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PELLO SALABURU
Martes, 18 de enero 2011, 03:43
Pues parece que estamos estreñidos. Habría bastado un comunicado de tres palabras, la última de las cuales sería, además, de cortesía: «Nos vamos, agur». En lugar de eso nos han vuelto a perdonar la existencia, señalándonos el camino y cargándonos con una batería de palabras sin ideas que son motivo de cachondeo y parodias en YouTube. Es lo único que les faltaba, y es la muestra, además, de la distancia con la que han sido acogida su charlatanería en esta ocasión.
Otegi, en sus entrevistas desde la cárcel, señala que es fundamental la presencia de Batasuna en las próximas generaciones y que el Estado deberá asumir una gestión política para construir un escenario de soluciones definitivas. Indica que, aun siendo optimista, es muy consciente de las enormes dificultades y obstáculos que hay que superar. Cuando leemos esas cosas nos entra una confusión enorme: ¿Nos ha dejado ETA en paz o no? ¿Es verdad que Batasuna apuesta por la política de despacho y parlamento, mucho menos llamativa, pero la única que la sociedad vasca está dispuesta a aceptar? Mi respuesta personal a ambas interrogantes es positiva, en estos momentos no tengo la menor duda. Pero esa certeza no deriva ni de lo que ha dicho ETA ni de lo que dicen los representantes de la llamada izquierda abertzale. Ni siquiera de los intérpretes que se empeñan en aclararnos lo que quieren decir los que dicen lo que dicen. Porque también a los de Batasuna les hubieran bastado otras tres palabras para dejar las cosas claras de una vez: «Condenamos a ETA».
Ese sector siempre ha sido hábil al lanzar la pelota al tejado vecino sin darle tiempo a que bote en el suelo. Y ahora hace lo mismo: parecería que en este tinglado no existe más que un sector con los deberes hechos y un poco incomprendido, preocupadísimo por su pueblo, frente a un gobierno tenaz en la represión. Insisten en el «ya nos hemos movido, muevan ficha ahora», pero son incapaces de pronunciar, unos y otros, esas seis palabras clave. Será que están todos ellos estreñidos, no encuentro otra explicación. Claro que cuando Otegi añade no haber conocido militantes más autocríticos o críticos con la lucha armada que los propios militantes de ETA, las cosas se aclaran un poco más. Es que hay amores que matan. En sentido literal. «La sociedad debe darse cuenta de la falsedad y cinismo de muchos discursos», dice Otegi, y pienso que no resulta fácil encontrar palabras más adecuadas para definir mucho de lo que pasa hoy. Paul Ríos indica desde Lokarri que en 2010 se han producido tres novedades que han sido decisivas para romper la situación de bloqueo en el que se encontraba el proceso: la Declaración de Bruselas, las nuevas alianzas producidas entre diferentes y la nueva estrategia de Ezker Abertzalea. Y llego a la conclusión de que debemos vivir en países distintos, porque tanto la declaración famosa como las alianzas y estrategias señaladas no dejan de ser sino curiosidades del momento, si olvidamos lo que ha sido fundamental en todo esto. El proceso de paz se reduce en realidad a que la policía, los jueces y la propia ciudadanía han sido capaces, por vez primera en la historia, de debilitar a ETA de forma extraordinaria. Ahí se ha originado el estreñimiento. Y no hay más: todo lo demás son adornos navideños.
Es esa la única razón que me lleva a pensar que estamos ante el fin: por supuesto, el comunicado de los del Ku Klux Klan no hace sino apoyar lo que digo. El noqueo que sufre la organización pone en serios aprietos a los radicales que, en efecto, no ven con claridad si van a tener el oxígeno que necesitan. Porque se encuentra con la paradoja de que si pueden presentarse a las elecciones (algo que al final decidirán los jueces) se llevarían un buen bocado, de eso no tengo duda alguna. Sacarían también mucho dinero, para salir del forzado letargo en el que se encuentran, lo cual es imprescindible para su propia supervivencia. Y sería muy bueno para la sociedad, porque un sector importante de la misma podría tomar parte en el juego democrático y darse cuenta de que los pactos y la actividad ejercida en libertad requieren algo más que declaraciones apocalípticas. Pero para ETA y para la izquierda abertzale aceptar eso equivale a aceptar que se ha equivocado durante años. Y eso nunca es agradable: sobre todo si las meteduras de pata se han hecho a costa de dejar muertos y víctimas por el camino. Y sobre todo, basta leer el comunicado, cuando a ETA le entran ganas de vomitar al decir adiós. El mensaje es diáfano: nos vamos porque no nos queda otro remedio y hemos perdido, que si no Así que se las tendrán que arreglar como puedan, no van a tener fácil la ayuda.
Estamos ante el fin, pero no nos corresponde a nosotros ponérselo fácil. Que acaben ellos, que son los que comenzaron, que hagan los deberes, que deshagan el camino recorrido. Muchos pensamos que el Estado democrático sería incapaz de arreglar el problema, sin pactos de por medio. Pensamos que la legislación vigente era una exageración, por no decir una barbaridad. Lo pensamos y lo escribimos. Sin embargo, los jueces y la policía han demostrado otra cosa, y Europa reconoció de forma explícita que la legislación era democrática. Así que nos equivocamos. La pelota no está ahora en nuestro tejado, sino en el suyo: nosotros estamos esperando a que caiga. Cuando ETA se marche, cuando acepte haber causado daño y cuando los otros condenen la violencia pasada y actual (las cartas de extorsión, por ejemplo) que hasta ahora han apoyado con artimañas directas o indirectas, habrá llegado nuestro turno. Mientras tanto, seguiremos como hasta ahora en el terreno judicial y policial, y cruzaremos los brazos en el político a ver qué pasa con la pelota. Procuraremos que al caer no nos de en el coco con demasiada fuerza. Ahora es cuando no tenemos prisa, porque no estamos pidiendo nada del otro jueves. Cuando caiga la pelota veremos. Ya ven: esto es como el sermón de las siete palabras. Me sigue sobrando una.
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