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J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 10 de enero 2011, 10:26
La infancia de Igor Antón (Galdakao, 1983) está llena de pisadas por las pistas del Vivero, el monte que se levanta sobre su pueblo. De chaval, todos los retos estaban clavados al nombre de aquella cuesta. El Vivero era la aventura. Arriba, incluso, habitaba el mundo fantástico: la casa encantada, el tren de la bruja... «Tenía sólo dos o tres años, pero recuerdo bien el Parque de Atracciones de Artxanda. El laberinto de los espejos...», cuenta el hoy corredor del Euskaltel-Euskadi. Allí, en el Vivero, se hizo poco a poco ciclista. Es la montaña que guarda las carreteras que regresan a su niñez. Y el próximo 9 de septiembre será el día del retorno: volverá al Vivero y a Euskadi la Vuelta a España, ausente desde 1978, desde aquel fin de semana que vio ganar a Enrique Cima en el Parque de Atracciones y que, un día después, llenó la carretera de barricadas e incidentes. La Vuelta, que este miércoles presentará su recorrido, volverá a casa 33 años después. E Igor Antón, favorito para la victoria final, pisará el monte por donde aún rueda el eco de sus primeras pedaladas.
«Es el puerto que más veces he subido», dice. Lo tiene memorizado en todas sus versiones, por sus cuatro laderas: por Asua, por El Gallo, por Lezama y por Galdakao, la ruta que ha elegido la Vuelta para regresar a Bilbao. «Es la más dura y la que apenas he subido en bici. Demasiado exigente. No vale para entrenarse. Eso sí, la ha recorrido mil veces en coche». Son cuatro kilómetros desde Galdakao, desde Bengoetxe, con curvas y rampas que se elevan al 16 y el 18%. Las cifras de un reto decorado en asfalto para emocionar la antepenúltima etapa de la próxima Vuelta antes de descender hacia la meta de Bilbao.
El Vivero abre los ojos de la memoria de Antón. Mirada profunda, hacia atrás. «Creo que tenía unos nueve años. Perseguía a los ciclistas de mountain bike que subían por las pistas de tierra». Eran apenas cuatro kilómetros de aventura. Inmensa para un crío. «Todavía ni había empezado a competir en la escuela de ciclismo». La bici era un máquina para volar. Y el monte, el paraíso.
«Mis abuelos tenían por allí una chabola a la que iban a jugar a los bolos». Al padre de Antón, además, le tiraba la montaña; los domingos con botas y barro. O con pedales. Subían juntos. El Vivero era un catálogo lleno de posibilidades. «Andábamos por las trincheras de la Guerra Civil». Por los restos del Cinturón de Hierro. «O iba con los amigos y un aparejo a pesar a la presa...». O al Parque de Atracciones hasta que lo cerraron, en 1990. «Ahora parece la casa del terror», bromea Antón, que sigue pedaleando junto a las ruinas y las cenizas de aquel mundo mágico.
De noche
Su campo de entrenamiento es el Vivero por Lezama: 3,6 kilómetros. «Tardo unos once minutos. Cuesta mantener una media de 20 o 21 kilómetros por hora». A esa velocidad escaló Federico Ezquerra el 19 de marzo de 1933 para ganar la primera edición de la Subida a Santo Domingo: apenas 3,7 kilómetros desde el Ayuntamiento de Bilbao y paso por Begoña y el Parque de Etxebarria. Ezquerra fue un pionero. Antón le sigue.
En el Vivero cedió a un compañero (Iker Mezo) el Campeonato de Vizcaya amateur. «Entramos los dos de la mano en la meta». Y en esta cuesta penó durante una Clásica Jesús Loroño: «Me pasé el día persiguiendo. Y al Vivero llegué descolgado. Recuerdo que subió conmigo, animándome, Roberto Laiseka, que ya era profesional».
En el Vivero, a Antón se le ha hecho de noche más de una vez, cuando se entrenaba y estudiaba. Y por esa cuesta ha tenido que esprintar para poner a salvo sus pantorrillas. «Por Elexalde solían salirme unos perros». La adrenalina. El miedo, el riesgo. El corredor vizcaíno también ha probado su temple en los descensos. «Por el circuito de mountain bike que han preparado los del club de Galdakao. Es la leche. Y eso que lo bajo suave». Curveando por el paisaje de sus 27 años.
En septiembre, la Vuelta volverá al monte de Antón. Es su carrera: la que le dio en 2006 su primera gran victoria (Calar Alto) y la que le tuvo una semana de líder en la pasada edición. Hasta que se cayó. La ronda española ya había tumbado al corredor del Euskaltel en 2008, cuando tenía cita con Contador en el Angliru. Y lo volvió a hacer en 2010 camino de Peña Cabarga, vestido con el maillot rojo de primer clasificado. La próxima edición de la Vuelta estará llena de nombres que resuenan en la memoria de Igor Antón. Sonidos de dolor, de huesos rotos en Peña Cabarga y el Angliru. Y también la música de su niñez, la banda sonora de aquel sueño infantil: ser ciclista.
«Para mí es una ilusión. La etapa está al final de la Vuelta y llega a mi casa y ante el mejor público». Sonríe al contarlo. El Vivero es su jardín. «Hombre, es una cuesta dura, pero no parece que vaya a romper la carrera. Aunque, quién sabe. La gente estará ya muy cansada y si se sube dos veces, ufff...». Otra vez la sonrisa cómplice entre Antón y el Vivero, el puerto que nunca deja de sonar en su recuerdo, el lugar donde nació como ciclista.
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