sea muy genérica (como la de los patos), en cuyo caso también es una banalidad. Así las cosas, el sentido común aconseja dar marcha atrás, y no malgastar el tiempo intentando aclarar lo que es bastante diáfano. A veces, un perdón a tiempo por haber utilizado una afirmación que ha molestado a sectores que tienen mucho que ver con la lengua y nada con la violencia deja las cosas mucho más claras.
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