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Euskera y libertad
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Euskera y libertad

Ni el euskera se unificó, ni la nueva literatura se fraguó, ni la industria cultural se inició por el 'estímulo' de ETA, sino que más bien fue ETA la que se acopló a lo que comenzaba a existir sin ella

LUIS HARANBURU ALTUNA

Miércoles, 26 de enero 2011, 04:12

Lo ha dicho el lehendakari, «el fin de la violencia permitirá que el euskera se conjugue con la libertad». Es una obviedad, pero algunos han puesto el grito en el cielo. Consideran que afirmar que la violencia ha condicionado al euskera y a su cultura es poco menos que una extravagancia. Lo cierto es, sin embargo, que ninguna esfera de la actividad política, cultural o económica ha quedado inmune al terrorismo de ETA. Tampoco el euskera.

El terrorismo ejercido por una parte del nacionalismo vasco ha contaminado incluso aquellas nobles causas que ha desplegado como bandera de su acción criminal. Precisamente por ello, porque se ha escudado en la noble causa del euskera y de su normalización, ha impedido el desarrollo libre de la cultura euskaldun y su lengua.

Desde la transición política de los años setenta hasta la actualidad, el euskera ha vivido en un clima entre medroso y cautelar. Las prisas de algunos se unían a la imposición de otros y en consecuencia el euskera ha padecido de una especie de síndrome agónico que no se correspondía con la realidad.

La realidad es que la mayoría de la población vasca ha otorgado al euskara su simpatía y su apoyo. No es explicable el resurgimiento del euskera sin la adhesión de la sociedad en su conjunto y a ello han contribuido de forma determinante las opciones políticas ajenas al nacionalismo. Baste recordar las importantes leyes impulsadas por Fernando Buesa y José Ramón Recalde a favor de la normalización del euskera, para darnos cuenta de que sin las formaciones no nacionalistas nada hubiera sido posible. Son ellas las que junto al nacionalismo institucional desactivaron la deriva a favor de una política lingüística excluyente y coercitiva que a la larga hubiera perjudicado a nuestro idioma.

Son las presiones y las urgencias las que han provocado no pocas cautelas y muchos rechazos a una política lingüística basada en la imposición y la exclusión. En nada ha ayudado el que ETA y sus organizaciones hayan postulado una Euskal Herria euskaldun sin tener en cuenta ritmos ni territorios. De poco ha servido el que la organización terrorista reclamara para sí la tutela del euskara y su cultura, ya que ello ha significado la puesta en cuarentena de muchas iniciativas loables. Solo a ETA es debido el que el euskera se haya visto como patrimonio excluyente de quienes lo han usado para enmascarar sus crímenes.

En estos días en los que se habla de la herencia que deja tras de si la organización armada, algunos pretenden hacer valer al euskara y sus avances como parte del patrimonio de la izquierda aber- tzale. Reivindican una herencia que supuestamente les pertenece al afirmar que sin el 'estímulo' de ETA el euskera se hubiera extinguido. Incluso cuando se refieren al resurgimiento cultural de los años sesenta, pretenden hacer valer la fundación de la organización terrorista como detonante del resurgimiento. Nada más lejos de la realidad. Es, en todo caso, justo lo contrario. Ni el euskera se unificó, ni la nueva literatura se fraguó, ni la industria cultural se inició por el 'estímulo' de ETA, sino que más bien fue ETA la que se acopló a lo que comenzaba a existir sin ella.

Alguna vez me he referido al pájaro que usurpa el nido ajeno para poner sus huevos. Me refiero al cuco cuya hembra vigila un vasto territorio, en busca de nidos en construcción, y que cuando observa el comienzo de la puesta ajena aprovecha el momento en el que los propietarios están ausentes para poner un huevo en el nido elegido. ETA ha depositado sus huevos en múltiples nidos ajenos. Lo ha hecho en el nido del feminismo, de la ecología o de los movimientos ciudadanos, pero sobre todo los ha puesto en el nido del euskara y de su cultura.

Actualmente existen, al parecer, 450 escritores euskaldunes. La cifra me parece desorbitada, pero valga para la estadística. De entre todos ellos solo unos pocos han hecho gala de militancia en las filas del nacionalismo totalitario. Se me dirá que la mayor parte ha estado en esa mayoría silenciosa que ha callado y otorgado ante los crímenes de ETA. Es cierto, pero ello no basta para afirmar que la literatura euskaldun sea un jardín de la izquierda abertzale. Algún día, las letras vascas habrán de pedir perdón por su cobarde silencio, pero ello no les hace copartícipes del crimen etarra.

La unificación del euskera se llevó a cabo gracias a personas del talante de Luis Mitxelena, Ibon Sarasola, Gabriel Aresti, Luis Villasante o Imanol Berriatua y de ninguno de ellos cabe recelar ninguna connivencia con el totalitarismo abertzale. Los rudimentos de la industria cultural se crearon gracias a personas como Iñaki Beobide o Enrique Villar que con los equipos de Lur o Herri Gogoa echaron a andar en los años sesenta. Tampoco deben nada a ETA los inicios del Ez dok hamairu, del grupo Gaur o el movimiento a favor de las ikastolas. El resurgimiento cultural vasco de los años sesenta, en pleno franquismo, se efectuó sin el concurso del MLNV, que solo más tarde intentó patrimonializar todo lo que sonara a cultura euskaldun. Como el cuco, puso los huevos en nido ajeno.

Dice el lehendakari que podemos atrevernos a soñar con el fin del terrorismo y que con ello el euskera se hermanará con la libertad. Es un bello sueño que merece ser soñado, pero es sobre todo un deseo formidable que pretende convertirse en realidad. Las palabras de Patxi López tienen el mérito de formular una conciencia y un deseo democráticos que trascienden a la opacidad política del momento. Opacidad que solo la audacia del pensamiento puede rasgar.

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